viernes, 2 de mayo de 2014

BERNARDO ATXAGA

He bajado al Maravillas, con prisas, no he leído el periódico, porque Encarna y yo tenemos hora en el médico, a las 9,30. Lo mío, una tontería, conocer el resultado de la última litemia, 0,9, bien, por debajo del nivel de toxicidad, lo de Encarna mas urgente. Ayer, después de tomar el bocata de calamares y tomar café en el bar nuevo del Ateneo, tuvimos que quedarnos en la Filmoteca, porque Encarna no podía andar. Una tendinitis, le han dicho hoy. Reposo, anti inflamatorios y analgésicos, esas cosas.

Vimos una peli de Jerry Lewis, el genio de la pantomima. Hubo dos momentos geniales en la película, cuando Lewis adopta los modos de una estrella de rock, y la secuencia de la manguera desbocada echando chorros de agua con una capacidad destructiva muy cómica. Este actor era, realmente, un genio, se nota la influencia del cine cómico en su estilo.

Al salir del ambulatorio, Encarna se ha quedado descansando en casa y yo he ido al mercado a por medio quilo de berberechos, para hacerlos al vapor, porque hoy viene Quique a comer. Prepararé unos carrilladas que tengo en la nevera.

De paso me he acercado a la biblioteca, a devolver los libros de Aleixandre y Estellés y he tomado en préstamo uno de Bernardo Atchaga, Siete casas en Francia, que da motivo a esta página.
.....
En el bus, mientras volvía a casa, he abierto el libro de Atxaga, y ya no lo he podido dejar en todo el día. El libro era para Encarna, pero ya lo había leído, así que he asumido yo el papel de lector. Las primeras veinte páginas las he leído en un suspiro, y la primera conclusión obtenida es que no se me ocurrirá escribir una novela ni jarto de vino, porque hay que ver el curro que lleva eso de la planificación, el diseño de los personajes, la ambientación y la localización de escenarios, lo mismo que si fueras a rodar una película, total, pa qué.

He tomado libros en préstamo de la biblioteca que han dormido cinco años en sus estantes sin que nadie les haga el menor caso, por no hablar de los cinco o seis libros autoeditados que tengo en mis cajones. Solo uno de ellos, Las Recetas de Encarna, me sirve de algo cuando voy a guisar un suquet de peix, que en el libro se llama, con pretensión, merluza Albufera, y lo extiendo, abierto, sobre la mesa de la cocina, como fuente de consulta.

Por cierto que las carrilladas han salido hoy sublimes, una hora después de comer mi cerebro aún recreaba los sabores a tomillo, vino generoso, cebolla confitada, carlota super bien tratada, al toque de pimentón y tomate frito, y la suavísima textura de las carrilladas, terminadas con media hora mas de cocción con la olla abierta, hasta que han alcanzado un punto casi perfecto. 

Atxaga hace en este libro una demostración de su potencia literaria, tanto en el diseño de personajes, como en la creación de ambientes, el enclave colonial, supongo que inventado, de Yangambi, en el contexto, nada inventado, del colonialismo de finca agraria que practicó Leopoldo de Bálgica, a quien podemos llamar, sin desdoro, el gran hijo de puta, pues mandaba los cartuchos a sus fuerzas de la colonia, con la condición de que se justificara su uso con las manos de los cádavares de los indígenas abatidos con esa munición. Un cartucho, una mano. 

Hay una larga nómina de personajes, Chrysostome, el tirador homosexual, Donatien, quien lo recibe al incorporarse a la guarnición, la oficialidad del enclave, los mandriles y la selva, que tienen rango propio, los askari, mercenarios indigenas al servicio de las fuerzas coloniales, pero sobre todo los oficiales Lalande Biran y Van Thiegel, socios en el bonito deporte de matar elefantes y derribar árboles para comerciar por su propia cuenta, al margen de la potencia colonial, con el marfil y la madera de caoba, entre otros, dan testimonio de la complejidad del trabajo de preparación de esta novela, algo emparentada, creo yo, por la similitud de los ambientes y los personajes con El corazón de las tinieblas, de Conrad.

El oficial Biran, resulta curioso que permanece en esa selva congoleña que no le gusta nada, para complacer a su mujer, pues ambos poseen seis casas en Francia, pero ella tiene el capricho de adquirir una séptima casa en Cap Ferrat y le pìde que permanezca en la colonia hasta asegurar la realización de su sueño. Como son las tías. Bueno, las tías literarias, algunas. No se quien pasaría por la cabeza de Atxaga cuando hizo ese planteamiento narrativo.

Como solo he llegado hasta la página 97, no voy a contar nada mas, ni falta que hace. Vayan ustedes, si lo desean, a la biblioteca, y saquen el libro de Atxaga. Si está prestado, es que aún lo tengo yo, pero pueden pedir otros, El hombre solo, El hijo del acordeonista, Poemas Híbridos, de Alfaguara. Obabakoak, supongo que ya lo habrán leído. 

Debo terminar, he de ir a hacerle compañía a Encarna, que está tirada en su sillón, con la pata tiesa. Después, me reclinaré en mi sillón, hasta la hora en que vengan José Luís y su mujer, para desplumarlos al Continental. Mientras espero, cerraré los ojos y trataré de recrear la fiesta gustativa que han supuesto las carrilladas de hoy. Se puede consultar la receta en la sección Cocina del Blog. De nada. 

En fin. Bernardo Atxaga.

LOHENGRIN )CIBERLOHENGRIN) 2 05 14.

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