viernes, 18 de marzo de 2011

CONTENCIÓN

He seguido alguna tertulia participada por expertos psicólogos especializados en el comportamiento de los pueblos en situaciones de catástrofe, en la que se citaba la contención de los japoneses como un paradigma del estoicísmo ordenado ante la desgracia colectiva y se atribuía la interiorización de sus emociones a un entrenamiento social basado en el respeto al otro, a quien no hay que perturbar con el dolor propio.

Vaya por delante mi opinión, discutible, de que los psicólogos, en general, pertenecen al segmento mas tonto de la población, sea esta científica o asilvestrada. Siendo el objeto de sus observaciones la psique, algo inmaterial, inobservable, y su corpus científico un batiburrillo de conceptos, cambiantes con la moda, que suelen venir de Estados Unidos, sus observaciones sobre la realidad social no me merecen crédito alguno. Al contrario que las de los neurocientificos, que cortan en rodajas el objeto de su estudio en busca de evidencias empíricas que apoyen sus intuiciones.

Mientras los tertulianos se extendían en tópicos sobre el modo de actuar de 'los japoneses' ante una situación de catástrofe, yo releía la prensa y las fotos de las personas pilladas en el núcleo de la catástrofe, que expresaban un llanto dolorido inconsolable por la pérdida y la destrucción en su entorno inmediato, me pareció que no tenían nada que ver con las colas ordenadas en Tokyo para cargar gasolina.

Esta observación permite establecer una intuición. Que el modo de reaccionar de las personas ante una catástrofe es directamente proporcional a la distancia que les separe, o les acerque, al núcleo de la catástrofe, y que este factor tiene mas peso en su conducta que los caracteres que se atribuyan a su nacionalidad.

(...)
Hay sobradas pruebas históricas de la relación entre comportamiento humano y distancia de los sucesos que se supone que les afectan directamente. Los conflictos en Oriente Medio, con misiles volando sobre los territorios en disputa, fueron perfectamente compatibles con la marcha nocturna en las discotecas de Tel Aviv, y no parece que de ese hecho se pueda concluir nada sobre si el carácter de la población urbana de Israel es mas o menos flemático y contenido ante la adversidad, sino, tal vez, su percepción de la lejanía del riesgo.

En cuanto a la formación de la población japonesa para una respuesta ordenada ante una situación de riesgo, junto a los valores colectivos de su sociedad, en oposición al individualismo occidental, es difícil desligarla del sistema de capitalismo feudal japonés. No se olvide que Japón pasó, obligado por la derrota en la segunda guerra mundial, de un régimen feudal, a otro capitalista controlado por los mismos señores feudales inspirados por la ética Samuray, y que la deificación de la autoridad como principio esencial continua viva en la persona del emperador.

Ignoro si algún psicólogo experto en situaciones de catástrofe sabría deslindar cuanto hay de responsabilidad social democrática y cuanto de residuos de la obediencia inherente a un sistema feudal en los patrones actuales de comportamiento en la sociedad japonesa. Yo, desde luego, no sé.

Lo que tengo claro es que el dolor humano por la pérdida y la destrucción, cuando te toca tan de cerca como a las personas próximas al lugar de la catástrofe, es tan dolorosamente universal, que no requiere de ninguna explicación para ser percibido con una cercanía solidaria.

La destrucción, a veces, es el germen de un proceso creativo posterior.Los japoneses
lo saben bien, pues han construido la tercera economía mundial desde las cenizas de una guerra destructiva. También lo saben los arqueólogos, pues su trabajo consiste en investigar los estratos sucesivos de civilizaciones que fueron destruidas, encima de los cuales aparecen otras, y es en ese dinamismo de destrucción creación donde se inserta el devenir humano, aunque no sepamos muy bien adonde nos lleva.

El inmenso llanto dolorido, nada contenido, de quienes lo han perdido todo, familia, amigos, casa, pueblo, no es posible que pueda ser percibido en toda su intensidad ni siquiera por sus compatriotas, menos aún por pueblos muy lejanos, lo que no impide que todos muestren su solidaridad.

Ese dolor inmenso, ese sentimiento de pérdida, es difícil que se pueda reparar con la reconstrucción, pero podría ocurrir, y hay que desear que ocurra, que ese impulso humano que ha llevado a lo largo de los siglos a convertir la destrucción en un proceso creativo, vuelva a manifestarse en forma de renacimiento.

En fin . Contención.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 18-03-11.

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