lunes, 4 de junio de 2018

REMINISCENCIAS

"He bajado al Café Maravas. En el último tramo del recorrido hacia el café, he coincidido con una clienta habitual, hemos entrado juntos, y nos hemos sentado, uno al lado del otro, junto a la barra. Mientras tomábamos nuestras consumiciones, yo, un café del tiempo, ella, una cerveza, hemos entablado un intercambio verbal muy agradable. Bueno, el verbo lo he puesto yo, ella una paciencia educada al escucharme.

Hemos salido a fumar, junto a otros colegas, el manitas de la tecnología del frío, en eso que ha aparecido el economista en excedencia. Al verlo, le he dicho: --Te pido disculpas..

--A mí, porqué...

 --Por haberte citado en el blog, en la página 'La Política', atribuyéndote un discurso que, en realidad, era mío..

--Habrá que leerlo..

El técnico frigorista ha cambiado el rumbo de la conversación, rememorando sus experiencias viajeras por Túnez, Holanda, Italia, y algún país más que no recuerdo. La colega de café, a su vez, se ha referido a sus experiencias en el desierto del Sahara..

Después de escuchar con atención sus relatos, me he referido a algunos recuerdos de nuestras experiencias viajeras, mi mujer y yo, a Marruecos, Italia, Holanda, Alemania, entre otras.

En particular, he rememorado el tajine de cordero con ciruelas pasas y almendras que nos sirvieron en una cena memorable en Marrakex, después de la cual, en medio del ambiente festivo de aquella noche, Encarna se montó en un camello.

En aquella expedición que consistió en un tour a cinco ciudades marroquíes, visitamos Fez, que tiene la medina más grande del Norte de Africa. De aquella visita me quedó grabada la voz del muecín hablando a sus fieles a las tres de la mañana.

A diferencia de Marrakex, donde las llamadas a la oración eran grabaciones distorsionadas, en Fez me impresionó la voz de aquel muecín.

El guía de aquella expedición, marroquí, se empeñó, durante todo el viaje, en convencernos de que su cultura era superior a la nuestra, y lo hizo con un ejemplo peculiar. Según el, las bodas en occidente se ventilan regalando un paquete de tabaco, mientras que ellos, los musulmanes marroquíes, se tiran quince días de fiestas.

Al margen de ese chusco comentario, hubo dos cosas de esa cultura desconocida que visitaba que me llamaron la atención. En aquella época, el uso del automóvil aún no estaba tan desarrollado y los habitantes de un pueblo que debían ir a otro, igual se tiraban tres días andando y, cuando caía la noche, de cualquier casa a la que llamaran a la puerta recibian hospitalidad, una actitud solidaria que ignoro si todavía se practica.

Tambien me llamaron la atención los morabitos, pequeños recintos en medio de la nada, habitados por hombres que vivian en soledad, tratando de extraer en esa soledad algo de sabiduría.

A continuación me referí a dos experiencias de nuestra aventura italiana. Con ocasión de nuestra visita a Venecia, pudimos comprobar el precio abusivo de un café, en Florian, en la Plaza de San Marcos, aunque es cierto que iba acompañado de música de violines, pero la experiencia más chusca la tuvimos al tomar el Vaporetto, pues los italianos que llenaban aquel transporte público fluvial, iban detrás del culo de mi mujer como enajenados.

La otra experiencia italiana digna de mención, también tuvo que ver con mi mujer. Yo había leído algo sobre el Síndrome de Stendhal, una reacción emocional ante la contemplación de la excelencia en la belleza, que se manifiesta con alteraciones en el pulso y en la respiración, pero tuve la evidencia de que tal cosa es real cuando visitamos la Galería florentina en que se encuentra la escultura del David de Miguel Angel. La reacción de Encarna ante su contemplación fué exactamente como la describe Stendhal.

Visitamos Holanda, y algún pueblo de Alemania, con ocasión de un crucero fluvial por el Rhin. De Holanda, tengo un mal recuerdo, casi me lío a bofetadas con un segurata, que se pasó tres pueblos en sus tareas de seguridad, por aquel entonces, había habido atentados en Europa y las cosas estaban muy tensas en los Aeropuertos.

El crucero fué una maravilla, en general, salvo el incidente aeroportuario. En mi memoria quedó fijada una imágen singular. En la visita a un pueblo alemán de la ribera del Rhin, poblada de castillos y viñedos, pude ver una escultura de gran tamaño de un toro bravo, que parecía emerger de la tierra.

Ni en sueños había esperado yo encontrar una escultura tan taurina en suelo alemán. Pues sí."

Después de esta conversación, he entrado al bar, he mirado el reloj, y, la leche, han pasado dos horas. He vuelto a casa y claro, Encarna me ha echado la bronca por mi retraso. Hemos de ir a la pastelería de la Av. del Regne a por rosquilletas laxantes, y yo he de ir al sirio a arreglarme la barba. O sea.

En fin. Reminiscencias.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 4 06 18.

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