lunes, 22 de junio de 2015

AVISOS Y ESPANTADAS

Regreso de dos días de estancia en la sierra, que me han dado la oportunidad de contemplar en el firmamento nocturno la alineación de Venus y la luna, en un escenario limpio de contaminación luminosa, y de la otra, y encuentro en el Blog la maravillosa sorpresa de dos comentarios críticos, después de cuatro meses de no recibir ninguno, ni crítico, ni acrítico.

Agradezco a estos dos usuarios anónimos, primero, que se hayan tomado la molestia de leer el blog, lo que indica que tienen tiempo para ello, y luego que hayan corregido dos erratas, expertos como parecen ser en lengua valenciana, catalana o apichat. ¿Son filólogos, me he preguntado? ¿Profesores universitarios?. No sé.

Lo cierto es que según ellos, arróss, se dice arrós, y blanch, se escribe blanc. Que sirva esta nota de rectificación, ahora que muchos usuarios de las redes sociales están obligados a pedir disculpas por lo que han escrito, incluso a dimitir.

Yo no pienso dimitir, por ahora, de la función de bloguero. En lugar de eso, aprovecharé para hacer una reflexión sobre el conocimiento universitario y su evolución en el tiempo, desde mis experiencias personales.
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Hace unos 40 años pasé por la Universidad, entré en una de sus facultades y allí estuve siete años, simultáneando mis estudios con el trabajo en la empresa privada. Algo impensable en la época de la cultura clásica, Grecia y eso, porque entonces no había universidades sino preceptores, una figura que ha prevalecido hasta hace bien poco, si consideramos lo que cuentan las peliculas inglesas de época. 

Esos preceptores impartían sus conocimientos elitistas entre las élites, naturalmente, no iban a hacerlo entre los esclavos, en la antigua Grecia, o entre los trabajadores de la minería inglesa, de modo que mi paso por la Universidad se debió a un cambio de paradigma que aceptaba que el acceso a los estudios superiores ya no se debía seguir negando a las clases bajas, es decir a los esclavos. 

Terminó esa etapa de mi vida con un papel que me dieron, que certificaba que yo era un licenciado en una disciplina académica, que no una ciencia, entonces muy de moda, Economía General, de la que luego, de algún modo, he renegado.

No recogí el otro papel que decía que yo era Máster en alguna cosa de cuyo nombre no quiero acordarme. Ambas experiencias me sirvieron, mucho tiempo después, para que yo fuera más libre de elegir en mi vida laboral, para dejar un empleo demasiado seguro y optar por otras opciones laborales, cuando ya había rebasado los cuarenta y cinco años. 

Aunque solo sea por esa capacidad de elegir que me dió mi formación superior, creo que el esfuerzo valió la pena. Eran otros tiempos en los que esos esfuerzos estaban mas recompensados. Ahora, muchos papeles como esos solo sirven para trabajar de camarero. 

Todo esto viene a cuento de que los preceptores de la Grecia clásica, aunque no estudié con ellos, debían trasladar a sus pupilos una idea total del mundo, pese a que ellos no lo conocían en su totalidad, ni siquiera físicamente, es decir, que les enseñaban a pensar, más que ofrecerles una descripción de la realidad, a hacerse preguntas que no tenían respuesta, a cultivar su espíritu crítico pues, aunque en la democracia griega había esclavos, se rechazaba la tiranía como forma de gobierno. 

Esa visión total del mundo, de algún modo, ha ido desapareciendo a medida que el crecimiento de la percepción de la complejidad del mundo ha conllevado un fraccionamiento de las disciplinas que lo estudian.

Cuando yo estudié Económicas, mis profesores eran, casi todos, no numerarios, es decir, interinos, y casi todos estaban orientados a la política activa. De hecho, muchos fueron diputados o presidieron organismos públicos,y luego accedieron a las cátedras de su especialidad. 

Lo mismo que ahora, que los rostros de los partidos emergentes vienen del seno universitario. No tengo nada en contra de que los docentes universitarios se apliquen a la política activa. Hay otra cosa que me preocupa.

Me preocupa el fraccionamiento excesivo del saber. Ortega, que escribió un libro muy cursi, Estudios sobre el amor, también nos dejó escritas algunas frases que conviene recordar, una de ellas, la barbarie del especialismo, viene al pelo de lo que quiero decir. La especialización en las materias que se enseñan en la Universidad, ha producido un vacío en la explicación del mundo como un todo, tal como es de suponer que la realizaban los preceptores en la Grecia antigua, y estamos perdiendo la brújula para valorar ciertos aspectos de las relaciones en las comunidades humanas.

Un ejemplo clarísimo es la posición del FMI con respecto a Grecia, un problema que no se puede ver, solo, desde aspectos económico financieros. A eso me refiero cuando cito la barbarie del especialismo.

Lo mismo podría decir de la filología aplicada a una receta de cocina, o no. 

En fin. Avisos y Espantadas.

  LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 22 06 15.

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