sábado, 16 de octubre de 2010

RADICALES

La radicalidad podría ser un defecto del cristalino que nos impide percibir la rica variedad de los colores de la vida, limitando nuestro punto de vista al blanco y el negro. Cuando coincide con una avería en el GPS puede llevarnos a transitar por un camino único, negándonos el descubrimiento de la variedad paisajística.

Por otro lado, mi viejo Espasa dice que radical es el partidario de reformas extremas
en un entorno democrático. Tal como está ese entorno desde hace algún tiempo, también podría argumentarse que lo radical es negarse a reformarlo. El lenguaje, que se le va a hacer, es un pozo de ambigüedades.

En la última de 'El País' de hoy aparece, no se si una semblanza o una entrevista, no acierto a distinguir ambos géneros, del sabio persa Darius Shayegan, defensor del diálogo de civilizaciones, o sea, que no es un radical. Entre otras cosas, dice que la situación en Irán es de esquizofrenia cultural, pero también que el cristianismo se está radicalizando, pero lo que mas me ha chocado es su afirmación de que 'En Occidente la religión es privada...' Esta visión suya del Occidente cristiano, me sugiere algunas ideas que voy a tratar de ordenar. (...)

Viendo el asalto del Tea Party en Estados Unidos al bloque republicano, para introducir la religión en el primer plano de la política, parece que lo de la privacidad de la religión está cambiando, por lo que, además del reconocimiento de que el cristianismo se está radicalizando, hay que concluir que lo está haciendo invadiendo la esfera de lo público.

Este intento de ocupar el espacio público por parte de una creencia que es, en principio, una cosa privada, no es nuevo en Occidente. Suponiendo que España sea un espacio cultural occidental, cosa que ya dudaba Ortega cuando lo reivindicaba como una meta cultural, filosófica y política, aquí hemos tenido experiencias históricas en las que la presencia de la religión en la vida pública era tan notoria como pueda serlo el Islam, ahora mismo, en Teherán.

Mi percepción es que España ha sido, y en alguna medida lo sigue siendo, un espacio fronterizo, que tal vez en los últimos treinta años se ha dado un baño de occidentalidad, pero conserva en sus raíces, sus costumbres, su cultura, elementos refractarios a ese reconocimiento mas universal de esa occidentalidad.

Las experiencias históricas de las que hablo están bien presentes en la memoria de los de mi quinta, que vivieron los años cuarenta y cincuenta en directo en un país absolutamente sometido al régimen nacional católico. Los mas jóvenes pueden recurrir a las hemerotecas, si sienten curiosidad por informarse directamente en las fuentes.

Esto significa que la radicalización del cristianismo es en realidad un movimiento circular, una oscilación del péndulo, un intento de vuelta a los orígenes. Eso es precisamente lo que pretende el Tea Party, cuando relaciona la vuelta a un puritanismo extremo, con un impulso independentista como fue el de arrojar los fardos de té al agua, como protesta por el dominio colonial inglés de los Estados Unidos.

No hay nada menos radical que lo radical con marcha atrás, pues así como los radicales históricos pretendían una reforma extrema de las instituciones y los modos
de vida, con la mirada de su GPS puesta en el futuro, los llamados ahora islamistas radicales y radicales cristianos, unos miran hacia la época de esplendor del Islam, hace no se cuantos siglos, y los otros, en el caso de USA hacia su mito fundacional,
y en el caso de España, me temo, hacia los tiempos del nacional catolicismo.

Hay quien piensa que la radicalidad, en el sentido de deseo de cambio proyectado hacia adelante, es una enfermedad infantil. Que lo propio es que, cuando uno es joven se radicalice, y pasada esa fiebre temporal, su pensamiento y su conducta se
acerquen mas a la visión conservadora de la vida y del mundo. Nada mas falso. Solo hay que leer de vez en cuando los periódicos para constatar que las opiniones mas radicales, en su peor sentido, suelen ser sostenidas por personas que están mas cercanas a la edad provecta, que a los desvaríos juveniles.

Un ejemplo cualquiera. He dado un vistazo a 'Levante' en el Maravillas. He visto dos artículos, uno situado al lado del otro, por lo de la equidistancia. No recuerdo los nombres de los autores. Ambos se referían a la ejecutoria política de Blasco, el Conseller de Solidaridad del gobierno de Heliópolis, que ahora sale en los papeles por presuntas irregularidades en el uso de los fondos para determinadas fundaciones.

En uno de los artículos, se le ponía a parir. En el otro, se le defendía. Hasta aquí, todo es normal. Pero que el defensor de Blasco cite la honestidad como una característica que lo define, me parece de una radicalidad asombrosa. De Blasco se podrá decir que es un político hábil, que es un pragmático partidario, sobre todo, de la eficacia, que no es un radical, en el sentido de que ha sabido transitar de un camino ideológico a otro de la política, demostrando una flexibilidad mental de la que otros carecen, que es un político muy experimentado, en suma, pero decir que es honesto, es contradictorio, porque no se puede ser tantas cosas a la vez.

De todas las radicalidades que se pueden observar en el devenir humano, político o no, hay una de cuya existencia no tengo la menor duda. Es la radical fragilidad del ser humano. De esa condición natural de la existencia, nacen las otras actitudes radicales, las islamistas extremas, las radicales cristianas, la ausencia del respeto debido a la noble condición de la política, por parte de quienes la pervierten.

Somos seres frágiles. No creo que el intento de regresión de los radicales de ahora
a religiones, ideologías y épocas cuyo fracaso ha sido ya certificado por la historia, nos haga mas fuertes.

En fin. Radicales.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 16-10-10.

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