martes, 23 de octubre de 2007

BIOGRAFÍAS INVENTADAS (2)

Se acercó a la gasolinera, sacó la chequera de los vales de gasolina y consiguió cambiar algunos por dinero. Después se fue a la casa de Blasco Ibáñez, cuando todavía era un chalet derruido ocupado por gitanos y arregló un trato con ellos para alquilarla. Pasó la noche deambulando por bares y tugurios y a la mañana siguiente, que era la del día del referéndum que instauraba la monarquía en España, se empeñó en que quería votar, si, pero, lo que fue recogido como una anécdota mas por la prensa de ese día.

Durante todas esas horas estuvo conduciendo, a pesar de que iba cargado de neurolépticos y antipsicóticos. Milagrosamente, cuando llegó a casa, el coche solo tenía una pequeña abolladura y su excéntrica, por decirlo de un modo suave, conducta, no había producido mayores daños a nadie, tampoco a el mismo.

Eso sucedió justo antes de que tuviera que pasar dos meses en la cama para recuperar un cierto equilibrio, del que andaba bastante necesitado. Durante ese tiempo le inyectaban en vena un cóctel de antipsicóticos varias veces al día y cuando salió a la calle por primera vez, después de aquel vapuleo, con barba de dos meses, parecía un anciano incapaz de andar y expresarse con fluidez, tal fue la castración química de su cerebro que debieron aplicarle, para acercarle a un estado aproximado a la normalidad.

Porqué le sucedió eso, nadie supo aclarárselo, la psiquiatría solo sabe que ciertos compuestos químicos producen unos determinados resultados, pero no sabe nada del estado del alma de los individuos, ni que los impulsa, en determinados momentos y situaciones, a defenderse de los conflictos que otros afrontan con normalidad, por medio de una protesta y una renuncia a lo que llamamos, de modo convencional, normalidad.

Unos días antes había estado en una explotación agrícola, propiedad del grupo donde trabajaba. Allí, subido en el borde superior de una tapia, había caminado con soltura sin caerse, y en el hotel donde se hospedaba, cerca de la finca, había vaciado media botella de güisqui mientras garrapateaba versos ininteligibles sobre un papel que quedó empapado por sus lágrimas, porque Ángel, como es evidente por lo contado hasta ahora, no podía controlar sus emociones.

No parece creíble que una persona que ha pasado por ese trance, se incorporara tres meses después a su trabajo, como si no hubiera sucedido nada. No fue exactamente así, estuvo seis meses en observación, por así decirlo, solo cumpliendo su horario de trabajo pero sin que se le asignaran tareas concretas, y al final de ese periodo se le volvieron a confiar sus antiguas responsabilidades, con algún retoque, para que no volviera a pisar los bancos.

Al parecer, ese periodo de adaptación al que se le sometió fue el resultado de un pacto entre el presidente de la compañía, que era partidario de reintegrarlo a su puesto, y el director general, partidario de su cese. No sabemos que habría sido de Ángel en ausencia de ese pacto. Es posible que no hubiera trabajado nunca más.

Las reservas del director tenían su fundamento en el hecho de que Ángel, que ocupaba un puesto asimilado al de director financiero, se hubiera dedicado en los últimos tiempos a vender lo que el llamaba coplillas, por un precio simbólico, a los directores de las entidades financieras con las que se relacionaba, hasta que uno de ellos llamó a su patrón para advertirle de que el tipo con poncho y guitarra que les cantaba coplillas en la sucursal, no parecía el mas indicado para representar con normalidad los intereses de la firma.

Ángel consiguió alcanzar un cierto nivel de normalidad, aunque ya no volvió a ser el mismo. Esa crisis que le había convertido en un tipo singular, se volvió a repetir, con menor dramatismo, de un modo cíclico y variable. Esa repetición le permitió controlar, por medio del aprendizaje, los nuevos episodios cada vez mejor y abortarlos precozmente, de modo que su repercusión social acabó por ser prácticamente nula.

Diez años después de aquel suceso, Ángel ocupó el puesto de vicepresidente ejecutivo de la General Motors en España. Si bien su actividad profesional se normalizó completamente después de aquello, en su vida personal nunca volvió a ser la persona jovial, expresiva, expansiva y cordial que era cuando le sobrevino aquella crisis. Fue un ejecutivo valioso, brillante incluso, pero el fondo de su alma era taciturno, solitario, doloroso, duro.

Cuando dejó la General Motors, Ángel se hizo psiquiatra y ejerció en un pueblo de Colorado, en competencia con el viejo chamán local que prescribía remedios herbáceos y cuando estos no se mostraban eficaces, recurría al uso del peyote, para que el propio paciente descubriera la causa de su dolencia.

Lohengrin. 23-10-07.

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