lunes, 14 de mayo de 2012

EXPERIENCIA COGNITIVA

Hay un experimento sencillo al alcance de cualquiera, que se puede practicar en casa sin riesgo alguno para la integridad física del experimentador.
(...)
La cosa consiste en sentarse en el sillón que tiene usted frente a la tele, mientras permanece apagada --en mi caso es una tele de plasma de 40", reciclada de la basura, que ha vuelto a funcionar por medio de la sustitución de un condensador que cuesta dos euros-- a esa hora fronteriza en que la luz del amanecer todavía no se insinúa.

Una vez instalado, una mirada panorámica a la estancia permite reconocer con la lámpara encendida los muebles y objetos cotidianos. Después, se apaga la lámpara, se cierran los ojos un instante, y al abrirlos después, a pesar de la oscuridad --incompleta-- , una nueva mirada permite reconocer, otra vez, todos y cada uno de los muebles y objetos, a pesar de que la tenue claridad que se filtra por los visillos de las ventanas que dan a la calle no ilumina directamente, ni de manera suficiente, la estancia ni sus contenidos.

¿Como es eso posible?

La intuición indica que los ojos del observador, ante la ausencia de luz eléctrica o diurna, se han puesto automáticamente en modo nocturno, sin excluir el efecto de la memoria visual, si es que tal cosa existe y se puede llamar así.

Esto parece una chorrada, y hasta puede que lo sea, sin embargo, experimentos simples como este, han llevado a muchas personas a dedicar su vida a la ciencia, para formularse preguntas y tratar de encontrar alguna respuesta --Quienes no tenemos esa disposición para la ciencia, nos conformamos con el relato de esas experiencias y, probablemente, otros muchos ni se plantean cuestionarse algo tan conocido como que los humanos tienen visión nocturna, aunque menor que los felinos.

En medio de esa oscuridad incompleta, repaso los objetos que me rodean. El retrato del gato que convivió con nosotros durante casi veinte años, y ahora está junto a un pino, bajo una fina capa de cemento, en la casa de la sierra. Un retrato aerografíado por Jordi, con mucho talento, en el que destacan los grandes ojos felinos.

Un óleo del abuelo, pintado por Antoni Llop, que esta primavera presentará una exposición en el Ateneo. Dos cuadros de Mónica, de la época en que pintaba, ahora enseña y ya no pinta. Suele pasar. Noto la ausencia de otro cuadro, que ahora está en otro lugar de la casa, de Vázquez, un pintor que expuso en la Galería Puchol Quixal, luego se metió en la enseñanza, y lo dejó también. Es una muestra de miserabilismo,
un interior de la casa de Blasco Ibáñez, antes de su restauración, habitada entonces por una familia gitana,
Una silla de enea, un cesto medio roto, un paraguas y un par de cacharros de loza desportillados, en una estancia de paredes oscuras y suelo cubierto de paja.

Un óleo reciente de Jordi, una mano humana, con el puño cerrado del que intenta escapar una forma intangible. Dos sofás de cuero negro, una mecedora antigua, de las llamadas tipo Kennedy, una estantería con una escasa presencia residual de los libros que he salvado de la basura, un jarrón con
flores de pascua que conservan, a pesar del ambiente raro por el tabaquismo, su lozanía desde la navidad pasada. La mesa redonda que se agranda los martes cuando acuden mis hijos al ritual semanal del arroz al horno. En fin, muebles, objetos, cosas que son visibles, reconocibles, a pesar de la oscuridad --incompleta-- que reina en la estancia y que me han dado para imaginar esta entrada que estoy escribiendo ahora, con algo de prisa, porque me esperan para una visita cultural a la Valencia Erótica.

Pues nada, queda escrita. Tengo serias dudas de que les sirva de algo.

En fin. Experiencia Cognitiva.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 14-05-12.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios