lunes, 21 de marzo de 2011

ECONOMISTAS

Decía Amadeu Fabregat el otro día, en su artículo de 'Levante', con mucho acierto, que, de pronto, todos nos hemos convertido en físicos nucleares. Da igual que seas periodista, camarero, Abogado del Estado, o mecánico frigorista. Cualquiera se ha sentido obligado a repetir términos como núcleo, reactor, sistema de refrigeración,
plutonio, radioactividad, mas propios de especialistas que de la gente común y corriente. Esa oleada de opiniones sobre el siniestro nuclear en Japón, amenaza con reconvertirse, desde la intervención militar en Libia, en un discurso generalizado sobre estrategias militares en situaciones de crisis.

A mi esto me parece normal. Cuando hay un asunto que capta la atención mundial en el
planeta de las comunicaciones, aparecen multitud de opiniones alrededor del suceso que monopolizan editoriales, tertulias y conversaciones informales. Lo hemos visto en multitud de ocasiones y el estiramiento de la noticia en el tiempo es una tendencia natural cuando la dimensión del suceso lo propicia.

Hasta tal punto ha interesado al mundo lo sucedido en Japón, y comienza a interesar en Europa lo que sucede en Libia que, de momento, hemos dejado todos de ser economistas y hablar de la crisis todo el tiempo.

Es el momento, por llevar la contraria, de abstraerse de la actualidad mas acuciante y hablar un poco de los economistas, y de la Economía.

Es evidente que la crisis económica y financiera que se prolonga desde hace, mas o menos,tres años, ha evidenciado el escaso acierto en las predicciones de los economistas sobre la evolución económica, pero esa incapacidad no ha sido mayor que la de los organismos que se ocupan de la seguridad en las centrales nucleares para predecir los riesgos de un maremoto en la tecnología de su especialidad, del mismo modo que la sabiduría en estrategia militar, ahora mismo, es incapaz de predecir la evolución inmediata del conflicto libio.

Es lógico, ante estas situaciones, que la gente de a pie manifieste una creciente falta de fe en los oráculos de las respectivas profesiones que son incapaces de prever el futuro, yo mismo desconfío de los Cien Economistas que emiten los dictámenes que inspiran la política económica de aquí, no tanto porque dude de su capacidad profesional, sino por mi certeza de que sus vinculaciones con la banca y otros poderes están demasiado presentes en sus conclusiones.

Es razonable desconfiar de los economistas, de unos mas que de otros, pero lo cierto es que la Economía existe. Hay pruebas irrefutables de su existencia y nadie, razonablemente, dudará de ella. Otra cosa es que unos consideren que es el centro de la existencia y otros no. El homo economicus, que representaba el predominio de la economía en la vida del hombre sobre todas las cosas, tuvo un protagonismo excesivo que hoy se pone en cuestión, pero es cierto que cuando salimos a la calle, cada día, nuestros actos tienen, entre otras, consecuencias económicas que cuando se suman, alcanzan tal dimensión, que llegan a configurar el producto nacional bruto de un país, que es la expresión estadística del lado económico de nuestras vidas.

Asumido que la Economía existe, que no es razonable dudar de su realidad, esa realidad puede verse de muy diversas maneras. Yo la veo, para poder entenderla, como una combinación de tres conceptos, flujos, stocks, e ilusiones.

Pero la economía opera en unos entornos que sufren cambios históricos, no es lo mismo la economía de subsistencia de la pos guerra con cartillas de racionamiento
y sin comercio exterior, que la economía de la abundancia de los años anteriores
a la crisis, o la economía estancada de la pos crisis en la que habitamos ahora.

La economía del siglo XXI ha sido, básicamente, un conjunto de flujos de dinero y mercancías que recorrió el planeta a velocidad digital, dejando un sedimento de capital en los bolsillos de quienes controlan esos flujos, de modo que el stock de su capital privado aumenta con cada nuevo giro del tráfico real y financiero. La especulación fue un motor que aceleró esos giros y aumentó el nivel de sedimentos en forma de capital que se concentraba en los minoritarios bolsillos de los promotores de esa carrera desenfrenada hacia el enriquecimiento sin límites.

La ilusión aparece vinculada a ese proceso de enriquecimiento. Millones de personas sintieron la ilusión de que participaban de ese enriquecimiento personal, pero el carácter ilusorio de esa sensación queda de manifiesto al observar que, técnicamente, los nuevos bienes de que disfrutaban, no eran suyos, la posesión de millones de viviendas, autos, electrodomésticos y otros bienes duraderos, vendidos en su mayor parte, a crédito, se la reservaba el vendedor o el financiero.

Esos tres elementos, flujos, stocks, e ilusión de los consumidores han marcado década y media de crecimiento económico, pero cuando el giro del tráfico mercantil ha sufrido un frenazo brusco, los flujos han disminuido, también, aunque de manera selectiva, han bajado los stocks, pero lo que ha quedado claramente de manifiesto es que el sentimiento de posesión de los bienes disfrutados gracias al crédito, era una simple ilusión, pues la verdadera propiedad de los bienes cuya deuda no ha podido ser satisfecha, a vuelto a manos de los creadores de la crisis.

Se puede dudar de la capacidad de predicción de los economistas, pero no de la existencia de la realidad económica. Otra cosa es que exista memoria histórica sobre como se comporta la economía en sus ciclos especulativos. Cualquiera que se haya acercado a los relatos de la Historia Económica conocerá el episodio de los tulipanes en Holanda, tan semejante al que ha sucedido en España con los ladrillos, pero, en aquel caso, con bulbos. Como sucedió con la naranja en la Comunidad Valenciana.

Estos episodios especulativos ni son nuevos, ni son muy diferentes de otros anteriores, simplemente nos falta memoria histórica para evocarlos, y oportunidad olfativa para percibirlos a tiempo.

Podemos desconfiar de los economistas, de los físicos nucleares, de los estrategas militares, pero eso no hará desaparecer los problemas económicos, nucleares, o
estratégicos, porque la realidad es muy tozuda, existe.

Quizás sea mejor que una actitud de desconfianza, un esfuerzo selectivo, acompañado de una mejor información, con el fin de distinguir la información fiable, de la que no lo es. Claro, esto es mas difícil cuando, como dice Fabregat, todos opinamos como si fuéramos físicos nucleares, sin serlo.

En fin. Economistas.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 21-03-11.

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