domingo, 30 de marzo de 2014

MOLIERE )No van las tildes...no va nada)

He sacado de la biblioteca un librito en rústica de Moliére que solo puedo citar de memoria, porque se lo he prestado al profesor de Teatro, con la condición de que me lo devuelva el martes, antes de que expire el plazo para su devolución.

Moliére, ya saben, fue ese cómico francés, del siglo XVII, creo, que murió en el escenario vestido de amarillo, y sus muy supersticiosos compañeros de oficio evitan vestirse con ropas de ese color, que se considera gafe desde entonces.

El libro contiene los textos de dos obritas de teatro de Moliére, Don Juan y Tartufo, pero lo que me motiva para escrbir esta entrada es su introducción, de un autor que no puedo citar ahora por no tener el ejemplar del libro delante.

Esa lectura recuerda una enseñanza que a veces olvidamos, a saber, que los siglos pasan pero la naturaleza esencial de los hombres no cambia, pese a las evidentes diferencias entre las generaciones que se van sucediendo, las pulsiones que determinan la conducta humana, las ambiciones, las hipocresías, se manifiestan siempre, aunque en otro contexto. .....  

En esa introducción se relatan las múltiples dificultades, presiones, prohibiciones y censuras que sufrió Moliére para impedir que se estrenara su obra Tartufo. Hasta el punto de que la versión que consiguió estrenar, después de repetidas súplicas al Rey para que levantara las prohibiciones que pesaban sobre ella, no se parecía gran cosa a los textos originales, y el personaje central Tartufo, solo comienza a aparecer en el tercer acto de la obra, lo que da una idea de los tijeretazos que tuvo que sufrir para poder ser estrenada. 

Tartufo es la representación de la hipocresía de un personaje que se cobija en una conducta piadosa para lograr sus objetivos impios, en una sociedad, la del siglo XVII, donde una serie de organizaciones, cobijadas bajo el manto de la religión se dedican a medrar, sobre todo, para incrementar su riqueza material y su poder. 

Se cita una en particular, el Sacro no se que, que persiguió a Moliére con saña, porque entendía que la obra censurada era un ataque directo a su congregación, que fue declarada ilegal por Mazarino. 

Si nos situamos en la España de López Rodó, el desarrollismo y el objetivo de que se alcanzara una renta per cápita de 3000 dólares, encontramos un ejemplo de la influencia del Opus Dei en este país, muy semejante a la de aquellas organizaciones secretas del siglo XVII. 

No es casual que cuando Marsillach estrenó el Tartufo en España, hace ya décadas, se levantara tanta polvareda. Ahora mismo, te das una vuelta por las calles mas emblemáticas de Heliópolis, y observas como han crecido en los últimos años, coincidiendo con el gobierno de Camps, los metros ocupados por dependencias de la Universidad Catolica, un campus extendido en pleno centro urbano, si bien mi colega de tertulia de los viernes, Rafael Ventura Meliá, me hace ver que esos espacios son arrendados, antiguos palacios y conventos que han exigido verdaderas fortunas para su rehabilitación. 

Esa expansión ha coincidido con la presencia aquí de un arzobispo que luego ha ascendido a cardenal, y con declaraciones extemporáneas del obispo de Madrid Alcalá y otras parecidas, que dan fe de que el ideario de la España nacional católica está presente, y es beligerante, al menos con la misma intensidad con la que las organizaciones secretas de justificación religiosa del siglo XVII practicaron su influencia en la vida pública, y se lanzaron contra Moliére, con intención de silenciarlo o destruirlo.

En este caso, si, hay moraleja. En lo esencial, los hombres no cambian. Pasan los siglos y la pulsión de la ambición no desaparece. La hipocresía solo es un medio para lograr los fines que marca la ambición desaforada, sea de poder,de riquezas materiales o de ambas cosas que suelen ir juntas. 

Tartufo es la personificación en clave de farsa de esa singularidad humana, lástima que no tengo aquí ahora el texto para reforzar ese argumento.

En fin. Moliére. 

LOHENGRIN )CIBERLOHENGRIN) 30 03 14

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