miércoles, 17 de octubre de 2007

ANARQUÍA

La anarquía requiere un grado de organización tan exigente y elevado, que esa es una de las razones que explican que se la considere como una aspiración utópica, aunque en situaciones excepcionales, cuando esa exigencia ha sido asumida con un alto grado de participación, se ha demostrado que esa forma social ha sido capaz de organizar la producción y la distribución de bienes y servicios, en el marco de un sistema de toma de decisiones por el procedimiento de la democracia directa, de un modo altamente eficiente.

Es lógico que, en los tiempos que corren, la sola enunciación de ese concepto haga que parezca que uno viene de otro sistema planetario, que no habla de las cosas de este mundo, aunque eso se produce, en parte, porque hay un gran desconocimiento de los contenidos organizativos de ese impulso utópico.

Las sociedades actuales pasan por ser formas de convivencia social altamente organizadas. En realidad, lo que sucede es que la inmensa mayoría de la población ha renunciado a la exigencia de participación que requiere cualquier forma social y deja que otros decidan por ella, de manera cotidiana, resignándose a que su voz de ciudadano se deje oír a través del voto, una vez cada cuatro años.

El daño que la actividad política puede producir en ese largo período de toma de decisiones, a pesar de los controles legislativos y judiciales, es difícilmente previsible cuando uno deposita su confianza en una u otra formación política a través del voto, pero parece que se prefiere ese riesgo, a la exigencia que supone participar de una manera activa en otras formas democráticas mas activas y directas.

Cuando un sistema de democracia directa ha funcionado, ha sido porque los concernidos por este sistema han echado un montón de horas en asambleas de distintos niveles y tareas organizativas, que en la democracia parlamentaria quedan liberadas para el individuo, a cambio de delegarlas en una clase política que se supone que las asume en favor del bienestar público.

En una sociedad declaradamente hedonista, como la que han descrito los sociólogos refiriéndose a las comunidades relativamente prósperas del hemisferio occidental, es impensable que los ciudadanos acepten el coste de dedicación que suponen formas sociales mas avanzadas como el anarquismo. Es en ese sentido, que hemos de reconocer el carácter utópico de la anarquía, es decir, su imposibilidad de realización en este tiempo.

Ahora bien, yo le preguntaría a un ama de casa, o a un terrateniente, ¿dejaría usted en manos ajenas, durante cuatro años, la administración de su casa o de su finca, sin otro control que ver lo que han hecho los administradores al cabo de cuatro años?

Pues eso es, exactamente, lo que hacemos los habitantes de nuestra casa común y no es del todo utópico que nos preguntemos si no habría otra forma de participar en esa gestión cedida, para evitar que, al cumplirse el cuatrienio, nos quedemos sin muebles o con la cosecha perdida.

Hay un malentendido fomentado y malintencionado que asocia anarquía con violencia, bombas y autoritarismo social, que tiene su raíz en la violencia que se suscitó en los tiempos históricos turbulentos, de carácter revolucionario. Muy pocos análisis serios, fuera del ámbito de historiadores y cátedras universitarias, han puesto el foco en las bases teóricas y en las realizaciones históricas positivas de ese movimiento social y es normal que se asocie anarquismo con caos, cuando el mayor desorden en nuestros días viene de la utilización abusiva que implica la delegación de poder en las democracias parlamentarias. Decir que la democracia es el menos malo de todos los sistemas, es un modo profundamente conservador de negar la posibilidad de su profundización y de su acercamiento a formas sociales, económicas y medio ambientales, mas eficientes.

Defender la utopía, por el contrario, aun sabiendo que su realización no es posible en este tiempo, es un impulso que trata de dejar un poso para mejorar lo que tenemos y es una postura profundamente altruista y democrática, que trasciende la idea de que lo que tenemos es lo menos malo, y que no es mejorable.

En los tiempos de Internet, de los sistemas interactivos de comunicación y participación, la tecnología terminará por hacer posible el protagonismo de los ciudadanos que lo deseen en la toma de decisiones en asuntos que les afectan de manera cotidiana, sin exigir su presencia en asambleas interminables, pero eso requerirá la voluntad política de quienes ejercen por delegación la voluntad popular, sin apenas control ciudadano, para someterse a ese escrutinio permanente. Es difícil que eso llegue a suceder, si no hay una presión ciudadana suficiente en esa dirección.

Anarquía, ya lo he dicho en otra parte, no es caos, es ausencia de jerarquía, y solo es posible si cada uno asume sus responsabilidades desde una conciencia ciudadana madura. Es la jerarquía, como estamos viendo cada día en las pantallas de nuestros televisores, la que genera caos. Si somos capaces de reconocer esa realidad, habremos dado el primer paso para intentar profundizar en los sistemas de democracia participativa, que no tienen porqué destruir la democracia parlamentaria, sino darle mayor solidez y universalidad.

Lohengrin. 17-10-07.

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