viernes, 21 de mayo de 2010

CONCIERTOS DE PRIMAVERA

“El miércoles estuve en la Nau, en la vieja capilla habilitada para sala de conciertos, donde todos los miércoles del mes de mayo se están celebrando los programados para esta primavera. Llegué un poco tarde, porque últimamente se me escapa la noción del tiempo, y tuve que estar de pie durante la primera parte, porque cuando actúan músicos de la Filarmónica, se llenan los asientos, y los mas remolones nos sentamos en el suelo o nos quedamos al pairo.

Un quinteto de viento nos ofreció un programa ecléctico, variado. Mozart. La Flauta Mágica, una versión arreglada por J. Linckelmann, la suit de Carmen, de Bizet, también arreglada por alguien con apellido de resonancias germánicas. Recuerdo haber escuchado el Bolero de Ravel, pero, curiosamente, no lo veo en el programa. Tal vez fue la semana anterior. La segunda parte, una obra en tres tiempos de F. Bort y, por último, el Interludio y la Danza de Manuel de Falla, con arreglos de
Jaime Aldás.

De camino al concierto coincidí en el autobús con mi amigo Vicente, el librero, quien se lamentaba de haber cerrado la librería por motivos de salud porque, desde que se dedicó a vender libros a las instituciones por centenares, ganaba mas dinero que dedicando cuarenta minutos a colocar un libro a cualquier pesado que, además, le contaba su vida.

Al término de la primera parte, salí a fumar y pude comprobar que habían sido retirados todos los ceniceros que en otras sesiones estaban sobre las mesas de la cafetería. En su lugar, solo quedaba un cenicero solitario en un rincón, al que me dirigí junto el único fumador que pululaba por allí, que resultó ser un pensionista, de 44 años!, jubilado con el cien por cien de su salario.

Enseguida congeniamos, compartimos algunos comentarios sobre nuestros viajes respectivos y nuestra situación de excedentes laborales, y percibí que ese desconocido y yo teníamos algo mas en común. En cierta ocasión, el médico que me atendía hace años, me hizo notar que aquellas personas que están afectadas por el trastorno bipolar, tienden a percibir, de un modo muy preciso, cuándo se encuentran frente a una persona como ellos, como si esa condición tan singular fuera una característica solo reconocible entre miembros de un mismo club.

Mi interlocutor desconocido nada me dijo sobre su condición, pero el hecho de que estuviera jubilado desde los 44 años me dio a entender que eso solo podía deberse a una situación de incapacidad, y puesto que ninguna lesión física era visible en su apariencia, saqué la aventurada conclusión de que ese tío era un bipolar, como yo, y esa era la razón por la que habíamos establecido enseguida una comunicación fluida.

Al comenzar la segunda parte del concierto, escuché el Bolero de Ravel. No puedo precisar si se interpretaba en ese momento, o era una evocación de algo que había oído antes. Cerré los ojos y visualicé un cadáver despojado de su envoltura carnal, un escueto esqueleto que asocié a Maurice Ravel, y me pareció de lo mas extraño escuchar la música compuesta por el, siendo como era ya, un saco de huesos.

Entonces me vino a la mente la absurda idea de que, en realidad, todos estamos muertos, lo que no tiene ningún sentido, a menos que nos despojemos de la idea de tiempo vinculada al tránsito vital de una persona, y nos traslademos a una dimensión geológica de la medida temporal. El hecho de que el tiempo en que permanecemos muertos es infinitamente mayor que la brevedad fugaz del tiempo de la vida, hace difícil eludir la sensación de que todos somos muertos de permiso.

En esas estaba, cuando vinieron en mi auxilio, la flauta, el oboe, el clarinete, el fagot y la trompa de los cinco de la Filarmónica, y el placer sensorial de escucharlos interpretar el Interludio de La Vida Breve de Falla me demostró que estaba vivo, realmente vivo, gracias al arte, a la música, a la belleza de las creaciones de otros que si, están muertos, pero nos hacen sentir vivos con la presencia intemporal de sus obras. El arte nos salva.”

LOHENGRIN (DINAMIZARTE.COM) 21-05-10.

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