El tiempo es lujo y va muy lento. Estas palabras de Jorge Guillén vienen al pelo para la crónica que evoca la estancia de un día en Mallorca que ha durado una semana. La repetición de horarios, gestos y protocolos propia de un viaje colectivo hace que la estancia de una semana se me antoje de un día, pero la lentitud guilleniana del transcurrir de las horas junto al mar en calma induce la sensación contraria. Es en esa dialéctica entre la percepción dilatada del lujo de la lentitud y la medida de un tiempo convencional a la que renuncié hace tiempo, en la que he habitado en este largo día mallorquín que ha durado una semana. Lo voy a contar sin referencias temporales.
(...) La metáfora mas cercana del lujo y la lentitud que tengo a mano en el archivo visual de mis neuronas --no he hecho ni una sola foto, ni siquiera con el móvil-- es el desplazamiento majestuoso sobre las aguas de un gran crucero con casco blanco, chimenea amarilla y ocho plantas superpuestas repletas de viajeros, saliendo de la bocana del puerto de Palma, mientras en los amarres permanece inmóvil la mayor concentración de yates que se puede ver en cualquier lugar de nuestras costas.
Por encima de los cascos de los demás barcos asoma el yate de un jeque árabe que tiene su nombre inscrito en letras de oro, cuyo dueño tal vez participa ahora en alguna conferencia de la satrapía preocupada por las revueltas callejeras, fastidiado porque las urgencias revolucionarias le impiden dedicarse al ocio oriental
rodeado de jefes de la banca occidental, mujeres que nunca aparecen en las revistas y un ejército de camareros, instructores, marinos y personal de tropa a su real servicio.
Ocupar los asientos de cola del vuelo 4008 de Air Europa que nos trajo a Mallorca tuvo el inconveniente de que la violenta vibración del casco del Boeing 737 me dejó tocados los oídos. Hemos de agradecer al amable personal de la compañía que nos dejara embarcar con equipaje, pues llegamos una vez cerrada la facturación, por una confusión nuestra con el horario del vuelo, embarcamos los últimos y la maleta viajó con las de la tripulación.
Mas tarde, cuando bajamos al salón del hotel, el taconazo de los flamencos diseñados al gusto de un público anglo ahora ausente, aumentado de decibelios por unos altavoces inmisericordes, terminó de dejar hecho polvo mi oído derecho, con una extraña reverberación que, horas después, seguía reproduciendo el horrible sonido de la música del Amor Brujo cuando ya había desaparecido de la realidad exterior.
Mallorca fue una colonia británica, y aunque los súbditos de su majestad que la visitaban con mayor presencia que ahora, desaparecieron después de que al despertar una mañana encontraran la libra esterlina devaluada un veinte por ciento, por la tozudez isleña de su gobierno en no formar parte de la comunidad monetaria del Euro, la oferta turística de una parte significativa de la isla sigue dedicada a ellos, aunque el único rastro de su presencia son ahora algunos jóvenes rezagados que retozan en sus calas.
Magalluf es una de ellas. Tiene un aire algo decadente, con la mayoría de sus chiringos repletos de carteles con las tradicionales ofertas, deshabitados. Que palabra, no? deshabitados. Iba a escribir cerrados pero, no se porqué, mi estancia en Mallorca me inclina ahora al dramatismo y la hipérbole. Será la Tramontana, que sopló un solo día, pero de cojones. En fin.
Decía que Magalluf estaba medio chapado, pero subsiste abierto un sitio muy singular
donde se aprecia un esfuerzo, algo esnob, por marcar la diferencia entre una cierta vulgaridad del turismo de medio pelo, y este lugar que, consciente de su singularidad, se hace llamar 'El Ultimo Paraíso', y se describe como 'Restaurante, Terraza y Cocktail Bar'. Nosotros tomamos un simple cortado, pero, efectivamente, nos costó como si fuera una cocktail. La registradora estaba estropeada y claro, no se podía marcar el precio exacto. Se puede pagar un poco mas por disfrutar de la mejor vista de Magalluf.
Es una sensación placentera tomar un café en la terraza de este lugar de privilegio de la playa de Magalluf mientras escuchas la música de la banda sonora de 'Anónimo Veneciano', una balada de Elvis o el sonido característico de la música instrumental pensada para no agredir los oídos ya medio tocados por el estruendo de la música racial y contemplar la mejor versión del paisaje del lugar, parcialmente esquilmado por los atracadores urbanísticos.
