Benidorm es un lugar poliédrico, lleno de aristas y múltiples significados, que solo se pueden apreciar desde la terraza del Hotel Bali. Desde esa perspectiva puedes reconocer las líneas de costa del pueblito de pescadores que fue, antes de que su alcalde franquista, Pedro Zaragoza, materializara su preferencia autoritaria por el desarrollo vertical –sus defensores dicen que ocupa menor territorio que el horizontal-- convirtiendo el paisaje costero en un remedo a escala reducida de Las Vegas.
El invento funcionó para mayor gloria de los hoteleros y ahora Benidorm es un importante núcleo de negocios turísticos, entre otras cosas. Por ejemplo, un lugar donde los especialistas en redimir a drogadictos de sus hábitos destructivos anuncian con profusión sus terapias desde los balcones de los edificios del centro viejo. También es un enclave donde puedes disfrutar al atardecer, mientras se pone el sol, de la vista de un perfil urbano que evoca el ocaso en Manhattan, o escuchar las baladas de una cantante inglesa mientras te tomas un daiquiri en la terraza de un hotel.
Benidorm también es, además de un territorio situado política y geográficamente en Heliópolis, un enclave económico de los negocios madrileños en esta comunidad, de ahí que el control político y administrativo de su municipalidad, cuando se pone en peligro por alguna maniobra desestabilizadora, tenga una resonancia particularmente estridente, lo que no sucede a la misma escala cuando se trata de otros territorios de menor importancia económica.
Arturo Torró, portavoz Popular en otro ayuntamiento, el de Gandía, irrumpe hoy en la 24 de Levante, para terciar en la polémica desatada por el arrepentido Bañuls y se rasga las vestiduras en un arrebato de dignidad, manifestando su desprecio y rechazo por el tránsfuga, y afirma que hombres como el hacen que la política hieda a podrido.
Hace falta una cara dura como el pedernal y un olfato selectivo, para mostrarse tan ofendido sin mencionar siquiera como accedió el ínclito Zaplana –el protegido del alcalde franquista Pedro Zaragoza-- a la alcaldía de Benidorm, que luego le sirvió, --después de haber confesado que el estaba en política para forrarse-- para alcanzar la presidencia autonómica, un ministerio y, finalmente, un sillón en la empresa pública, en una carrera semejante a la de un Martín Villa cualquiera, de procurador en las cortes franquistas, a ministro y gestor en la empresa pública.
No creo que se pueda dar mayor transfugismo que las numerosas conversiones –y contorsiones--que se han dado en este país de franquista a demócrata, sin que haya mediado el menor amor por la democracia como sistema político. En todo caso ese es un hecho aceptado, que selló la transición, pero ese aroma a podrido todavía planea sobre buena parte de la derecha española, que no ha sabido librarse de el, sobre algunos que ahora se rasgan las vestiduras en un tono decididamente fariseo.
Camps, al ser preguntado por el paralelismo entre aquel caso, el de Zaplana, y el de Bañuls de ahora, ha respondido que no son comparables, porque entonces no había un pacto antitransfugismo y ahora si lo hay. Como si la condena de la desvergüenza precisara de pacto alguno.
Si para condenar la desvergüenza hace falta un pacto político, apaga y vámonos. No es de extrañar que la ciudadanía tenga una pésima opinión de la mayoría de los políticos. Necesitan un curso acelerado de ética, no mas pactos.
Torró, en particular, necesita además asistir enseguida a un curso de enología, para que le enseñen a usar la nariz. Después de ese arreglo, percibirá seguramente que casi todo hiede a podrido, pero donde mas hiede ahora, precisamente, es en su propio partido. No lo digo para defender a Leire Pajín, sujeto de las iras de Torró, porque esa moza me parece cualificada para intervenir con elocuencia en alguna asamblea sindical y de partido, pero quizás aún está verde para las tareas de gobierno.
Dejo para el final comentar la magnífica imagen que publica hoy la primera de Levante, y que me mueve a insistir sobre el valor de las imágenes, las palabras y los números, esta vez para constatar que una imagen vale, al menos, tanto como otra imagen. Varios trabajadores se han salvado, por azar, de una muerte casi segura, porque las estructuras del Centro Investigador Agrícola del Consell en Carlet, han avisado con un crujido antes de venirse abajo.
Al parecer, hace cinco meses que Camps puso la primera piedra en esa obra, con tan mala fortuna que las estructuras construidas sobre esa piedra angular no han resistido. El poder metafórico de la fotografía y su breve comentario es tan evidente, que hace innecesario cualquier añadido.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 17-09-09.
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