miércoles, 9 de septiembre de 2009

CLAROSCUROS

Justo antes de que amanezca, una claridad que aún no se percibe como solar impregna la atmósfera de una transparencia boreal y el paisaje cotidiano, abandonado por las diversas oscuridades que lo habitan, renace con la luminosidad tamizada por las ligeras nubes y todos los habitantes vegetales urbanos exhiben su coloración auténtica, todavía no alterada por las sombras solares.

Es el momento mágico del día en el que cualquier manifestación de la vida aparece limpia de sombras, de oscuridades, creando la ilusión de un mundo transparente, despoblado de opacidades y esa claridad se extiende, no solo a los setos de los jardines, a las plantas aromáticas, a las acacias, los chopos, los helechos, los olmos o los sauces que pueblan los parques urbanos, sino que, en un proceso físico que no comprendemos, ese caudal de luz boreal que nos ilumina en las primeras horas del día, atraviesa la materia y nos toca en lo mas íntimo de nuestros recuerdos.

Esa suave luz filtrada por las nubes tiene una rara cualidad que hace desaparecer de nuestro interior los rescoldos de los terrores nocturnos infantiles, del pánico a la oscuridad fomentado por los chavales mayores que se divertían con la exagerada sensibilidad a la falta de luz, con historias terroríficas que ahora te hacen reír, pero cuando eras un niño de seis años, te atemorizaban y te condicionaban, de modo que solo con el paso del tiempo aprendes a moverte en la oscuridad, libre de esos temores.

Nada tiene que ver esa luz pre solar, de noche americana, con la violenta y cruel luz del estío de los primeros años cincuenta, que alumbraba las escenas de la caza de las libélulas, en un domingo cualquiera de julio cuando, desde la fuente pública, yo regaba la calle para disponer una trampa húmeda a esos inocentes seres alados, de colores púrpuras y dorados, que los mayores abatían con sus cañas flexibles, mientras en la comisaría del cercano mercado, alguien era apaleado por no hacer el saludo fascista, por su condición homosexual, por vestirse como una libélula.

Ningún signo de luz cruel, de rotundo claroscuro, acompaña la transparencia de esta hora del día, pero en algunos lugares, aún dominados por la oscuridad, la opacidad, la falta de transparencia, como si quienes los habitan, estuvieran afectados por la versión política de la fotofobia, de la aversión a la luz, se enrocan en la ocultación oscura de sus trasiegos con contratos públicos, y tiene que ser el Tribunal de Justicia de Madrid quien reclame a la administración mas opaca que hemos tenido nunca en el solemne y vetusto edificio de la Generalitat, los contratos con las empresas de un sujeto que ha sido juzgado y condenado, precisamente, por delitos relacionados con esa contratación.

El sol, con su esférica plenitud, termina por salir, hace desaparecer la ilusión transitoria de un mundo sin sombras. La luz tamizada por las ligeras nubes, la transparencia boreal, es sustituida por una luz dura, que proyecta las sombras de todos los edificios, los objetos, los habitantes vegetales de los parques urbanos, extendiendo el claroscuro de la realidad por todos los ámbitos.

Hay gentes que nunca han tenido miedo a la oscuridad, es mas, ese es el ámbito perfecto en el que se desarrollan, medran y se reproducen. Algunos, suelen ser fotófobos. Si además hacen de la política un espacio para su medro personal y político, sin demasiados escrúpulos, sin ninguna motivación de servicio a los ciudadanos, es lógico que la opacidad, la falta de transparencia, tan interiorizada en sus rutinas, sea algo cotidiano, que extienden a sus quehaceres políticos. Tal vez, ahora mismo, estarán bajando las persianas de sus despachos, para que no entre demasiada luz.

En fin. Claroscuros.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 9-09-09.

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