domingo, 10 de enero de 2016

SOLEDAD

He bajado a La Fuente, porque hoy el Maravillas está cerrado, mientras tomaba un cortado en la terraza, me he percatado de la presencia de una mujer algo obesa, cariredonda, estaba sola, yo también estoy solo, pero, por lo que he apreciado después, nuestro modo de estar solos es radicalmente distinto.

Me suena la apariencia de esta mujer porque suele frecuentar mucho las terrazas de los bares del barrio, casi siempre acompañada de mujeres y hombres de su edad, en un clima de jolgorio animado por el consumo de alcohol, pero hoy está sola.

Ha pasado por su lado alguien a quien parecía conocer, y al que se ha dirigido, casi en tono de súplica, --Quédate a almorzar conmigo, toma al menos un café, anda, dame dos cigarros, me he quedado sin dinero...

El hombre ha seguido su camino sin detenerse, dejando a la mujer algo obesa, cariredonda, en un estado de soledad, de abandono, que me ha parecido realmente patético, sobre todo porque cuando yo estoy en La Fuente, solo, contemplando las nubes que se mueven empujadas por el viento, dejando asomar una incierta luz solar, que nunca sabes si va a prevalecer o no, no suelo tener un sentimiento de soledad.

Al contrario, me siento parte de la maravilla de la vida, que tantas vueltas ha dado, glaciaciones, terremotos, incendios devastadores, miles de batallas cruentas, espacios de convivencia humanista, toda una serie de fuerzas opuestas, contradictorias, que culminan hoy con el espectáculo de las nubes moviéndose y ocultando parcialmente el sol, precisamente para que nosotros, humanos sobrevivientes de tantas batallas, catástrofes y conflictos, podemos observar la vida sentados en la terraza de un bar.

Mientras, los políticos catalanes culminan una partida de ajedrez, de dudosa acomodación a las reglas del juego.

Nada de esto, sin embargo, parece interesar a la mujer algo obesa, cariredonda, que parece sumida en un estado de soledad interior inconsolable, cuando el hombre conocido que ha pasado delante suyo sin hacerle caso, sale del bar con un paquete de tabaco en la mano y se sienta junto a ella.

Por un momento, pienso que mis elucubraciones sobre la soledad de la señora son inventadas pero, tras un breve espacio de tiempo el hombre se vá, sin atender a su último ruego, --Llévame al bingo, dame dos cigarros, me he quedado sin dinero..

De esta experiencia cotidiana, surge una reflexión sobre la naturaleza de la soledad. Hay una soledad física, la ausencia de otras personas, que puede tener muy diversas connotaciones, pues unos la pueden aprovechar para la observación, la reflexión, y otros no, y luego está el sentimiento de soledad, algo más ínterior, más íntimo, tan desgarradoramente emocional, que puede estar presente incluso en personas que viven rodeadas de gente.

Lo que voy a decir ahora puede parecer excesivo, pero mi experiencia personal me dice que todos podemos elegir entre ambos tipos de soledad, la soiedad puramente física, enriquecida con la observación y la reflexión, o el, a veces, destructivo sentimiento interior de soledad, que nos incapacita para observar y disfrutar la vida, y nos lleva a un abismo interior que no tiene fin.

Escucho a esa mujer mayor, algo obesa, carirredonda, llamar a su madre, en voz alta, desde la mesa que ocupa, nuevamente sola, en la terraza, y sospecho que ella no ha tenido oportunidad de elegir entre dos clases de soledades.

Me acerco a su mesa, le ofrezco mi paquete de tabaco, ella toma dos cigazrillos y me dice. --Me he quedado sin dinero. Yo respondo, --Eso nos pasa a todos, a veces, bueno, a todos, menos a las tabaqueras

Regreso a casa con la sensación de que hay, al menos, dos clases de soledades, aunque no estoy para nada seguro de haberlo sabido explicar. Otro día, igual me documento bien y lo explico mejor.

En fin. Soledad.

 LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 10 01 16.

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