jueves, 20 de marzo de 2014

CRÓNICAS DESDE BENICÀSSIM (6)

Hoy he bajado al Maravillas, otra vez, antes de emprender la última crónica del viaje a Benicássim. Ese bar que tuvo tanta presencia en el blog, al que dejé de ir después de una bronca por el periódico con un merchero, especialista en comerciar con perfumes robados de Mercadona.

La visita de hoy se debe, en realidad, a la confluencia --no se si astral, o no, porque no creo en la astrología-- de varios factores de azar. El bar de los locos está cerrado por descanso pos fallero, no puedo sacar tabaco de la máquina.

El periódico tampoco lo puedo comprar en el lugar habitual, por el mismo motivo. Dicen que el día siguiente al final de las fiestas falleras es un día normal, que todo está como antes, pero a mi me parece advertir un aire un tanto funeral en las calles, no sé.

Mi coche lo dejé ayer tirado en una plaza recóndita. Hoy he debido ir, sin saber si se lo había llevado la grúa, o no, a cambiarlo de sitio, y el azar ha determinado que una de las pocas plazas libres para estacionar correctamente en este barrio, esté ubicada junto al Maravillas. Puro azar, es lo que gobierna nuestras vidas, sí, ahora lo probaré.
(...)
El café cortado que he tomado en el bar me ha costado solo un euro, y he podido leer el periódico, de gratis. Creo que estas dos razones consolidan mi querencia por volver al Maravillas, sobre todo porque el merchero ya no está, debe estar en alguna playa caribeña con lo que ha ganado con los perfumes robados. 

Se ponía el tío los domingos en el mercadillo, junto al Mercado Central, provisto de una gran bolsa conteniendo su oferta aromática, y un ejército de ayudantes, animadoras, visitaba cada rato la bolsa para llevar el producto al detall a las clientas, si.

La lectura del periódico me ofrece la oportunidad de un comentario antes de finiquitar la crónica de hoy. 

La página 23 de Levante lleva hoy un suelto de Pedro de Silva, maestro de la brevedad precisa, titulado, 'A saltar la valla'. 'Stephen Hawking nos acucia de nuevo a saltar la valla y colonizar la galaxia...', dice de Silva, a próposito de los cien años que le quedan de vida al mundo conocido, según los últimos hallazgos astronómicos que cuentan que se han visualizado desde un telescopio unas ondas que formaron parte de la explosión del Big Bang y que confirman diversas hipótesis científicas sobre el carácter finito de lo que se suele calificar de infinito. 

Hawking es cosmólogo y sus pronósticos, a mis ojos, tienen el mismo valor que los de los augures del Fondo Monetario Internacional, con frecuencia equivocados, o los de los comités de 'sabios' que estos días concluyen que, para acelerar la salida de la crisis, hay que subir los impuestos. Subir los impuestos, cuando una porción amplia de la población, sobre todo los que mas se escaquean, no los pagan, me parece irrelevante como instrumento económico, salvo por sus efectos para joder mas a quienes si los pagamos. 

Tenga razón, o no, Hawking, como dice mi mujer, dentro de cien años, nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos, nosotros desde luego con una probabilidad igual a 1, ya no estaremos en condiciones de emprender ese viaje espacial que aconseja el cosmólogo para colonizar otros lugares y evitar la extinción de la especie. 

Esto sin considerar que ya estamos en pleno viaje espacial desde siempre. Nuestra casa común, la Tierra, es una nave espacial en movimiento que se mueve en rotación, con su volúmen esférico imperfecto, acercándose y alejándose del sol, o siguiendo su órbita, con sus efectos estacionales en la vida de todos nosotros, haciendo que los mas viejos pillemos un trancazo por causa de esas variaciones en el clima, y algunos, muy susceptibles a esos cambios estacionales debamos visitar la parafarmacia cada otoño, o cada primavera, para darnos un chute de jalea real vitaminada, con el fin de combatir las tendencias en el ánimo acentuadas por esas variaciones.

Sean cien, o cien mil millones, los años que le quedan a esta nave espacial para seguir navegando, lo que está clarísimo es que hay que cuidar la casa, repintarla de vez en cuando, y vaciarla de mierda.

Lo que no puede ser es que en París o Pekín, las gentes no puedan salir a la calle sin máscara antigas. Eso es contrario a las leyes humanas, sean cosmológicas, de control de tráfico, fiscales o ambientales, y si no aprendemos a respetar las condiciones de habitabilidad de nuestra propia casa, no merecemos seguir habitándola por un tiempo infinito. 

La centralidad de la crisis económica en la información, la política y la conducta humana en los últimos años, no ayuda precisamente a la tarea conservacionista.

Joder, creo que me he pasado, yo quería hablar de Benicàssim, y ya ven. A continuación sintetizo los dos últimos días en Benicássim --dos por uno, oferta pos fallera-- porque ya me aburre el tema. Voy.

Uno de esos días que no teníamos excursión programada, tomamos el bus en la via que transcurre junto a Las Villas de Benicàssim, cerca del Hotel Orange donde nos alojamos, y bajamos en el Grao de Castellón. 

Yo ya conocía el puerto pesquero, porque uno de mis muchos y variados pluriempleos a lo largo de mi vida laboral consistió en auditar las cuentas de diversas entidades de la zona, la Comunidad de Regantes de Burriana y diversas Cooperativas Agrarias de la provincia de Castelló, pero no conocía Puerto Azahar, una ampliación de la zona portuaria, con fines turísticos y deportivos, que ha sido decorada, como casi todo por aquí, con las inefables esculturas de Ripollés. 

