domingo, 3 de octubre de 2010

LA VENDIMIA

Tres días en la sierra han tenido un efecto sanador de las dudas y conflictos surgidos entre mis vacilantes neuronas, ahora ventiladas por el aire de este lugar donde las almendras se abren a la madurez y las viñas, desnudas ya de frutos, se visten con los colores del incipiente otoño.

Los remolques colmados de fruto se mueven con prisa por los caminos para evitar la oxidación de la uva, porque aquí no se vendimia por la noche, a la luz de la luna, ni las viñas están recostadas en sillones de alambre, como si vieran la televisión, en general, los modos de cultivo que se practican son tan ancestrales que apenas han varíado desde sus orígenes, salvo en el uso de tractores y tratamientos químicos.

Veo pasar los vehículos cargados de racimos y pienso en las uvas que están debajo, soportando el peso de la carga. Acabarán aplastadas como en una avalancha, su jugo quedará pegado al fondo del volquete y no formará parte del singular proceso que convierte la fruta en el caldo sagrado que en tiempos antiguos era privilegio de los sanedrines y ahora está a nuestro alcance en los anaqueles de los supermercados.

Un cielo limpio, traslúcido, vigila las operaciones de la vendimia que están llegando a su fin. Son mas los campos ya despojados de fruto que los que todavía lo conservan. El aire en esta altura está libre de elementos contaminantes y tiene un efecto benéfico en mis pulmones de fumador. En la fuente que se nutre del cercano manantial el agua no ha faltado este año y ahora su caudal sigue vivo en los caños de abajo. (...)

Tomar una copa de vino en compañía de una mujer es un ritual dionisíaco que tiene algo de aproximación al amor.

Para que esa copa de vino llegue a nuestras manos hacen falta numerosos esfuerzos humanos. Plantar una vid exige cavar un hoyo de metro y medio. Si la planta fructifica, han de pasar años para que comience a producir y solo después de quince años alcanza su plena producción.

Cada vez que la planta es despojada de sus frutos, comienza un nuevo ciclo. Hay que labrar la tierra, abonar, podar, esporgar, rayolar, proteger su salud vegetal, y cuando todo parece concluído hay que mirar al cielo, porque una nube negra puede dejar baldío el esfuerzo realizado.

Si todo va bien, hay que trasladar el fruto a la bodega y allí, una nueva serie de operaciones sucesivas convierte la uva en mosto y su fermentación, mas o menos controlada, da paso a las operaciones de clarificación y filtrado que concluyen con el envasado del vino limpio y brillante en una botella de vidrio, con su corcho natural o sintético, su cápsula y sus etiquetas, algunas verdaderas obras de arte gráfico, otras meros soportes informativos de su contenido.

Me parece increíble encontrar cada día en los anaqueles del supermercado que frecuento, una botella de vino de Valdepeñas por el precio de un euro con cinco la unidad, cuando tantos objetos inútiles o absurdos cuestan mas. No acabo de entenderlo, salvo que esa sea una muestra mas de como los precios agrícolas están desfasados de los industriales desde que me acerqué por primera vez a la noción de precio.

Esta página, entre otras cosas, es un homenaje a los viticultores que, a pesar de las muchas dificultades de su oficio, no han abandonado el cultivo. Los he visto hoy acarrear en sus cestos el fruto de su trabajo. Algunos llevaban un ancho cinturón de cuero, porque sus riñones no aguantan ya tantas vendimias a su costa.

Soy bebedor habitual de vino, que tomo en las comidas en cantidad moderada, pero tengo una limitación en mi paladar. Los taninos que contiene el hollejo de las uvas tintas, que dan su peculiar coloración y sabor a los tintos, mi paladar los rechaza, así que me dedico a los blancos.

Me hice traer una botella de vino del Rhin, porque supe de su existencia leyendo un cuento de Edgar Alan Poe y noté que ese vino encajaba en mi paladar, aunque apenas alcanzaba los diez grados --en Alemania carecen del sol necesario para elevar su grado-- y desde entonces soy un ferviente partidario de los blancos. El Valdepeñas
me gratifica para el consumo diario, pero también el Barbadillo cordobés (o gaditano?), los blancos de Marina Alta, el Blanco Pescador del Penedés, los magníficos blancos gallegos, y en las grandes ocasiones, si puedo, elijo el champán
Krug, elaborado por una familia de orígen alemán que reside desde hace doscientos años en Reims, no porque yo sea un experto, porque me lo recomendó un enólogo entendido.

La vendimia, el vino, son elementos ancestrales de la cultura humana y están presentes, entre otras de sus manifestaciones, en la mitología, la pintura, la literatura y el cine. El entorno en el que se cultivan y se elaboran esos jugos gloriosos es, en si mismo, un lugar sanador de dudas y conflictos, donde el aire
es mas respirable, las almendras se abren a su madurez y las viñas se desnudan de sus frutos bajo un cielo limpio, traslúcido, que vigila, desde tiempo inmemorial, las operaciones de la vendimia.

Tengo el privilegio de habitar una modesta casa en uno de esos entornos. Desde el porche contemplo el prodigio de un cielo escarlata mientras escribo estas líneas, ayudado de una vela. No voy a revelar donde está. El aforo es limitado y no hay que tirar piedras al propio tejado.

En fin. La Vendimia.

(Seré capullo, apenas han transcurrido tres semanas desde que publiqué esta página, y ya han subido el Valdepeñas diez céntimos. Hay que joderse.) 21-10-10.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 3-10-10.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios