lunes, 21 de junio de 2010

ROSAS SALVAJES

“En la hora mágica, cuando el viento cesa y la luz que precede al ocaso pone un reflejo dorado sobre las copas de los árboles, te internas por uno de los numerosos senderos que serpentean por el fondo de las vertientes de la sierra, y el amarillo brillante de la manzanilla que emerge entre la sombra suave del camino produce una sensación de encantamiento.

La rambla que conduce las aguas de las escorrentías se prolonga en un curso de mas de diez kilómetros, con tramos casi secos en los que el agua desaparece y solo queda la huella torturada en la tierra blanda de las torrenteras despojadas de caudal, hasta que un poco mas abajo un aporte ínfimo vuelve a reproducir el milagro del agua, esquiva, intermitente, que está y no está, se oculta y se renueva.

Al llegar a una extensa poza, al pie de unas grandes piedras que cortan el camino hacia el curso alto, en el margen derecho de la rambla, junto a una viña, me pareció ver una imagen insólita. Una encina ofrecía entre sus hojas el improbable adorno de unas rosas que salpicaban con su presencia toda su geometría vegetal.

Me acerqué para mirar con mas detenimiento el raro árbol que parecía dar flores y comprobé que un arbusto de rosas salvajes, con sus puntiagudas espinas, aparecía enredado, de un modo que no parecía parasitario, sino mimético, de ocultación, en la encina, produciendo ese raro efecto de árbol floral difícil de percibir sin aproximarse.

La luz que se filtra en la poza cercana tiene una textura suave, evanescente y le da un aire de estanque bajo las enormes piedras caídas quien sabe cuando, que se ven duplicadas sobre la superficie. Esa claridad que aún se extiende en la tarde, permite descubrir otros arbustos de rosas salvajes que han renunciado al camuflaje y al ocultamiento y se ofrecen seguros, protegidos por el arma defensiva de sus robustos y agudos espinos.

Solo pertrechado de guantes y tijeras de podar puedes vulnerar ese aparato defensivo, si, además, tienes algún motivo que te haga desear la muerte de una de estas rosas salvajes. He buscado en mi memoria alguna imagen que justifique ese sacrificio, y no he hallado ninguna, así que vuelvo a poner tijeras y guantes en la bolsa y renuncio a cortar la rosa.

Dejo la senda de la rambla cuando la luz de esta hora mágica que precede al ocaso comienza a desaparecer, y con ella, las lejanas y desdibujadas imágenes de mi memoria que en otro tiempo me habrían conducido a apropiarme de esas flores salvajes. El ocaso ya es dueño del bosque y la memoria.”

Podría indicar el camino exacto que conduce a los arbustos de las rosas salvajes, pero no lo voy a hacer. El aforo es limitado.

Por cierto, ha ganado España. Enhorabuena a los futboleros.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 21-06-10.

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