domingo, 6 de marzo de 2011

LAS LUCES

"Mi amigo Antoni Llop, el pintor, y su mujer, Lola, quedaron con nosotros porque querían que fuéramos, juntos, a participar de los actos carnavalescos en el barrio de Russafa --donde Antoni expone sus cuadros en la Galería de Natalia-- que se celebraron ayer por la tarde. A las seis en punto --siempre son puntuales-- pulsaron el timbre desde el portal, pero yo los hice subir un momento porque un impulso algo infantil, censurado por mi mujer --ellas son mas sensatas-- me empujó a abrirles la puerta con una máscara veneciana puesta, y a ofrecerle a Antoni otra, para que nuestra excursión por el barrio fuera mas festiva.

Antonio no necesita, en realidad, ningún complemento decorativo, porque el va por la vida, siempre, disfrazado de Renoir, con su barba y su sombrero, pero aceptó ponerse la máscara de Pantalone, yo me puse la de Arlequín y, acompañados de nuestras mujeres, un tanto avergonzadas de tener unos maridos tan capullos, pero ya curadas de espanto por la costumbre de la convivencia, nos dirigimos hacia el mercado de Russafa.

Llegados allí, un grupo de foto periodistas provistos de sus cámaras y su paraguas blanco para controlar la luz, al ver la imagen insólita de dos respetables sesentones enmascarados como personajes de la Comedia d'il Arte a tiro de sus cámaras, no lo dudaron ni un segundo y pusieron a Antoni frente a sus objetivos, yo me quedé en un segundo plano, con la débil excusa de que me avergonzaba exponerme a sus objetivos, pero uno de los fotógrafos me convenció. --Nadie le va a reconocer con la máscara puesta. Así fue como nuestros rostros enmascarados quedaron registrados por mas de una decena de cámaras, sin haberlo buscado.

Así que ya lo saben, si en algún extra de fallas, en la exposición del año que viene de foto periodismo, o en las fotos de 'Levante' de hoy sobre el encendido de las luces de la calle de Sueca, que recogen el testimonio de la muchedumbre que asistió al acto, ven a dos tíos enmascarados, uno de Pantalone y otro de Arlequin, somos Antoni y yo.

Después del encuentro fortuito con los fotógrafos, asistimos al desfile de Carnaval, motivo de nuestra presencia en el barrio, que se había anunciado con la presencia de comparsas y participantes de cuatro continentes pero, en la práctica, fue una demostración, muy numerosa, variada y colorista, de participantes organizados en asociaciones y grupos bolivianos. Nadie mas desfiló de otros países, por lo que el encuentro de carnaval fue, en realidad, una fiesta boliviana, en exclusiva. Esa ausencia de presencia internacional, no le restó variedad a la cosa pues, cada una de las numerosas comparsas, ofrecía una demostración diferente de su vestuario, sus habilidades y su música.

Terminado el desfile, fuimos a tomar un tentempié al centro, en una de esas franquicias donde te sirven una jarra de cerveza por un Euro. Lamentablemente, la docena de bocaditos que compartimos habían sido estropeados con una variedad colorista de salsas mas diversas que las comparsas de carnaval que habíamos visto, y el resultado fue tan desagradable que no pienso volver en mucho tiempo a un sitio así.

Eran ya las ocho y media, dimos por terminado el breve rato de descanso, nos pusimos de nuevo las máscaras, y nos dirigimos al acto de encendido de las luces.

La luz y la oscuridad, que se puede describir como la ausencia de luz, son dos entornos, dos situaciones, dos percepciones, que han dado mucho juego como metáforas literarias, muy relacionadas con el arte o con la conducta y el lado mas íntimo del ser humano. Se habla de lo luminoso y lo oscuro, asociado, muchas veces, a categorías morales, mas que a su condición de fenómenos físicos. ¿Hay una física de la luz?. No se´.

Llevar una máscara puesta, es un modo de 'oscurecer' el rostro, o mejor una ocultación de los rasgos que puede producir una cierta inquietud en quien lo observa. Lo pude comprobar entre la muchedumbre que nos rodeaba a la espera de que se encendieran las luces, al ver el rostro de una mujer que me observaba desde una relativa proximidad con una expresión que no sabría exactamente como describir, era una mirada entre aprensiva y temerosa, que parecía incluir un reproche, '¿Porqué llevas esa máscara?. Me molesta.', algo así.

Estamos en Carnaval, estuve tentado de decirle ante su mudo reproche, pero el hecho objetivo de que entre miles de personas los únicos enmascarados fuéramos mi amigo Antoni y yo, parecía dar a entender que lo que en otro tiempo, antes de que los carnavales fueran prohibidos en la etapa del nacional catolicismo, era una costumbre festiva ancestral presente en las calles del barrio, ahora ha quedado relegado a las discotecas y otros espacios cerrados donde celebran estas cosas.

Tal vez, el motivo de esa desaprobación que yo percibía fuera que, dado que a pesar de las máscaras, era evidente que ya no estamos en la edad juvenil, la señora que nos miraba con cierta reticencia pensara que no es serio, ni propio de los mayores, salir a la calle en carnaval con una máscara veneciana puesta. En realidad, nuestra experiencia de ayer por la tarde indica que, con independencia de que sean jóvenes o viejos, la gente no disfruta del placer del disfraz como en otro tiempo.

Por el altavoz se anunció que se iba a proceder al encendido de las luces, en dos fases. Primero, se haría un encendido para que las cámaras de televisión filmaran el
acto. A continuación se apagarían de nuevo, y se repetiría el encendido siguiendo el ritual dedicado al público en general, con acompañamiento musical. Así se hizo, y cuando el mas de medio millón de bombillas instaladas provocó una luminosidad deslumbrante en toda la calle, descubrí la mirada, entre hostil y temerosa, de la mujer que permanecía cerca y parecía expresar ¿Y tu, porque llevas esa máscara?, ¿Y, porqué no?.

Cuando abandonamos el lugar, lo hicimos por unas calles llenas de obstáculos, con tenderetes y puestos de churros que, sumados al mobiliario urbano habitual, me hicieron entender porque en esta ciudad, cuando llegan las fiestas falleras, es muy difícil ver a algún invidente por las calles. Desde la oscuridad de la ceguera, no solo no se puede apreciar el derroche de la iluminación fallera, es que es imposible andar por las calles sin romperse las narices contra alguno de los innumerables obstáculos que las convierten en intransitables.

Después de cuatro horas de pateo por las calles del barrio, cuando, ya desprovistos de las máscaras, llegamos a casa y le propuse a Antoni que subieran a echar unas manos al Continental, Lola dijo, es muy tarde, nos vamos a casa. Quedamos para el sábado. Cenaremos en su casa y daremos una vuelta por las calles del Cabanyal, no están tan iluminadas, pero son mas tranquilas.

Cuando me asomé al balcón, para despedir a Antoni y Lola, vi pasar una limusina enorme. Seguramente en su interior iban, ocultos tras las lunas tintadas, los miembros de la comitiva oficial que habían asistido al encendido de las luces. La larguísima limusina, con sus lunas oscurecidas, parecía una gran máscara rodante."

En fin. Las luces.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 6-03-11.

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