sábado, 14 de marzo de 2009

RETRATOS (4)

En una caja de cartón olvidada he encontrado un legajo de viejos papeles, folios mecanografiados, cuadernos escolares conteniendo historias aun no reveladas, el relato de un viaje a Lisboa con amigos en un flamante Rover 620 de color blanco, prestado, adornado como si hubiera transcurrido en el Lusitania Exprés, que suena mas literario. Junto a esos materiales de desecho, he hallado un relato de ficción que transcurre entre los calores húmedos de un Julio ya perdido en los rincones de la memoria y que, después de algunas dudas, he decidido incorporar al Blog.

“Ahora salgo con una siciliana de Palermo que se lava el pelo con canela, desayuna ostras con vino de aguja a las once de la mañana, tiene una afición desmedida por el brandy 1.866 y los cigarros Montecristo del cinco, y pasea su bien proporcionado metro sesenta envuelta en la luz excesiva de este verano terrible para los que pesamos mas de setenta kilos.

Ana se organiza un discurso de mujer libre, independiente, dura, pero el nudo de sus argumentos se licua en el güisqui de la tarde como si fuera un azucarillo y los hielos de tono pajizo del vaso que sostiene con su mano izquierda, reflejan la fragilidad de su entramado emocional, producto, tal vez, de sucesivos fracasos afectivos, con la misma crudeza con que las vísceras humanas se ofrecen, abiertas, a los dedos precisos y enguantados del cirujano.

Esa fragilidad la humaniza, y a la vez, la vuelve menos deseable. La pasión, cuando deviene en compasión por el dolor humano del otro, entra en una pendiente suave en la que se abandonan, poco a poco, las cumbres flamígeras del deseo inspirado por el misterio, en dirección a un estanque de aguas quietas y límpidas, en las que se reflejan otros sentimientos, la ternura, el instinto de protección de alguien a quien creías fuerte, libre y ahora reconoces como un ser frágil, necesitado de protección y consuelo, a quien la vida no ha tratado bien

Alcanzas esa certeza cuando la luz entra a las ocho por el balcón y la tarde interminable se cuece en el caldo estival, mientras en la cocina las costillas de toro de lidia se maceran en tomillo y laurel sobre un fondo de cebolla y zanahoria cortadas en juliana, y el lento azul del fuego las dora en el aromático aceite de la sierra de Espadán.

Un cielo cargado de vapores grises pone un marco adherente, pegajoso y húmedo a los últimos días de Julio, cuando la figura de Ana, desnuda, con su hermosa melena que le llega hasta la cintura, su abundante y negrísimo vello púbico, y su aire de fragilidad, de indefensión, aparece en la puerta de la cocina de su exiguo apartamento, en el primer verano de mi decadencia.

--Huele bien. ¿Ya está la cena?”

LOHENGRIN. (CIBERLOHENGRIN.COM) 14-03-09.

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