jueves, 24 de noviembre de 2011

TIERRAS FLORENTINAS

He bajado al Maravillas a las seis de la mañana. Hacía fresquito. En la barra, mientras tomaba un café con leche, he coincidido con el pintor que está haciendo un trabajo en el piso de la dama merchera a quien he llamado en otra página la Duquesa de Alba, por su talante exigente y altanero con el muralista. Nuevamente he oído la expresión 'Tierras florentinas' que de modo recurrente he escuchado en los últimos días, bien al pintor, bien a la Duquesa, pero hoy, venciendo mi natural timidez, me he atrevido a preguntar ¿Que es eso de las tierras florentinas?.

El pintor me ha contestado con todo lujo de detalles y así me he enterado de que se trata de una pintura decorativa que, después de la primera aplicación y antes de que seque, se trata con una paleta de plástico movida en ziz zag sobre la superficie pintada, de tal modo que el resultado final ofrece el aspecto de falso mármol.

--Si, lo he visto en un hotel de Madrid, en el último viaje, --he añadido yo-- vi unas columnas en el vestíbulo que ofrecían el aspecto de falso mármol crema marfil.

--No. Eso que tu viste es otra cosa. Estuco veneciano.

--Joder, con los italianos. Como nos dan el pego. A ver si va a ser que en el viaje que hice por tierras florentinas y venecianas, los paños de mármol de los palacios ducales y el Duomo de Florencia eran de mármol de pega, tu.

Me ha venido bien esa breve conversación sobre tierras florentinas. De regreso a casa
he pensado dar a la entrada de hoy un toque de crónica viajera.Total que, hoy, en lugar de enmerdarme con la cosa político financiera de aquí, a la que dediqué la página Austeridad, con un lenguaje algo impropio, hoy evocaré el viaje que hice por la Toscana hace unos años.
Actualidad, que te den por el culo.
(...)


De ese viaje recuerdo varias cosas, pero hay algunas que dominan sobre todas las demás. La luz de las seis de la tarde rebotando sobre el río Arno y dando a la capital de la Toscana
ese tono ocre característico que la hace única. Las casas edificadas sobre el mismo Ponte Veccio, que invaden lo que en cualquier otro sitio son zonas peatonales. No he visto jamás otro puente donde el aprovechamiento del suelo se imponga sobre el urbanismo racional, Italia es así.

El Mercado de la Paja, donde todos los vendedores disponían de 'bacaladeras' y los compradores pagaban con tarjeta hasta las camisetas de quinientas pelas,--visité Florencia antes del invento del Euro-- una prueba evidente de lo espabilados que son allí los vendedores de mercado y como le tienen tomada la medida al turismo desde hace muchos años.
La pizza envuelta que descubrí allí por primera vez. Ahora, cuando vamos al italiano de la esquina siempre la tomamos así.

Mi asombrado descubrimiento de que el síndrome de Stendhal no es un camelo, sino una realidad observable, una evidencia que constaté cuando fuimos a ver el David de Michel
Angelo, no la copia que está en la Piazza di la Signoria, sino el original de la Galería, antes de que aquel vándalo le partiera un dedo de un martillazo, cuando se podía contemplar sin la mampara de cristal con la que lo han protegido después.

Ignoro si fue la perfección canónica de las formas masculinas de esa escultura, o la energía de la piedra con la que el artista la esculpió, que entonces llegaba directamente, sin mampara, al visitante, pero mi mujer comenzó a exteriorizar todos los síntomas descritos por la literatura de ese síndrome, y me consta que no tenía noticia previa de el,
de modo que no se trataba de una sugestión,sino de una reacción espontánea ante la belleza.
Luego le volvió a suceder en Madrid, ante un cuadro de Picasso. No se yo si es que tiene la tensión baja.

En mi recuerdo, el ocre florentino, presente en galerías de arte, palacios y edificios públicos, convive con la luminosidad del blanco marmóreo de la catedral bizantina, el Duomo, y al recordar ahora esa isla de blancura en medio del paisaje hermosamente monocromo de la ciudad, tengo la sensación de que lo que vi fueron paños de mármol auténtico, nada de tierras florentinas ni otros sucedáneos, que quizás si estaban presentes en otras arquitecturas, pero yo no supe ver entonces.

En cuanto al estuco veneciano, seguro que estaba presente en los interiores de los numerosos palacios de esa ciudad, bella aún en su decrepitud, aunque no los visité. Solo visité el palacio ducal, donde, por cierto, te cobran por mear, como en cualquier ciudad turística italiana. Un café en Florián, nos costó cuatrocientas pelas de hace diez años, mas o menos, aunque eso sí, incluía la orquesta de cuerda que ponía el fondo decadente, en plan Thomas Man.

En esa ciudad me aficioné a las plazas cuadradas, que evoco cada vez que un paseo urbano
por aquí me acerca a la Plaza del Milacre del Mocadoret, oculta detrás de la plaza de la Reina, junto a la calle Tapinería y que mucha gente de aquí ni siquiera conoce. La única plaza de Heliópolis con un sabor auténticamente veneciano. Mi mujer, en cambio, se aficionó
a poner atención al lugar que ocupa en el autobús, pues cuando tomamos el vaporeto, aunque parezca increíble, aún había italianos que se ponían detrás de las viajeras para tocarles el culo.

Quizás la imagen mas colorista y barroca de aquella visita veneciana, de la que me traje unas máscaras de carnaval que todavía conservo, fue la del mercado de pescado. Pescado diferente al de aquí, ejemplares de gran tamaño, peces espada, meros enormes, una oferta abundante y variada, muy solicitada por un gran numero de compradores, como corresponde a una ciudad lacustre como es Venecia.

No he vuelto a la Toscana, desde aquel viaje florentino y veneciano, en el que visitamos también Siena, Pisa,Roma y algún otro lugar, y había casi olvidado la luz del Arno a las seis de la tarde dorando las fachadas de los edificios renacentistas, hasta que el amable pintor con quien he tomado café en el Maravillas me ha hablado de las tierras florentinas,
eso me ha permitido evocarlas, escribir esta medio crónica viajera y, de paso, evadirme por un día de las molestias de la realidad, y liberar de esa lectura a los usuarios del blog. De nada.

En fin. Tierras florentinas.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM)24-11-11.

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