miércoles, 11 de marzo de 2009

FRENAZO Y MARCHA ATRÁS

Después de años de mantener un discurso triunfalista en el que se describía a Heliópolis (la comunidad Valenciana) como el país de las maravillas y lo mejor del mundo mundial, Camps, su Presidente, cuyo semblante adquiere día tras día la lividez del fracaso, se descuelga ahora, nada menos, que postulando que sea el gobierno central quien intervenga en asuntos de competencia autonómica como la sanidad, la educación, la política industrial y las infraestructuras públicas, además de precisar que el impulso al sector del automóvil, --la Ford-- se realice desde Madrid.

Vascos y catalanes han dedicado su esfuerzo político, durante décadas, a ampliar y potenciar las competencias de sus gobiernos, para hacer mas efectiva su autonomía política. Aquí, en el mejor de los mundos posibles, se constata el fracaso político, económico y financiero de una comunidad frenada en sus aspiraciones por una clase política dominante fracasada, que ha dilapidado todos sus recursos, se encuentra en situación de quiebra técnica y, por tanto, huye hacia adelante mediante el procedimiento, algo infantil, de pedir que intervenga papá estado para resolver sus problemas.

Y aún tienen la cara dura de decir que, en 2.004, Aznar dejó un país boyante, que luego han arruinado los socialistas. Se les olvida un pequeño detalle que, por cierto, casi nadie recuerda.
Aznar se cargó de un plumazo el Impuesto sobre Actividades Económicas, que era la fuente tributaria con la que las administraciones locales hacían frente a una parte sustancial de sus gastos corrientes.

Como consecuencia de esa decisión, encuadrada en la ideología neocón de la pandilla de Bush, nuestros Ayuntamientos se lanzaron a especular con el suelo, para sustituir esa fuente de ingresos que se les había suprimido, y de aquellos polvos vinieron los lodos que ahora ahogan a la economía de la comunidad, centrada en la especulación, el maltrato del territorio, el abandono de los sectores industriales y agrarios, la divinización de la construcción y los servicios como los nuevos dioses de la prosperidad, ahora devenida en fracaso, como confirma la infantil demanda de auxilio de Camps,que revela la incapacidad financiera, la impotencia de una política incapaz de hacer frente a la situación.

Esta mañana he almorzado con unos amigos libertarios en el Barrio del Cristo. Después he visitado una industria gráfica recién instalada en un polígono industrial de Ribarroja. Unas instalaciones modélicas, un edificio imponente, pero una de sus plantas, dotada con equipos de la tecnología mas vanguardista, estaba vacía. El empresario que decidió hacer esas inversiones, en lugar de distraer esos recursos en actividades especulativas, ha tenido que recurrir a un ERE, y va a despedir a parte de su plantilla.

Mi amigo, el empresario, no ha trasladado ninguna queja por lo duro de la situación por la que atraviesa, pero en su semblante se advertía una cierta frustración, una sensación de fracaso. La misma sensación que percibo en el rostro de Camps cuando sale a decir unas cosas, cuando en su interior siente otras.

Porque la comunidad que nos deja, la que tenemos ahora mismo, es la expresión de su fracaso personal y de otros muchos fracasos empresariales como el que he conocido de primera mano esta mañana. Cuantos otros empresarios, cuantos trabajadores, sentirán ahora mismo esa sensación, que podría haber sido otra si los máximos responsables de nuestra vida pública hubieran actuado
de otro modo. Si hubieran buscado apoyar el equilibrio de nuestro modelo económico, potenciando la industria, modernizando nuestras estructuras agrarias, en lugar de dejarlas en la indigencia, derivando, de manera suicida, toda su política económica y financiera, hacia actividades puramente especulativas y a espectáculos grandilocuentes y efímeros.

No comparto, para nada, el sentimiento de fracaso implícito en una administración que practica el frenazo y la marcha atrás ante la envergadura del problema que tiene que enfrentar. Tampoco, aún entendiéndolo, el sentimiento de frustración de muchos empresarios que han seguido invirtiendo a pesar de saberse olvidados por quienes estaban obligados a apoyarlos.

Por el contrario, creo que nuestro potencial humano, empresarial, económico y financiero, pese a las dificultades de la situación actual, tiene grandes expectativas de futuro. Pero para que esas expectativas, esos nuevos proyectos, esas energías, esas sinergias, afloren, es condición necesaria la renovación de la clase política que nos ha traído donde estamos.

Porque hay que decirlo con claridad, ni Estados Unidos, ni el gobierno central, son responsables de las consecuencias particulares de la crisis en cada economía. La crisis es un marco general que nos afecta a todos, pero cada comunidad, cada país, cada economía, es responsable del modo particular en que se ve afectada por ella, porque son las políticas de desarrollo, las elecciones sectoriales, el modo en que se articula el esfuerzo político en una u otra dirección, lo que determina la intensidad del daño económico y social que cada economía recibe, que suele ser proporcional a su fragilidad, a la falta de consistencia de su modelo económico particular.

Tenemos una crisis, es cierto, pero no es solo económica y financiera, es, en primer lugar, política, y hasta que no desaparezcan de la escena las fuerzas políticas fracasadas que nos han conducido hasta aquí, nuestra capacidad empresarial, nuestro capital humano, no levantarán cabeza.

Es una opinión.

LOHENGRIN. (CIBERLOHENGRIN.COM) 11-03-09.

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