miércoles, 27 de febrero de 2013

LA BARBARIE

Escucho a Millás por la radio decir que ya estamos en la barbarie, mientras tomo una tostada con aceite de oliva junto al primer café con leche, semidesnatada, del día. Mientras habla de la barbarie cita a Wert, ese señor con aire de germánico romanizado justo cuando el imperio entra en decadencia, o sea, muy cerca de la barbarie. Al parecer, Wert ha recomendado a los futuros estudiantes universitarios que no pierdan el tiempo con las humanidades, filosofía, historia y esas cosas, y elijan especialidades que les permitan integrarse en el mundo laboral y acceder a empleos mejor remunerados.

Es un consejo que, al menos, merece ser escuchado, viniendo de quien viene, aunque luego uno haga lo que le pidan sus tripas. Lo curioso de esto es que, en mi opinión, la recomendación de Wert es sincera y viene de su propia experiencia, porque llegar a ministro de Cultura en una sociedad inmersa en la barbarie es un signo de lo mas inútil y decadente, es un estatus miserable que abunda en que los cultos, que todavía quedan, supongo, se rían de el, y de las tonterías que dice.

En los últimos días, abundan tanto las tonterías dichas por unos y otras (Cospedal se lleva la palma) que no me sorprende reconocer los mismos titulares de siempre que expresan el sectarismo de nuestra prensa mas flamante, la de la derecha, que es toda extrema, en contra de lo que se dice, abunda en la división de los socialistas, mientras que la otra, la que redacta sus editoriales como si lo hiciera desde un púlpito, insiste en la última vuelta de tuerca del extorsionador Bárcenas, que ha presentado una demanda contra su ex partido por despido improcedente, además de apuntarse en el Inem.
Bárbaro, no?.

Ha sido escuchar la palabra barbarie y asociarla con el libro que he comenzado a leer, 'La Traición Veneciana', una mezcla de novela histórica, museos y trama policíaca, adobada con política ficción, demasiados ingredientes para la misma ensalada, en mi opinión, que hubiera resultado mas equilibrada con menos cosas, pero, a pesar de todo, contiene cosas pintorescas que dan para una breve reseña.
(...)
Lo mejor de todo lo que llevo leído es el prólogo, donde se afirma que Alejandro Magno era maricón y que cuando su médico Glaucias no pudo salvar la vida de su chapero Hefestión, lo condenó a muerte, sentencia que ejecutó de su propia mano, por un procedimiento muy sofisticado, a la par que bárbaro.

Había leído en otros relatos históricos que a algunos condenados se los ataba a la guarnición de varios caballos para que los desmembraran, pero al pobre Glaucias, según cuenta Steve Berry, el autor, de quien yo no me fiaría demasiado, a pesar del éxito editorial de su primera novela, 'La habitación de ámbar', lo hace atar Alejandro a dos árboles tensionados con tirantes hebras de cuerda, de modo que cuando Alejandro las corta con su espada, una parte del cuerpo del médico 'golpeó la mojada tierra, los brazos y parte del pecho pendiendo de las ramas'. Bárbaro, no?

No menos bárbaras son las historias que Berry sitúa en una imaginaria Federación de Asia Central, dirigida por una ministra, Zovastina, heredera del extinto imperio soviético, quien a su vez mantiene vínculos con una logia veneciana, el Consejo de los Diez, que inspira el  titulo de la novela, aunque ahora Berry, que al parecer los ha contado, dice que son cuatrocientos. 

Uno de los extravagantes episodios de la novela sitúa a Zovastina en una provincia china, en un laboratorio dirigido por uno de los miembros de la logia veneciana, en el que se practican experimentos de virus y antígenos, a costa de presos de la Federación que palman todos, menos una. Una mujer que Zovastina se lleva en su helicóptero y, que después de una conversación en la que revela su espíritu 'derrotista', contrario a cualquier alianza con el poder, Zovastina hace arrojar al vacío, quedando, después de ese acto, muy satisfecha. 

Me ha parecido percibir, en la lectura de las primeras ciento cincuenta páginas de este libro, un tufo totalitario, un desprecio hacia cualquier expresión, idea, o conducta contaminada de humanismo, será por eso que lo he asociado enseguida con lo expresado por Millás, no ya que vamos hacia la barbarie, sino que estamos metidos en ella hasta las orejas, lo que enlaza también con las recomendaciones de Wert a los futuros estudiantes universitarios, pero, siguiendo con el libro, esa ensalada repleta de ingredientes diferentes, aclararé que transcurre en muy diversos escenarios físicos.

Copenhague, Venecia, Samarcanda, Xinjiang, Amsterdam,  son esos lugares, además de los escenarios históricos de la época de Alejandro que el autor recrea a la vez. 

La técnica que el autor emplea para que nos traguemos la ensalada sin que se nos amontone en el gaznate es dedicar unas pocas páginas a cada escenario, que cambia cada veinte págínas, aunque ya en las dos primeras, el autor hace quemar un museo con fuego griego, para que no pensemos que es uno de esos libros en los que la acción decae tras el primer centenar de páginas.

Aburrir, no aburre el libro, la verdad, pero se nota una cierta inseguridad en el autor, como si temiera que dar tregua al lector, en medio de tal amontonamiento de sucesos, históricos, contemporáneos o imaginarios, le permitiera pensar algo sobre el libro, sobre la vida, pensar que el libro es una puta mierda, por ejemplo, o pensar que, por mucho que hayamos llegado a una época bárbara, no es, ni remotamente, por suerte, tan descabalada como la que Berry nos cuenta en casi seiscientas páginas que, ya les digo, que no voy a recorrer en su totalidad.

En fin. La Barbarie.

 LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 27/02/13.

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