viernes, 18 de junio de 2010

CEMENTERIOS

“Antes de morir de muerte natural, yo había sido el último vástago de una saga de librepensadores, salpicada de nombres wagnerianos. Sigfrido nació en 1.906, en plena época del pistolerismo, cuando las discusiones entre patronos y obreros se zanjaban casi siempre a tiros, y había visto morir a su padre, Vicente, el fundador de la dinastía, compañero del Noi del Sucre, a la edad de treinta y pocos años, de un tiro accidental en la cabeza.

La hermana de Sigfrido, Alpìna, murió a los cincuenta y nueve de leucemia aguda, no sin antes haber parido y criado a su segundo hijo, que fui yo. Sigfrido, que fue mi padre espiritual,me definía como una extraña mezcla de idealismo puro y pragmatismo cínico. El tiempo decantó esa mezcla y a los cuarenta el idealismo recibido por línea materna casi se había esfumado con la juventud perdida y lo que quedó fue un pragmatismo cínico impregnado por la dureza insensible de la rama paterna,cultivada ya por mis ancestros en la sierra de Espadán, donde se dedicaban al endurecedor oficio de trasformar la madera de encina en carbón.

Con los años, me fui pareciendo cada vez mas, inevitablemente, a mi padre, no solo en los rasgos físicos, también en mis vicios y debilidades, a la vez que se diluía, como un azucarillo, con toda naturalidad, mi antigua hostilidad de adolescente hacia el.

Ahora estoy aquí, en el Cementerio Municipal de Heliópolis, buscando el nicho de Walkyria, la tercera hermana, que estableció la costumbre de que en cada generación de la saga hubiera una tía soltera, costumbre que lleva camino de consolidarse en sólida tradición.

Walkyria fue una mujer de gran inteligencia, que desperdició su vida en los quehaceres domésticos --una gran cocinera que iba en un taxi al antiguo balneario de Las Arenas, cargada con bultos de comida preparada por ella misma para satisfacer al numeroso clan familiar-- después de haber dedicado sus mejores años a contribuir al sostén de la familia y a su propia independencia económica personal.

El menor de los hermanos, Helenio, emigró a México en un barco que zarpó de Alicante, en los estertores de nuestra guerra civil, acompañado de Rosario, su mujer, que fue secretaria de Domingo Torres, el último alcalde republicano de la ciudad desde la que escribo. Helenio trabajó en la sede de la editorial Espasa-Calpe en México, y desde allí me mandaba cajas de cartón con los mejores cómics de la época, imposibles de encontrar en el páramo literario de la España de entonces. Me aficioné a la lectura con aquellas publicaciones, y de ese hábito viene mi vicio de la escritura.Helenio hizo después una breve visita a España, luego regresó a México y allí está enterrado, en algún cementerio que, lamentablemente, no conozco.

Hubo una tía abuela, llamada Genoveva, que ejerció de cómica en teatros argentinos, y terminó sus días en Molina de Aragón, una bella ciudad de provincias de Guadalajara, vendiendo afeites a las vecinas para el depilado de sus piernas, y acogida a la caridad del clero, pues hacía compatible su labor de especialista en depilación, con la de ama del cura. Después de su muerte, visitamos su tumba en el cementerio de Molina, en el que fue enterrada a expensas de la parroquia.

Esta es la síntesis de la crónica de la saga familiar, que mi paseo por el cementerio de Helióplis me ha inducido a evocar. Después de depositar unas flores secas en el nicho de Walkyria, intento encontrar mi propia sepultura, en medio del laberinto de cementos funerarios y mármoles deslumbrantes por la luz cegadora de este verano terrible, cuando de pronto recuerdo que fui incinerado.

Decido prolongar el paseo antes de abandonar el cementerio y observo el conglomerado ostentoso de los panteones: una horrenda acumulación de estilos barrocos, neo clásicos y modernistas, rematada por la faraónica pirámide del panteón de los Lloveras. En una construcción funeraria mas modesta, a medio camino entre lo pretencioso y la limitación de medios económicos, se puede observar la leyenda : 'Propiedad del muy ilustre señor....' y no dejo de sorprenderme ante lo conspícuo de la condición de nuestros muertos mas ilustres.

De entre los muchos cementerios que he visitado, ahora que tengo tanto tiempo libre, recuerdo el de Larache como paradigma de los cementerios marineros, esos a los que cantó Valéry, el poeta simbolista francés, “Ce toit tranquille, ou marchent des colombes/ Entre les pins palpite, entre les tombes/Midi le juste y compose de feux/La mer, la mer, toujurs recommencée/ O récompense aprés une pensée/Qu'un long regard sur ce calme des dieux.”

Otro cementerio que recomiendo visitar a aquellos que guardan un temor injustificado y reverencial ante la muerte –lo mas natural de la vida, algo que tendemos a olvidar, ahora lo digo con conocimiento de causa-- es el del Puerto de la Cruz, en Tenerife; alegre conjunto de palmeras tropicales, flores de Pascua y losas blancas, situado en medio del bullicio de los hoteles de medio pelo, cerca de una piscina municipal y el estadio de fútbol, calentado de modo cotidiano por el sol que deja filtrar la sombra del Teide.

Pero el cementerio que supera a todos los demás, desde mi parecer, es aquel otro, literario, asturiano, en una de cuyas lápidas se pueden leer las palabras de la Peregrina:

“También yo quisiera adornarme de rosas como las campesinas, vivir entre niños felices y tener un hombre hermoso a quien amar. Pero cuando voy a cortar rosas, todo el jardín se me hiela. Cuando los niños juegan conmigo, tengo que volver la cabeza por miedo a que se me queden fríos al tocarlos. ¿Comprendes ahora lo amargo de mi destino? Presenciar todos los dolores sin poder llorar. Tener todos los sentimientos de una mujer, sin poder usar ninguno. Y estar condenada a matar, siempre, siempre, sin poder nunca morir.”

Estas líneas, según el prólogo de un libro que perdí son, a juicio del prologuista, la mas bella teatralización del misterio de la muerte. Juzguen ustedes mismos. Yo, terminado el paseo, regreso a la placidez de la nada. Ciao.”

(Esta entrada procede de unos viejos papeles sin fechar que mi mujer ha devuelto a la luz, porque desde hace unos días sufre la pulsión irresistible de arrojar al contenedor papeles viejos. Ella leyó primero este texto, y decidió no arrojarlo a la basura, supongo que por las referencias familiares que contiene. Lo he convertido en sustancia cibernética , no se si con buen criterio, y dejo para otro momento la entrada que tenía pensada para el día de hoy, relativa al monzón.)

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 18-06-10.

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