He bajado al Maravillas y los clientes estaban muy habladores, pero sus discursos eran cortos, inteligibles y muy pegados a la tierra, nada de sofismas y falsas proclamas propios de políticos, escritores y otras gentes de mal vivir. Mientras tomaba un café con leche con tostadas y un zumo de naranjas con zanahorias he dado un vistazo al 'Levante' de hoy, pero su contenido me ha parecido absolutamente anodino, a excepción de una pequeña columna que me ha llamado la atención.
Al parecer, el óbito de un miembro del Consejo Valenciano de la Cultura de la Mugre, ha dado ocasión para que se recuerden sus esfuerzos dedicados a obtener el reconocimiento de que Heliópolis fue el lugar donde surgió la primera Farmacopea europea. Farmacopea, que palabra, parece un lugar de copas, y tal vez lo fuera. Se puede imaginar como los pioneros de esa nueva ciencia de la época, cataban sus pócimas, filtros y elixires, o los daban a catar, en copas tal vez algo distintas de las que ahora se llevan para los nuevos rituales de las catas enológicas.
En un espacio histórico marcado por las culturas judeo-cristiana y musulmana, tiene mérito que a alguien se le ocurriera meter en el alambique el sabbat, el viernes y el domingo para obtener, mediante los procesos de la química orgánica, el germen de lo que ahora son los fines de semana largos de la sociedad desacralizada.
Ese instinto pionero no se limitó a experimentar con los distintos saberes de su entorno cultural, sino que se adentró en un mundo nuevo, la farmacopea, mediante la combinación de diferentes sustancias químicas, cuyos efectos, por separado, eran conocidos, pero al ser mezclados en diferentes proporciones con otros elementos, abrían un nuevo campo de experimentación y aplicaciones que ponían en cuestión los saberes tradicionales.
Eso fue demasiado para quienes, desde la iglesia, la mezquita y la sinagoga, se repartían el monopolio del poder, y con el el control social. Con el tiempo, los mas beligerantes en contra del progreso científico ajeno a sus intereses, acordaron que eso de la farmacopea era muy peligroso para ellos y lo primero que hicieron fue encontrar una palabra, Brujería, para nombrar esa desviación molesta que deseaban erradicar.
Una vez encontrada esa palabra para identificar y degradar a sus enemigos, lo siguiente fue quemarlos en la hoguera, pero la semilla ya había fructificado, y se reveló tan indestructible, que ahora mismo se estima que hay decenas de miles de sustancias químicas circulando por ahí, sin que tengamos control de los efectos de todas ellas en los seres vivos, sobre todo a largo plazo.
Pero hay un campo en particular, el de la farmacopea, en el que los nuevos brujos han encontrado una fuente de ingresos de dimensión planetaria, debido a la extensión de su clientela, a las economías de escala que obtienen al conseguir que los gobiernos, a través de los organismos mundiales que generan opinión en materia de salud pública, recomienden sus productos.
Es difícil saber si esos organismos, al dictar normas preventivas para anticiparse a esta o aquella situación potencialmente crítica de salud pública, están o no haciendo el papel de 'prescriptor', esa figura publicitaria mediante la cual un profesional autorizado recomienda la toma de tal o cual medicamento, pero parece que hay indicios de que poderosas compañías farmacéuticas han actuado así en el pasado, consiguiendo un consumo masivo de sus productos, sin que los índices de mortalidad de las supuestas plagas lo justificaran.
Es mas difícil aún que los gobiernos se sustraigan a esas campañas publicitarias, porque aplicar el principio de precaución les libera de toda responsabilidad política en caso de llegar a una situación crítica. O sea, que a vacunarse, si quieren.
En fin. Brujería.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 16-09-09.
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