Es sorprendente la capacidad productiva de este artista, que parece tener la exclusiva local del arte mas o menos esculpido. Hasta en una finca de vecinos, que se ve desde el paseo portuario, ha colocado Ripollés, literalmente pegada a su fachada, una de sus enormes creaciones escultóricas. 

Debo decir, también, que este artista polifacético, y su producción multiforme, no excluye auténticas obras de factura clásica. Si van al campus escultórico de la Universidad Politécnica de Valencia, encontrarán una magnífica figura en bronce, un toro. Sus superficies, en lugar de lisas, parecen acabadas con las manos por el artista, con un efecto de fuerza estética tremendo. Pues bien, aunque no lo parezca, también es de Ripollés, o sea, que este hombre sabe hacer de todo, pero hace lo que quiere, gracias a los encargos que se sabe agenciar.

En el puerto pesquero, al que se accede después de pasar por un precioso estanque dotado con un puente de madera, está la flota pesquera amarrada. Son barcos arrastreros, de diferente calado, eslora y antigüedad, pero todos tienen en común el sistema de palas en la popa para controlar las redes, y da un poco de miedo imaginar como arrasan con todo cuando esas enormes redes se desplazan cerca de los fondos.

En el muelle, ordenados en montones están los diversos aparejos necesarios para esos sistemas de pesca, centenares de boyas, de diferentes formas, colores y tamaños, para la señalización de las redes en alta mar, las propias redes que parecen necesitar reparación, una especie de manguitos apilados que no hemos identificado para que sirven. 

Desde este escaparate multicolor de cachivaches de pesca se percibe un olor salino a gasóleo que emana de las aguas del puerto. Me doy un chute de ese aroma. Como dice Barbosa, un personaje de uno de mis relatos cortos, --Siempre he vivido en ciudades portuarias, y no sabría vivir en otro sitio.

El día de nuestra partida, por la mañana, fuimos a visitar el enorme mercado --no parece preciso llamarlo mercadillo-- que se extiende en un espacio urbano entre el Grao y el centro de Castelló, bajo una enorme carpa de obra civil que acoge miles de puestos de venta. 

Una docena de calles de una longitud considerable, flanqueadas por los chiringuitos del mercado, componen este espacio comercial, habitado por diversos grupos por el lado de la oferta, africanos, mercheros y otras etnias que llevan el comercio en la sangre, junto a los itinerantes de los puestos de alimentación. 

Por el lado de la demanda, una considerable multitud llena este espacio comercial, mayor que todos los mercadillos juntos que se pueden encontrar en Valencia, o en otras poblaciones. No hay que perdérselo 

Después de pasear por esas calles, --hace falta mas de una hora para recorrerlas--nos detuvimos en uno de los puestos de frutas y verduras, situados al final del recorrido, y compramos medio quilo de fresones, que nos papeamos en el momento. Según Encarna, muy baratos, como las buenísimas alcachofas expuestas, 1 euro el quilo. Encarna le dice al vendedor --Tendré que venir desde Valencia a comprar aquí.. El vendedor, contesta, con sorna, --Pues, para medio quilo, si cuentas el gasto de gasolina, no se si te traerá cuenta... 

Tanto andar, porque le dimos un par de vueltas al circuito merchero, tuve que satisfacer mis necesidades renales, y aquí, he de mencionar lo único negativo que encontré en este lugar. Es un aviso para navegantes. Ni se les ocurra entrar en las instalaciones sanitarias que el municipio ha dispuesto en este lugar. 

Yo he visto lugares un poco guarros, dotados de placas turcas, en otros municipios, pero jamás había visto un aparato sanitario convencional al que alguién se ha encaramado, como si fuera una placa turca, dejando en la tapa de plástico la muestra de como se defeca en turquía, o antiguamente en los campos de la China tradicional, dejando el abono para enriquecer los campos. En fin. Una guarrada, si. 

Debí haberlo previsto. Encarna me sugirió que saliéramos fuera.Casi siempre tiene razón, pero yo alegué la urgencia biológica perentoria, y, como casi siempre, me equivoqué.

Releo la página y percibo que los últimos párrafos no son el modo mas indicado de acabar una crónica, así que lo haré evocando las bellezas marineras de esta costa, desde la Plana Alta hasta el Baix Maestrat, la transparencia de este mar ancestral, iluminado por la intensa luz que proyecta la incipiente primavera. 

Visitado por griegos, romanos, fenicios, árabes, que tantos rasgos de su carácter habrán dejado por aquí, ese mar no es solo un espejo de luz, sino un foco de cultura clásica. 

Me gustó la interesante riqueza forestal, plagada de árboles y cáctus centenarios, que se ha salvado de la destrucción urbanística, todo ello susceptible de ser respirado, disfrutado, vivido, desde un lugar tan confortable, tan bien situado, como el hotel Orange, que no solo tiene unas buenas instalaciones, sino una excelente plantilla que, al no ser tan escasa como en otros hoteles, entiende la atención al huésped con una amabilidad y una correcta dedicación, como yo no había visto en los múltiples y variados lugares que he visitado en los nueve años que llevo en situación de júbilo.

Pues eso, viva Castelló, a pesar de Fabra 1, viva el hotel Orange. Vivan las Fallas... Aleluya.

En fin. Crónicas desde Benicàssim (6) 

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 20-03-14.

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