miércoles, 16 de mayo de 2012

VALENCIA ERÓTICA

El lunes participé de una visita cultural a la Valencia Erótica, acompañado de un alcoyano filólogo, historiador, o ambas cosas, no le pregunté, que me recordó a Xavi Castillo y nos descubrió algunas cosas muy interesantes de nuestra propia ciudad, que desconocíamos.

(...)
La cosa empezó en la Lonja de la Seda, donde pudimos admirar desde un lateral de su fachada la presencia de una gárgola que representaba a una mujer desnuda tocando sus genitales. El filólogo, después de aludir a Vicente Ferrer como el ayatolá de su tiempo, nos explicó que la presencia de esa figura no representaba una exaltación del sexo, sino todo lo contrario, la representación de los impulsos pecaminosos que, por aquel tiempo, se extendían por doquier en una Valencia que era entonces una de las ciudades mas prósperas de Europa y, al parecer, esa prosperidad material era generadora de los excesos que le dieron fama, y del impulso religioso vicentino para combatirlos.

 Después, frente al portal de la Iglesia de la Compañía, el guía nos leyó un texto medieval que trataba de los olores corporales, aconsejando a las mujeres galantes de la época que olores debían evitar, y cuales debían conservar, por su poder de atracción del macho, y como los aspirantes a varones apetecibles debían obrar de la misma manera.

 Esos consejos me hicieron pensar, y desde el lunes no me ducho ni me cambio de ropa, por probar si el olor de mis axilas es capaz de superponerse al del tabaco que exhala mi boca de fumador. Hasta el momento, no he obtenido ningún resultado visible de ese cambio de estrategia odorífera. Si se produjera, lo diré. 

Concluido el discurso olfativo, nos hemos acercado al Portal de Valldigna, y nos hemos informado de que esa puerta era el acceso al barrio musulmán, que se extendía hasta la calle de Blanquerías, que se llama así porque los habitantes de ese barrio eran tintoreros, y se dedicaban a la lavandería de la ropa que les llegaba desde al barrio cristiano


 En una calle larga y estrecha de esas proximidades, cuyo nombre no recuerdo, hay un bajo donde, según contó nuestro acompañante, se imprimió un libro, por primera vez en la Europa de la época. Al parecer, Gutenberg inventó la imprenta, pero, dado que los poderes religiosos consideraban aquello una invención demoníaca, no se encontraba ningún lugar para instalar la primera imprenta, y fue aquí, en este bajo del antiguo barrio musulmán, donde un artesano impresor que provenía del taller de Gutemberg, que se había traído una prensa de vino modificada, imprimió la primera plancha que dio lugar después, a las primeras biblias impresas, y a los relatos caballerescos, como el Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell.

Junto a Na Jordana, cerca del Museu, hay un callejón que termina en una especie de corral de comedias, ahora ocupado por Carme Teatre, que en su tiempo fue el mayor prostíbulo de Europa, un recinto amurallado cuyo cerramiento llegaba, de un lado, hasta la orilla del río, y de otro hasta el Museo. Ese recinto estaba rodeado de árboles. Cuenta el alcoyano que fueron talados porque, para acceder al prostíbulo se pagaba entrada, y los clientes de menos posibles acostumbraban a acceder sin pagar trepando por aquellos árboles y dejándose caer del otro lado del muro. 

 Al parecer, las meretrices --mujeres de mérito?-- del prostíbulo, eran personas ilustradas, sabían leer y escribir, cosa rara en aquel tiempo y en sus casas, aisladas unas de otras, se podía encontrar, en los bajos, una soberbia colección de cojines y colchas, sedas y tapices, de un lujo oriental, y en la planta alta, bibliotecas porque, al parecer, los clientes no solo buscaban sexo, sino esparcimiento intelectual. 

Algunos eran clientes de un día, otros de semanas, incluso meses, como si estuvieran disfrutando una cura de balneario. La figura de aquellas mancebas, si es cierto lo que cuenta el alcoyano, recuerda mas a las geisas orientales que a la idea vulgar de la prostitución callejera, y, probablemente, su conversación culta fue tan apreciada como sus favores físicos.

En aquella Valencia medieval, las mujeres se maquillaban los pezones, se teñían el cabello con azafrán, sus escotes eran espectaculares y tanta era su fama en toda Europa que, mas tarde, cuando ya esa ebullición estaba en decadencia, Giacomo Casanova quiso visitar esta ciudad, y dejó constancia escrita de los restos de aquella efervescencia.

No pensaba contar nada de esta visita, pero cuando he ido a clase de Medios, una compañera me ha dicho, en confianza, --te cantan los sobacos, y esa asociación con la literatura de la época es la que me ha motivado para hacerlo. 

En fin. Valencia Erótica.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 16-05-12.

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