Lo bueno de 'El Último paraíso' es que está ubicado justo debajo de un entrante, una colina llena de edificios que doblan en altura la cota del monte donde se apoyan. La habilidad cinematográfica de los del paraíso les ha llevado a elegir una localización desde la que no se ve el lado de Magalluf saturado por la fealdad urbanística y en cambio tienes frente a tus ojos la otra colina, no estropeada por los saqueadores.
Disfrutas de ese placer contemplativo, mientras una gaviota espabilada le disputa el cebo a un pescador asomado al embarcadero, que retira la caña con precipitación para evitar que el bicho le coma la media sardina que cuelga del anzuelo. Esto parece indicar que la numerosa colonia de gaviotas que ronda por aquí se alimenta de pescado, no como algunos políticos de Heliópolis que parecen vivir de la basura de los vertederos.
Al término de nuestro paseo por la playa de Magalluf, nos acercamos a Katmandú. Se trata de una casa vuelta del revés, con los tejados apoyados en el suelo y la cimentación mirando al cielo color azul pastel, una atracción turística que forma parte de un parque junto a un hotel, donde cobran nueve pavos por visitar el mundo al revés. Eso ya lo hacemos todos los días, gratis, así que renunciamos a conocer su interior.
Horas mas tarde, en el hotel pudimos comprobar el grado de sutileza que emplean los de la patronal hotelera para aplicar un clásico de la gestión empresarial, la 'Reducción de Costes'. Los clásicos manteles de tela que antes cubrían las mesas del comedor, han sido sustituidos por estrechas tiras textiles de una anchura medida para soportar platos y cubiertos. El coste del ajuar y de la lavandería se reduce así a un tercio. Las manzanas asadas del servicio de comedor son ahora medias manzanas, medio asadas. El coste de la fruta y el tiempo de horno se reducen así a la mitad. La generosa provisión de jabones, geles, y champús, en los baños de las habitaciones, han pasado a la historia, solo queda una humilde y delgada pastilla de jabón. Las piscinas del hotel están vacías. Para que luego digan que no hay crisis.
Será que la temporada no ha comenzado del todo.
Todos estos signos de austeridad son un reflejo del paisaje de establecimientos cerrados a la espera de mejores tiempos, por la ausencia de turistas que en otro tiempo llenaban los alojamientos de la isla durante seis meses, mientras que ahora su presencia masiva se reduce a julio y agosto. Para el turista ocasional, esto es sin duda una ventaja. Por lo demás, los servicios básicos del hotel Marina Torrenova se siguen prestando,salvo pequeños detalles,con un buen nivel de calidad y atención.
Para nosotros, el hotel solo es un lugar donde comer y dormir de modo aceptable, nuestro interés se centra en las visitas a la ciudad de Mallorca y en el tercer día de nuestra estancia en la isla vamos a visitar la Catedral, sus barrios históricos, su barrio portuario, el mercado del Olivar, esas cosas.
Encontré el Mercado del Olivar con un aspecto excelente, recientemente renovado, con sus instalaciones y puestos magníficamente presentados. Una maravilla de colores los puestos de fruta, una pescadería espectacular, con gran variedad de especies de roca, salmonetes, escórporas, que aquí llaman cap roig, magníficos y abundantes rapes, muy bien de precio, morralla para caldo, gamba, bacalaos frescos, lubinas, sardinas, unos excelentes calamares, que me parecieron caros, 27 E. kilo, pero imposibles de encontrar, tan frescos y sabrosos, en otros lugares.
En las charcuterías abundaban los productos de porc negre, las clásicas sobrasadas,
y los puestos de la carne me parecieron dedicados, sobre todo, al buey. En fin, un magnífico mercado que recomiendo visitar, cuando pasas por allí, al regreso de la Catedral, cerca de la plaza mayor.
Lo de la Catedral es, claro, mas espiritual. No tanto por lo de Barceló, que no era lo que esperaba. No se porqué creía que iba a ver un panel horizontal, y lo que hay es la decoración mural de una capilla, pero la influencia de Gaudí es mas evidente en todo el edificio, sobre todo en la espectacular decoración del altar mayor, tanto en los relieves cerámicos de los muros como en la grandiosa lámpara que llena todo el espacio. Impresiona. Si.
El gran número de vidrieras que dejan pasar la luz al interior del edificio convierte a la Catedral de Mallorca en un espacio único en su género por la importancia que se ha dado a la iluminación natural al concebir el edificio.
Cerca de la Plaza del Olivar, hay un par de edificios modernistas, uno de ellos de Antonio Gaudí. Vale la pena detenerse un rato para disfrutar de sus detalles decorativos.
Después, puedes cruzar al otro lado del Paseo del Borne, internarte por los vericuetos de las estrechas calles y la judería, y en la plaza de les Drassanes, tomar un café en el bar Coto, amablemente servido por un camarero anglo, que tiene unos precios mas razonables que los de las terrazas de los puertos deportivos.
Visitamos el puerto deportivo de Andraix, después de una odisea de transporte público combinado, tomando dos autobuses, con sus esperas y sus peculiares rutas.
En la estación intermodal habíamos escuchado decir a un chófer,--Yo nunca voy por la misma ruta, porque me aburro. Esa debe ser la causa de las largas esperas y la poca
puntualidad en los horarios, lo que, unido a los elevados precios de los billetes, convierte en mas recomendable alquilar un coche que recurrir al bus, pero no nos apetecía conducir, así que, asumimos las molestias, por las ventajas de no movernos en coche por un lugar no bien conocido.
El Puerto de Andraix tiene un genuino aroma, y supongo que un sabor, pescador. Además de los barcos deportivos amarra allí una flota pesquera, lo que garantiza la cercanía y el origen de la materia prima que surte a sus restaurantes que tienen una clásica disposición junto al canal del puerto, pero que no pudimos probar porque nuestro plan consistía en una visita rápida, debido a las limitaciones de horario que nos imponía el uso del transporte público. Yo me hubiera quedado allí a comerme una lubina salvaje, pero mi mujer, optó por la raya en salsa del menú del hotel, que tampoco estuvo mal.
La tarde que se desató la Tramontana nos pilló en Palmanova, y al menos seis surfistas, de esos que se desplazan con ayuda de un parapente, se pasaron la tarde disfrutando con sus evoluciones, con una velocidad sorprendente recorrían la cala de un extremo al otro, algunos cubrían una línea mas alejada de la costa, otros, mas cercanos a la orilla, componían una figura multicolor con sus velas empujadas por el viento, que tiraban de sus planchas con una fuerza que ellos controlaban desde los tirantes para cambiar el sentido de su marcha o dar saltos acrobáticos para cambiar de dirección. Un espectáculo. Si.
En este largo día que ha durado una semana, casi todo han sido playas y hoteles, hoteles y playas, un par de visitas a Palma, muchos kilómetros andados por los alrededores, ningún día de lluvia, un solo día ventoso, y estancos, multitud de estancos. Esto ha resultado ser el paraíso de los estancos y de las bebidas alcohólicas, ofrecidas en las tiendas, amontonadas en pilas, pero también el del lujo
de las tiendas del Paseo del Borne, donde Zara ocupa ahora un palacio entero, las casas señoriales de los dos barrios antiguos que se extienden a ambos lados del paseo, la presencia espectacular de los yates en el puerto deportivo, pero también, la lentitud.
El tiempo es lujo y va muy lento. Lo dijo Jorge Guillén, cuando ya tenía noventa años.
Pues eso.
Volvimos a Heliópolis ayer con el cansancio acumulado, no solo de los muchos kilómetros andados, sino de los años vividos, y el telediario, mas que noticias, parece que da sobresaltos, lo de Portugal, la subida del tipo de interés, las malas previsiones del desempleo. Encuentro en el periódico de hoy una buena noticia. La delincuencia urbana ha descendido a la mitad.
La persona que asistía en el hotel mallorquín a los viajeros insistió mucho en que se evitara llevar la cartera en el bolsillo de atrás, no por la malicia de los interesados en apropiárselas, sino por su curiosidad, querían conocer lo que había dentro. Una pulsión infantil, digamos.
Ahora entiendo esa insistencia, esa mitad de carteristas que ya no están aquí, han debido irse a Mallorca, de vacaciones. Que lo pasen bien. Carteras no les van a faltar, no hay tantas como en plena temporada, pero aún hay suficientes.
En fin. Mallorca 7.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 7-04-11.
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