viernes, 8 de abril de 2011

VIDA LABORAL

He bajado al Maravillas en esta mañana luminosa, pero no había periódico. Una clienta pedía ayuda a alguien para saber lo que debía hacer para obtener su Vida Laboral. Una vez informada de que solo debía llamar por teléfono y marcar luego un dígito para obtener lo que necesitaba, se marchó. Así pues, la Vida Laboral, con mayúscula, es un papel, expedido tras solicitarlo a una máquina.

La vida laboral, con minúsculas, es otra cosa. Es una experiencia personal que en ocasiones alcanza casi un tercio de la vida biológica, pero que en el caso de muchos jóvenes preparados en espera de incorporarse al mundo productivo, es igual a cero. Ayer vi por televisión una manifestación en Madrid que reunió a cuatro mil jóvenes en protesta por su exclusión del mercado laboral y por la precariedad de la mayoría de los que lo alcanzan. En concreto, parece que habían hecho sus cuentas y visto que su vida laboral no les va a alcanzar para una jubilación con viajes del Imserso.

(...)

En mi caso personal, la vida laboral es una etapa felizmente superada, además de una extensa experiencia que ha tenido de todo, trayectorias en alza y en declive, interrupciones y periodos accidentados, tiempos muertos y etapas muy activas. No me he aburrido, pero prefiero la sensación de libertad que da la vida a secas, sin adjetivos.

El principio de mi vida laboral ha quedado en mi recuerdo asociado a un intenso perfume de violetas y al aroma del tabaco en rama. Comenzó como meritorio en una consultoría fiscal, antes de cumplir los trece años. Mi puesto de trabajo estaba junto a una mesa instalada en el vestíbulo de aquellas oficinas. Sobre la mesa había instalada una maquina Victoria de liar cigarrillos, provista de una tolva donde se colocaba el tabaco y mi tarea consistía en elaborar cigarrillos para el patrón, en los tiempos muertos cuando no había afluencia de clientes, a los que recibía vestido de calle, sin uniforme de botones.

Un día sonó el timbre de la puerta, la abrí, y ante mis asombrados sentidos adolescentes apareció una mujer de un físico rotundo y voz delicada, de cuyo cuerpo voluptuoso emanaba una envolvente nube de perfume de violetas. Cuando la acompañé al despacho del gestor que debía atenderla, la hice pasar, y al retirarme, escuché el chasquido del cerrojo que ponía a buen recaudo aquella aparición, dejé para siempre el territorio de la infancia e ingresé en la conflictiva adolescencia.

Permanecí en aquel trabajo hasta los veinte años y en esa etapa pasé por toda la escala jerárquica posible en aquella dependencia profesional. Primero, dos años de puerta, después, dos mas en las calles de la ciudad entera --me aprendí todos los nombres-- repartiendo en el domicilio de los clientes las liquidaciones de los pagos fiscales que se realizaban por su cuenta, y saldando las pequeñas diferencias entre sus provisiones de fondos y los pagos realizados en su nombre.

Al quinto año, accedí a un puesto de mayor prestigio. Se me confió una cartera y la obligación de aparecer todos los días en la Delegación de Hacienda, para formalizar los trámites solicitados por los clientes. Mi autoestima creció enormemente al juntarme a almorzar en un bar, 'Casa Batiste', con un grupo numeroso de agentes y gestores, todos con mayor experiencia que la mía, en un ambiente distendido y adulto
en el que permanecí otro par de años.

La norma de la casa establecía que, una vez cumplida esa etapa, ya podías acceder a tareas de contabilidad y, cuando decidí abandonar la empresa --creo recordar que yo era un poco trepa, y deseaba conocer el mundo de la empresa real, mas que el de los servicios a las empresas-- tenía a mi cargo la responsabilidad de la contabilidad de seis decenas de empresas clientes.

Terminado aquel aprendizaje, que duró siete años, comenzó una larga y variada trayectoria en empresas privadas, primero una dedicada a instalaciones industriales,
luego otra gasística donde, a los veintisiete años, ejercía la dirección financiera.

La empresa suspendió pagos, en parte, por su deficiente dirección financiera, supongo, y entonces, mientras me buscaba la vida en otra parte, me matriculé en la universidad donde me licencié en Económicas, consciente de que había llegado a la dirección financiera demasiado pronto, sin formación suficiente. Algo así como lo que les ocurre ahora a Belén Esteban y compañía, que ganan una pasta en la tele, sin tener ni puta idea de nada. Estoy seguro de lo que digo porque recuerdo perfectamente
que en aquella época, cuando hacía el presupuesto, escribía superhábit, en vez de superávit.

Mi paso por la universidad, mientras trabajaba en una empresa vinatera, pulió un poco mis insuficiencias ortográficas y conceptuales y cuando dejé la empresa, quince años mas tarde, era un profesional mas sólido, pero, un poco mayor ya. Recuerdo que cuando dejé aquella compañía --la primera en exportación en su sector-- tenía una cosa clara. Nunca mas pensaba volver.

Tal como está la situación ahora puede parecer un poco insólito, lo cierto es que
con 47 años fui contratado por un grupo madrileño como director financiero de una empresa del grupo radicada en un polígono de Heliópolis, dedicada a electrónica industrial y señalítica.

El contrato fue por cuatro años y, efectivamente, al cuarto año fue rescindido. Recuerdo que llamé yo mismo al jefe de personal de Madrid, para reclamar la rescisión y la oportuna indemnización, porque estaba deseando realizar un placentero viaje a Lisboa con la tela que me debían. Los tíos de Madrid reaccionaron con desconfianza ante mi insistencia en ser despedido y mandaron unos auditores porque pensaban que yo había trincado pasta de la empresa y me quería fugar. Cuando comprobaron que su desconfianza era infundada, se quedaron tranquilos, y yo me largué a Lisboa en un Rover prestado de unos amigos.

El último tramo de mi larga y variada vida laboral fue el mas accidentado, pues solo me contrataban empresa en crisis, con dificultades financieras, donde la permanencia indefinida no era probable. Promotoras del sector de la Construcción, Fábricas de Joyerías, Manufacturas de mármol, son las que recuerdo ahora. Entre contrato y contrato había meses de inactividad. Ese último tramo se podría calificar de precario, pero con un concepto de precariedad distinto del que manejan ahora los jóvenes disconformes que han protestado en Madrid.

Para esos jóvenes manifestantes, precariedad significa inseguridad en la etapa inicial de su vida laboral, lo que implica la imposibilidad de obtener estabilidad,
formar una pareja, comprar una casa, obtener una hipoteca. Mi casa la compré, sin hipoteca, cuando trabajaba en la empresa gasística. Nunca he tenido una hipoteca, si he recurrido al crédito personal. Mi segunda vivienda, una modesta casa rural,
la pagué al contado porque me costó cuatro cuartos.

Mi precariedad ha sido diferente. Ha sido una precariedad tardía, con una situación familiar ya estable, los hijos emancipados, y yo la he sentido como una sucesión de espacios de libertad insertados entre periodos de obligaciones laborales que coartaban mi sentido de la libertad.

Transcurridos mas de cuarenta años de aquella primera sensación del perfume de violetas, cuando inicié mi vida laboral, decidí no esperar a los sesenta y cinco años para darla por concluida, pues no viendo posibilidades de ser contratado, calculé que me interesaba mas jubilarme a los sesenta y uno, aun renunciando a una parte de la prestación, que dejar que se deterioraran mis bases de cotización, con lo que no ganaba nada con la espera.

Hoy, no parece que sea posible jubilarse a los sesenta y uno, aunque no estoy seguro de cuales son los mecanismos de la entrada en vigor de las leyes que marcan el nuevo límite de los 67 años para hacerlo.

Toda esta historia tan poco interesante, espero que sirva, al menos, para dar cuenta de como los trabajadores de mi generación marcamos el final de una época. La que se aproxima, de momento, no parece mas venturosa.

Los jóvenes que han protestado en las calles de Madrid, porque no ven nada claro su futuro, su Vida Laboral, merecen todo el apoyo de la sociedad entera. Ellos son, sin duda, las víctimas de la situación, sin haber empezado apenas a vivir, es decir sin ser responsables de los excesos y errores del sistema que la ha provocado.

En fin. Vida Laboral.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 8-04-11.

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