martes, 17 de marzo de 2009

LAS FALLAS

Para quienes apreciamos la belleza del caos, las fiestas falleras de Heliópolis son la manifestación mas acabada de ese fenómeno humano en el que la anarquía individual deja de lado temporalmente las normas de convivencia ciudadana y la población, residente y sobrevenida, se entrega por unas días al ejercicio de la transgresión impune. Nadie respeta horarios de sueño, convenciones de tránsito, espacios de silencio y en cualquier momento y lugar aparece una banda de música seguida de una tropa de indígenas disfrazados de marcianos, que irrumpen en el tráfico urbano produciendo unos atascos monumentales, entre el regocijo general y los ataques de nervios de los taxistas y conductores de autobús.

Un millón de visitantes se abalanza, como una horda de espermatozoides enfurecidos, sobre las caóticas calles, para tomar el útero de la ciudad, en cuyo balcón preside nuestra mas excelsa vacaburra, con su traje rojo, la ceremonia de la confusión de las dos de la tarde, en la que no falta de nada, vendedores de artículos ilegales y sustancias dudosas que se anuncian elevando carteles artesanales entre la multitud, trileros que se cobijan en las calles mas estrechas y transitadas, churreros y otros nómadas trashumantes cuyos puestos suelen estar colocados en los sitios mas inverosímiles de las vías urbanas, manguis, descuideros y carteristas que han venido a hacer la temporada, mimos, músicos de jazz y otras gentes del arte dramático, guiris, muchos guiris, y gentes de la ribera, de la canal de Navarrés, que las puertas de la Estación Norte vomitan por decenas de miles, cuando el reloj municipal señala la hora y un pirotécnico que suele cobrar la mitad de lo que vale su trabajo, dicen que por el prestigio de disparar aquí, se dispone a iniciar el ritual estruendoso que congrega aquí a tanta gente durante horas, y dura cuatro minutos.

Cuando termina el ritual, las gentes toman las calzadas y cruzan por cualquier lugar excepto por los señalados y protegidos que les corresponden, ante la desesperación de los conductores de vehículos, públicos y privados que, si no son de aquí, se quedan estupefactos ante esa manifestación de desprecio colectivo hacia la seguridad vial. Ese momento, lo confieso, es el que mayor placer me produce de todo este desbarajuste de truenos, música nocturna ruidosa, apreturas, precios retorcidos hasta la extenuación, --aunque este año observo que no todos crecen, sino que algunos decrecen--
atascos de tráfico que no tienen igual en ningún sitio, una anarquía total en los servicios de transporte público, y otros efectos externos de nuestra fiesta nacional.

Cruzar por donde me sale del bolo, contemplando los ojos inyectados en sangre de los coléricos conductores atrapados en medio de la multitud, es un placer hedonista, gratuito, intenso, que compensa de todas las molestias añadidas que se puedan señalar a esta fiesta excesiva, en la que cruzas una calle y te das de bruces con una docena de paellas que se cocinan en el suelo, sobre un montón de leña, un trueno disparado con alevosía te silba en el oído derecho, mientras el izquierdo reconoce las familiares notas del pasodoble “En el mundo” y tus ojos advierten que una turba de marcianos, con una banda de música detrás, viene hacia ti, dispuesta a aplastarte, a toda velocidad.

Hoy he tomado el autobús, --el noventa-- para ir a Nou Campanar, y como he elegido la hora en que mis paisanos están comiendo, he podido disfrutar de un horario regular de ese servicio, he sido transportado cómodamente sentado y he disfrutado de la visita a esa falla, a la que ha sido concedido el máximo premio de este año, y solo ha costado 900.000 Euros.

Es frecuente que quienes no conocen la fiesta, se lamenten de las grandes cantidades de dinero que se queman aquí en la noche del diecinueve de marzo. Hay que explicarles que esas sumas ya han cumplido su función, permitir que se gane la vida un montón de gente que vive de la industria de esta fiesta, que, además, su celebración genera una cantidad ingente de dinero en el comercio y los servicios, debido al gran número de visitantes que atrae, por no mencionar que no habría museo, parque temático, o lo que fuere, capaz de albergar el innumerable número de monumentos que se han plantado desde que se celebra, y por último, y no menos importante, que el acto ritual del fuego contiene en si mismo un impulso regenerador que libera las energías de la gente para volver a edificar algo nuevo a partir de las cenizas de lo viejo. Algo a lo que quizás debamos aplicarnos todos si, como parece, este año, 2009, va a ser el año mas cenizo de toda nuestra historia económica.

En fin. Tengo que ir terminando. He de preparar una cena informal para compartirla con unos amigos que vienen a casa. Después saldremos a ver las calles iluminadas mas premiadas del barrio, a visitar los mercadillos, ver alguna falla, tomar un te verde, un mojito cubano, contemplar los fuegos artificiales desde algún puente del río viejo, perdernos entre la gente que abarrotará hoy la ciudad nocturna y festiva. Cumplir, en suma, ese ritual anual, al que ustedes aún pueden acudir si lo desean. Heliópolis. Fallas de San José. Se queman la noche del jueves. Todo el mundo lo sabe, lo digo por si alguien no se ha enterado.

LOHENGRIN. (CIBERLOHENGRIN.COM) 17-03-09.

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