domingo, 30 de septiembre de 2007

WHITMAN

Tendido sobre la arena de la playa, mi cuerpo desnudo recibe la energía telúrica que fluye, con
trayectoria ascendente, desde el núcleo terrestre. La piel se contrae y se dilata en espasmos intermitentes y en el centro de ese movimiento de respiración táctil, los impulsos energéticos se introducen en las células regenerando la vida, dotándola de la alegría salvaje que impregna los versos de Walt Whitman.

La celebración del yo, la potente sensualidad, la sensibilidad lírica que desprende Hojas de Hierba, de Whitman, es un canto a la naturaleza, una vuelta del hombre a la matriz terrestre y un alejamiento de los falsos caminos, de los laberintos en que se pierde al intentar buscar la felicidad a través de las ideas, en lugar de encontrarla en sus propios sentidos.

La luna está hoy mas próxima que nunca de nuestra casa común. Esa cercanía ha alterado las rutinas de la bajamar y la pleamar en las playas de Donosti, y ha permitido llegar caminando, desde el peine del viento hasta la isla de Santa Clara. Aquí, en el Mediterráneo, el tamaño de la imagen lunar se ve mucho mayor que de costumbre. El mar de la tranquilidad, y las formas de algunos cráteres, se perciben con una cercanía y una nitidez asombrosas.

Además, es plenilunio y la luz lechosa reflejada en las cercanas dunas, permite adivinar entre las plantas rastreras que las sujetan, una activa vida nocturna de escarabajos, salamandras, insectos y otros inquilinos de ese hábitat regenerado que, confundidos por el exceso de luz, salen a docenas de sus escondrijos, con un aire entre curioso y despistado, celebrando la sorpresa de esa luminosidad desacostumbrada.

Cuando perdemos la capacidad de sorprendernos por las cosas pequeñas es que algo va mal. Nos enmerdamos, a veces, con las grandes palabras, las ideologías, las polémicas y otras naderías, y se nos olvida la presencia de lo obvio. Whitman fue un maestro de la felicidad de lo mínimo. Su cuerpo y su espíritu fueron grandes receptores de los pequeños impulsos de la vida, que su capacidad lírica transformaba en sensaciones percibidas por quienes le leían como un lenguaje de alcance universal.

Ahora estoy aquí, tendido en la playa, bajo la luz nocturna de un septiembre declinante y comprendo plenamente el mensaje de Whitman sobre la felicidad de las cosas pequeñas. ¿Por cierto, quien me habrá atado?. No me puedo mover. En realidad, no consigo recordar que hago aquí.

Tengo un pequeño lío en la memoria. Me duele la cabeza. Recuerdo que cogí el coche y el telescopio para contemplar el raro fenómeno de la cercanía lunar en esta noche excepcionalmente clara, desde la orilla del mar, pero, no se muy bien que pasó después.

Creo que llegué hasta el estacionamiento sin novedad. Si. Estaba sacando el telescopio del maletero y.....¿que pasó después?

Dos tipos. Si. Recuerdo a dos tipos. Uno me pidió fuego. El otro....debió darme un golpe en la cabeza...si....uno se llevó el coche....el otro se llevó mi ropa y me ató, desnudo, a estas estacas. Joder.....que dolor de cabeza. No estoy seguro de nada.... en realidad.

¿Que oigo? ¿Es la sirena de la policía..?.....Suena como el timbre de un despertador. Joder, son las tres de la mañana. Es la hora recomendada para ver la luna en su máximo esplendor. A ver. Me asomo a la ventana. El tamaño de la imagen lunar se ve mucho mayor que de costumbre. El mar de la tranquilidad y las formas de algunos cráteres, se perciben con una cercanía y una nitidez asombrosas.

Ha valido la pena interrumpir el sueño, para contemplar algo así.

Lohengrin. 30-09-07.

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