lunes, 13 de octubre de 2014

CRÓNICA DE SIGÜENZA ( 3 )

No estoy seguro de qué día, ni en qué momento, visitamos Pelegrina. Encima, no he tomado notas durante el viaje, como en otras ocasiones. Se ve que me vuelvo progresivamente mas desordenado, aunque la verdad, siempre he sido mas imaginativo que ordenado.Tuvo que ser cuando fuimos a Atienza, al revisar los mapas y folletos he caído en la cuenta, porque, aunque Atienza está al norte y Pelegrina al sur, su situación a solo 8 kilómetros de Sigüenza, nos permitió visitarla antes de tomar la ruta de Atienza. Conclusión, la referencia que haré a continuación de Pelegrina debí incluirla en la entrada anterior, pero, qué más dá, ¿no?.

Según el folleto 'Un paseo por la comarca de Sigüenza', Pelegrina es un bonito pueblo que surge a los pies de las ruinas de su castillo que fue levantado por los obispos como residencia estival en el siglo XII. O sea, para entendernos, una segunda residencia como el ático del presidente de la Comunidad de Madrid, que también intenta vivir como un obispo.

Leo en el folleto que Pelegrina se encuentra en un maravilloso entorno con arroyos que se despeñan en la cascada del Gollorio. Juro por Guillermo Puertas que a mi el entorno también me pareció maravilloso, pero la puta cascada no la vi por ninguna parte, como tampoco hubo forma de saber donde estaba el jodido monumento a Rodriguez de la Fuente, un naturalista que se hizo famoso, sin que nadie se enterara de que, en realidad, era dentista.

Es cierto que vimos volar a los buitres, pero, sin tener ni puta idea de si eran leonados, halcones peregrinos, o que coño eran. Para nosotros, desde nuestra ignorancia, eran pájaros, eso sí, había muchos. Tampoco vimos nutrias, de las que se nos dió noticia en la visita de la que haré crónica a continuación, al hayedo de tejera negra, objeto principal de esta entrada.
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Desayunamos en el hostal, bien, como siempre, subimos al Chevrolet y tomamos la ruta de Atienza, de nuevo, para seguir después hasta Villacadima, Galve de Sorbe y Cantalojas, mas al noroeste, donde se encuentra el acceso al parque natural que nos disponiamos a visitar.

Los paisajes que contemplamos conforme nos adentramos en la sierra, a una altura superior a los 1300 metros, nos parecieron muy hermosos y agrestes, y desde la carretera, las choperas que pudimos observar junto a los ríos, pusieron la auténtica nota cromática otoñal a este viaje. 

El parque que visitamos se denomina Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara y, según el folleto ocupa 125.000 hectáreas de superficie. Nosotros, naturalmente, nos limitamos a patear el Hayedo de Tejera Negra, un paraje que discurre junto a un riachuelo que se sumerje en algunos tramos, por debajo de un lecho seco de pizarra negra que ignoro si da nombre al lugar. 

El centro de interpretación se encuentra en Cantalojas, allí pagas 4 euros por vehículo, te toman la matrícula y te autorizan la entrada, luego has de transitar ocho kilómetros por un trazado de un camino estrecho lleno de curvas, hasta que llegas al lugar destinado para el estacionamiento de vehículos.

A partir de ahí, sigues a pié por un sendero bien señalizado que, en algunos tramos, es muy dificultoso, para los afectados por el vértigo. La flora arbustiva de ese lugar, como todo el entorno que recorrimos durante un par de horas, me pareció de una belleza insólita. 

Toda medida de protección para conservar este lugar será poca, porque en mis experiencias de viajero he encontrado pocos lugares que merezcan tanto la protección medioambiental como éste. No solo encontramos aquí una masa forestal de hayas muy poco frecuente en la península ibérica, también melajo, pino silvestre, tejos, acebo y abedules, y una flora arbustiva muy variada que mi ignorancia me impide nombrar. 

Fué una experiencia de lo mas interesante dedicar buena parte de la mañana a este recorrido. Cuando terminamos, buscamos un sitio para comer en Cantaloja, pero fue imposible, estaba todo lleno de rebolloneros, así que nos fuimos a Galve de Sorbe, un pueblo pequeño bañado por el río Sorbe.

El pueblo es pequeño, pero, para nuestra sorpresa, además de un castillo cuya protección defiende un numeroso grupo de activistas con los que coincidimos allí, dispone de un Hostal, con tres plantas dedicadas a comedor que, por cierto, estaban muy concurridas, aunque quedaba una mesa de cuatro donde pudimos comer. 

Pedimos una ensalada y cuatro raciones de rabo de buey al Pedro Ximénez, que resultaron tan abundantes, tan bien guisadas, que yo me sentí redimido de mi error al pedir bacaladitos en Atienza. 

No recuerdo lo que hicimos después, supongo que dimos una vuelta al pueblo, quizás vimos algún nido de cigüeña vacío, de lo que no estoy seguro es de en qué consistió el viaje de vuelta, que debió ser directo a Sigüenza, aunque pudo ser esa tarde cuando nos desviamos a Jadraque, el rioja y el rabo de buey me dejaron totalmente fuera de combate y, la verdad, no tengo ni idea de lo que pasó después, solo que me dormí en Galve y me desperté en Sigüenza. 

En fin. Crónica de Sigüenza ( 3 ) 

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 13 10 14.

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