martes, 23 de octubre de 2007

BIOGRAFÍAS INVENTADAS (1)

Gilbert cruzaba todos los días la calzada por el mismo sitio cuando se dirigía a la facultad de Químicas. Pensaba licenciarse en química inorgánica, polímeros y todo eso. Su padre dirigía la mayor fábrica de plásticos de la región de París y controlaba una participación mayoritaria en ese negocio. Gilbert, quien todavía no tenía un criterio formado sobre lo que quería hacer en la vida, se plegó a las preferencias de su padre y se matriculó en químicas, como podía haberlo hecho en física nuclear si hubiera sido sobrino nieto de Albert Einstein.

Una mañana luminosa de primavera, mientras el chino de siempre daba de comer a los pájaros en las escaleras del Sacre Coeur, cuando Gilbert cruzaba la calzada con la carpeta de los apuntes bajo el brazo, una moto Transalp 1200 que pasaba por allí le acarició el tobillo y, como consecuencia del impacto, lo que hasta entonces había sido una organización ósea modélica que le permitía articular sus pasos con normalidad, se convirtió en un amasijo de esquirlas que giraban despistadas sin encontrar su sitio.

Ese azar, envió a Gilbert, primero, a la mesa de operaciones de los cirujanos de traumatología, que le operaron seis veces, y luego a la sala de rehabilitación del hospital del distrito quinto. Pasados seis meses de ese proceso de rehabilitación, una enfermera tuvo la ocurrencia de pedir a Gilbert que le mostrara los progresos realizados, invitándole a bailar Perfidia con ella, y fue tal el shock que el muchacho recibió al notar el suave perfume femenino y la cercanía física de la mujer en el transcurso del baile, que se olvidó de su tobillo, francamente averiado, y voló por la sala en un estado de euforia, próximo a la levitación.

Aquella experiencia inesperada, casual, como el azar que le había troceado el tobillo, marcó en adelante el rumbo de su vida. Dejó los estudios de químicas, con gran disgusto de su padre, y pasó por todas las academias de baile de París, donde los profesores y profesoras le acogían, de entrada, con una mirada escéptica dirigida a su pierna izquierda, para luego admirar, con asombro, su manera grácil, a la vez que poderosa, de moverse por la pista como si volara.

Tanta fue la admiración de sus maestros por el modo en que Gilbert se desenvolvía en los salones de danza, que acabaron proponiéndolo para participar en los campeonatos nacionales, primero, para luego llevarle a las competiciones europeas. En Estocolmo ganó el campeonato de Europa, interpretando un arreglo de Perfidia compuesto para la ocasión.

Después de aquello, se hizo profesional. Mientras, la fábrica de su padre quebraba, por no seguir con la diligencia suficiente los cambios que la investigación química exigía en la industria. Gilbert, desligado completamente de sus lazos familiares, llevó una vida nómada, intentando vivir del baile, sin excluir circuitos dudosos por tugurios de Pigalle y Marsella, estableció varias academias de baile, que duraron poco en sus manos, mal dotadas para los negocios, al contrario que sus pies que, a pesar de los destrozos de su tobillo, parecía que habían sido dotados de unas alas invisibles que nadie de su generación pudo igualar.

Cuando Gilbert se dio cuenta de que no podía seguir activo en la danza sin recurrir a una inyección de morfina en su tobillo herido, se pasó a la coreografía.

Ahora enseña coreografía en un sótano caluroso, lleno de herrumbre, cerca del teatro Olympia de París. Se ayuda de un bastón con empuñadura de plata para marcar el ritmo a sus alumnos. Con cada golpe, su tobillo irrecuperable muestra un movimiento involuntario de protesta. Quiere seguir bailando.

Lohengrin. 23-10-07.

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