"Bajé a tomar café para acortar la interminable tarde festiva de un mayo casi estival. Sentado junto a un velador de la terraza que suelo frecuentar había un desconocido. Su rostro, de facciones correctas, mostraba una cierta rigidez. Dos surcos muy marcados parecían el resultado de una tensión maxilar, de unas mandíbulas siempre apretadas en un gesto defensivo pero, aparte de esas ligeras peculiaridades, era difícil adivinar cualquier emoción en esa máscara inexpresiva.
De los auriculares que llevaba puestos escapaba el eco de una melodía de C.Saint-Saëns --no es que yo sea un aficionado capaz de reconocer a un autor poco conocido, sino que asistí a un concierto hace dos días en La Nau, en el que escuché la misma música y por eso la reconocí. El desconocido escuchaba cerrando los ojos, buscando una concentración que acentuaba su aspecto hermético.
Vino la camarera a atenderme y le pedí un café cortado con la leche caliente, pese a que la tarde era muy cálida y la temperatura debía estar rondando los treinta grados. Me sirvió y, luego, atendió al desconocido de la mesa de al lado, quien, después de quitarse los auriculares, hizo su pedido.
Mientras la camarera venía con el pedido, el desconocido sacó un periódico que llevaba consigo, buscó las páginas de opinión, y se puso a leer, mientras encendía
un cigarrillo de tabaco negro.
Cuanto mas observaba al desconocido, mas familiares me parecían algunos de sus gestos, sus aficiones y preferencias, hice un esfuerzo de memoria tratando de recordar donde le había visto, si le conocía de algo, si habíamos coincidido en alguna parte, no sé, en el autobús, en un bar, pero ningún recuerdo acudió a mi llamada y, sin embargo, cuanto mas me familiarizaba con su presencia, la sensación
de cotidiana complicidad con aquel sujeto al que no había visto nunca antes, crecía.
Un ligero viento de poniente removía las copas de los árboles y las mínimas flores secas de su ramaje caían sobre los veladores dispuestos sobre la acera como una lluvia sólida y, de pronto, descubrí que el desconocido y yo hacíamos exactamente el mismo gesto para apartar la taza de café, aun sin terminar, de la inoportuna lluvia floral.
La actitud ruidosa de los ocupantes de una mesa cercana, que celebraban algo brindando con cava, me distrajo de mis observaciones y cuando fijé mi mirada de nuevo en la mesa vecina, buscando al desconocido que tanto me intrigaba, había desaparecido.
Pregunté a la camarera por el cliente que despertaba mi interés, y su respuesta me dejó helado. --Viene todos los días a la misma hora que viene usted, y se marcha cuando usted se va. Me llama la atención lo mucho que se parecen, pero, ¿Porque no le pregunta usted mismo? --Porque se ha ido. --¿Como que se ha ido? Nunca se va, hasta que se va usted. Sigue ahí sentado. ¿No lo ve?."
En fin. el Desconocido.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM)22-05-11.
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