Inmerso en mi memoria literaria mas antigua, sigo expurgando viejos papeles y echándolos a la basura. De cada diez folios examinados, hay uno que me apetece rescatar para el blog. En este caso, se trata de algo muy proustiano que trata del tiempo perdido, pero también del tiempo recobrado.
“Hubo una época, remota y próxima a la vez, en la que yo no tenía conciencia del otoño. Mi territorio era el del juego y en aquel lugar mágico las cosas sucedían en un espacio sin tiempo y si,por un azar meteorológico, las fuerzas de la naturaleza se conjugaban para que durante una semana entera de un otoño cualquiera diluviara sin parar, yo no lo percibía como un fenómeno cíclico propio del cambio de estación, sino como una señal de que el lugar lúdico en el que me movía desplazaba su escenario, requiriendo nuevas formas de aproximación a sus posibilidades de diversión.
El chapoteo en las frescas aguas de las acequias de riego de la cercana huerta, propio del estío, era sustituido por un pataleo incesante en las charcas de las calles sin asfaltar, y el lodazal que dejaba la torrentera ofrecía una materia prima casi inagotable para la práctica de la alfarería infantil.
Las cazoletas que modelábamos con el barro eran furiosamente estrelladas contra el suelo, y el boquete que se abría en su fondo por el impacto era minuciosamente observado, medido y evaluado antes de determinar quien era el vencedor.
Ignorábamos que, en las formas rotas del barro de nuestra infancia se escribía ya nuestro destino, y augures invisibles vislumbraban en ellas los futuros avatares de nuestras vidas adultas y la fecha exacta de su término. Sin saberlo, éramos ya víctimas inocentes del tiempo, para nosotros, un ilustre desconocido.
Hace ya décadas, ese ilustre desconocido nos visitó, se presentó y tomamos conciencia de su existencia. Esta mañana, cuando he salido a pasear, un viento húmedo y frío ha estremecido mi piel, y mi cerebro ha traducido la información transmitida por las células sensibles a la temperatura exterior, añadiendo la recibida en otro otoño del enigmático caballero; 'Es el viento del otoño, y cada vez que notas su frialdad en tu piel, se aproxima más la fecha que los augures leyeron en el barro de tu infancia.”
Para los espíritus mas o menos sensibles o vulnerables a las condiciones cíclicas de la naturaleza, el otoño es, además de una fracción temporal que nos recuerda nuestra propia finitud, una multiplicidad de paisajes construidos con los materiales de nuestra memoria; miles de imágenes, reales o soñadas, vividas, silenciadas o contadas; colores, sabores, pieles acariciadas, lugares visitados, olor a tierra húmeda y a madera enmohecida, fragmentos de oratorios, sorbos de vino tinto, el aroma de la leña al quemarse, el rumor del viento al rozar las hojas de los álamos, de los chopos ribereños . Un canto ancestral, grato al oído humano desde que los hombres aprendieron a usar la memoria para su placer estético.
Abro la ventana para despejar el lugar en el que escribo del humo de mis cigarrillos, y el lejano eco de ese canto ancestral se introduce en la habitación, a lomos del viento del otoño.”
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 22-06-10.
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