Después de aguantar en plan estóico, anoche, el telediario de la Sexta, una sucesión de males, injusticias y dramas sociales demasiado voluminosos para mis frágiles espaldas --no me siento capaz de hacerme responsable de los males del mundo--
hoy no he comprado la prensa, una terapia que me permite refugiarme temporalmente
en mi egoísmo individual como un recurso de supervivencia.
He desayunado café con leche y una tostada con miel, y luego he visitado el mercado de Russafa, como quien va a ver una exposición de pintura barroca. Antes he pasado por la verdulería del pakistaní, que tiene el mejor pan del barrio, no se de que horno es, todos los de por aquí han cerrado.
(...)
El mercado estaba muy concurrido, aunque es miércoles, porque, aunque
aún no es final de mes, buena parte de la población que depende del ingreso de su pensión o de su subsidio, me dicen que ya lo ha recibido. Yo, no, el BBVA lo trinca
y hasta el último día del mes no lo suelta. En fin.
El puesto de pescado estaba lleno de compradores, y de pescados. Enormes rapes con su boca monstruosa, algún sargo real con su espectacular espinazo dorado, los cortes de
bonito, con su dibujo geométrico, como alas de mariposa,el atún rojo, exhibiendo su carne suculenta, los lomos de salmón, con sus lineas transversales de esa grasa mágica, omega3, que dicen que es buena para el colesterol, boquerones que presentan la dureza de su evidente frescura, unos gallos espectaculares, junto a rodaballos de granja, de esos que comen pienso, como las lubinas y las doradas, todas igualitas, del mismo tamaño, como producidas en serie, en una línea de fabricación, bacalaos despojados de su piel, salvajes, no de piscina, sepias, con ese aire sucio que tienen antes de que el pescadero las deje inmaculadamente blancas, merluzas, palayas, bacaladitos, todos bajo el rótulo 'de playa', como si hubiera pescado de monte, aunque, si lo piensas lo hay, la trucha, no?.
Me he centrado en las ventrescas de merluza, y me he llevado la mas grande, con un poco de perejil. Partida en dos, la compartiremos Encarna y yo para la cena de esta noche.
Mientras Encarna se entretenía en el carnicero, comprando el arreglo para el arroz al horno, me he dado una vuelta por la mayor sala pictórica del mercado, la dedicada a las verduras, la fruta, las hortalizas.
Una explosión de color, variedad y combinaciones de rojos, verdes, amarillos, morados, anaranjados, a la que se añade, hoy, el color terroso de los níscalos que por la abundancia de lluvias, están mas asequibles que nunca. He comprado una docena, para servirlos en la comida familiar de hoy.
En los puestos de verdura se acomodaban los rojos rábanos, la palidez verde de las lechugas, despojadas de sus hojas desechadas, los puerros, los ajos tiernos, las cebollas, algunos espárragos, de invernadero, supongo, espinacas y alcachofas, acelgas y judías verdes, ajos secos de Las Pedroñeras, patatas, lavadas y sin lavar,
de origen exótico y lejano, limones, y tomates cuyo precio oscila según su lugar de cultivo, aunque hoy los Raf los tenía el pakistaní a menos de un euro.
Al ver los precios agrícolas, he recordado las imágenes que vi ayer en la Sexta, productores de leche gallegos arrojando su producción que los grandes comercios les pagan por debajo de su coste de producción. Hoy, sin embargo, intento no sentirme concernido por las injusticias.
El mercado, en su conjunto, está lleno de luz, de colores, de gentes. Es un escenario
cuya vida transcurre hoy, yo prefiero verlo así, al margen de las injusticias, los dramas y las desigualdades que vemos cada día, al menos mientras permanecemos en el.
Terminada la compra, volvemos a lo cotidiano y, si volvemos a enchufar la tele, en el telediario de las tres, veremos que nada ha cambiado, a pesar de habernos dado un baño de vida en el mercado.
En fin. El Mercado.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 28-11-12.
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