jueves, 29 de noviembre de 2012

TRANSPARENCIA

Cuando yo era niño había pocas cosas que fueran transparentes, aparte del vidrio que, cuando se anunciaba un eclipse solar, sometíamos a un proceso de ahumado para oscurecerlo y contemplar así el acontecimiento sin dañarnos los ojos.

Luego --en los cincuenta-- apareció el plexiglás, un plástico traslúcido que se fabricaba en una planta situada en El Saler, mucho antes de que fuera parque natural, dirigida por un químico de origen alemán, y que luego podías ver en los mercadillos en forma de cinturón que en su tiempo fue muy popular.

A medida que la química de guerra se fue aplicando al consumo, aparecieron multitud de envases de plástico que tenían la condición de la transparencia y que hoy forman parte del paisaje montañoso de los vertederos que, a pesar de la crisis económica, están cada vez mas llenos de desechos, sean transparentes, o no, como los millones de toneladas de viejos ordenadores y aparatos domésticos que salen de las bodegas de los buques que los desembarcan en lugares de África o América latina, como si fueran aparatos que aún tienen un segundo uso, cuando en realidad son basura.

La transparencia, a pesar de la omnipresencia de los envases de plástico, no es, como podría parecer, algo corriente en nuestros días, sino mas bien, excepcional, sobre todo en la política, al menos aquí, si atendemos a lo que dice hoy El Mercantil Valenciano digital, me da pereza bajar a por la edición de papel.
(...)
Juro que antes de escribir esta entrada había una nota en el digital de 'Levante' que aludía a la tardanza con la que el gobierno de aquí ha decidido abordar una Ley de Transparencia, al parecer somos los últimos? en hacerlo, pero lo cierto es que al ir a consultarla ha desaparecido. Cosas de la prensa digital, si. Me quedo sin saber si esa ley de transparencia es para facilitar el acceso de los ciudadanos a la cosa pública, o para abrir la mano en unas cosas, y reforzar el mas absoluto secreto en otras. 

El secreto, desde Maquiavelo por lo menos, es consustancial al ejercicio del poder, por eso resulta tan grotesco que el otro día el Conseller Vela, en pleno hemiciclo, a la vista de los periodistas, diera a leer al imputado Blasco un documento destinado a un sumario que está sustanciando, ahora, su grado de implicación en un asunto que, a los no iniciados, nos parece bastante turbio. 

Para que cojones va a servir una Ley de Transparencia que, seguramente, fijará los cauces y afluentes que deben seguir los documentos oficiales para que, en su deriva, se respeten los derechos de unos y otros, si un Conseller del gobierno autonómico se salta las mas elementales normas de la discreción, y nos llena de sonrojo a todos facilitando a un imputado un documento reservado que al parecer ha conocido antes que el juez. 

Además de una Ley, hace falta una cultura política en el ejercicio de la transparencia, y de la discreción. El incidente del que Vela fue protagonista hace unos días solo puede entenderse si hay un clima extendido y permanente de impunidad entre la clase política que gobierna aquí.

Una impunidad reforzada por los votos acríticos que la derecha gobernante recibe aquí desde hace mas de quince años, lo que por fuerza da un sentido patrimonial al ejercicio de su política. De ese sentido patrimonial, nace la sensación de impunidad, y de ahí lo grotesco de algunas de sus acciones, como la del Conseller Vela.

Hace unos días leí que ese gesto grotesco de Vela obligará a Fabra a remodelar el Consell. Ya se verá.

A ver si la flamante ley de Transparencia coincide con un cambio de actitudes de quienes han de aplicarla. La situación económica en la que nos encontramos, no excluye que seamos mas transparentes. Al contrario, si la cosa sigue así, vamos a adelgazar tanto, que todos vamos a ser mas transparentes. 

En fin. Transparencia. 

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 29-11-12.

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