miércoles, 10 de marzo de 2010

LA CORTINA DE HUMO

Ayer vi en el cable una vieja (?) película de 1.997, dirigida por Barry Levinson, 'La Cortina de Humo', interpretada por Robert De Niro en el papel de consejero de un presidente USA en apuros por la inmediatez de unas elecciones a las que debe concurrir con el lastre de un reciente escándalo sexual, y Dustin Hoffman, que encarna a un productor de Hollywwod incorporado al equipo electoral para solucionar con su imaginación delirante la delicada situación del presidente.

Esta película que puede ser calificada de muy diversas maneras, comedia ácida, thriller político, fantasía delirante, sátira realista, o como ustedes quieran, en realidad trata un tema de actualidad, la escenificación de la realidad para el consumo de masas, con la connivencia de poderes políticos y expertos de la manipulación informativa.

El Consejero y el Productor se inventan una guerra con Albania, con el terrorismo como telón de fondo, para tender una cortina de humo que oculte las fragilidades del presidente y refuerce sus posibilidades de reelección apelando al sentimiento de unidad del pueblo americano ante una amenaza exterior.

A la comicidad y el histrionismo que aportan al guión De Niro y Hoffman se añade una cierta anticipación histórica, un relativo paralelismo entre la situación que plantea la película y la evolución de la historia posterior en Estados Unidos y en el resto del mundo, en lo que se refiere a las relaciones entre los poderes institucionales y los medios de comunicación.

Cuando la pareja de manipuladores ha conseguido montar un tinglado inventado que se da como cierto en los informativos, interviene la CIA y filtra la noticia de que la guerra ha terminado, atribuyendo al presidente el prestigio de ese final feliz, pero ninguneando a los atrabiliarios creadores de noticias falsas.

Estos, decididos a redondear su embolado, convirtiéndolo en una obra de arte, no se resignan a ese final impuesto y buscan entre los archivos del Pentágono un soldado anónimo para presentarlo como un héroe de la falsa guerra, rezagado en la retaguardia enemiga, convirtiendo su rescate en un nuevo éxito presidencial.

Es alucinante la puesta en escena para la fabricación de ese héroe nacional, incluyendo la analogía de su apellido con un zapato viejo, la composición y divulgación de una canción que lo evoque y la introducción de la moda de colgar zapatos viejos de las alturas, pero lo que raya con el esperpento es que el tal héroe resulta ser un perturbado, que cumple doce años en una prisión militar por violar a una monja y que cuando está a punto de ser presentado a la opinión pública, muere de dos escopetazos en otro intento de violación.

El productor de Hollywood, inasequible al desaliento, decide entonces presentar al héroe dentro de su ataúd, cubierto con la bandera americana, supuesta víctima de un accidente aéreo durante su traslado, y finalmente, la puesta en escena, la escenificación de esa realidad ficticia, obtiene el éxito de masas esperado, en medio de toda la parafernalia patriótica, lo que determina la reelección del presidente.

El desenlace no es menos ácido que el resto de esta fábula sobre las relaciones de poder. El productor de Hollywood, ensimismado ante la obra de arte que ha construido, insiste en ser reconocido como el único artífice de ese éxito, quiere ser admirado como el creador de esa maravillosa realidad ficticia, que concluye con escenas de sincero dolor entre las buenas gentes que acompañan con un muy real sentido patriótico el féretro del héroe en las escenas finales de la película.
Siguiendo la lógica del poder, el Consejero del Presidente, De Niro, hace que los agentes de seguridad se lleven al Productor y lo saquen de circulación, para evitar que su ego desmedido lo estropee todo.

Esta película tan singular permite una interpretación distinta por cada espectador. Algunos la verán como un panfleto. Descontando las exageraciones exigidas por la comicidad, el histrionismo, y la evidente falta de verosimilitud, lo que queda es un retrato descarnado de la manipulación y la escenificación de la realidad al servicio del poder, que no es en absoluto inverosímil.

La realidad nos cuenta que el nacional socialismo perdió la guerra. Pero si observamos que las técnicas de manipulación de la opinión que empleó el ministro Göebels gozan de una extraordinaria actualidad, que los responsables de comunicación de los gobiernos tratan de influir de modo cotidiano en la percepción de la realidad por los gobernados, que cada día mas, usando las nuevas tecnologías, se esfuerzan en escenificar esa realidad conforme a sus intereses, es lícito preguntarse si esa derrota nazi no será una cortina de humo, y, al menos en lo que concierne a las relaciones entre poder político y poder mediático, las maneras y técnicas Göebelianas han triunfado, en algunos gobiernos mas que en otros.

La lectura atenta de la prensa diaria permite identificar, a veces, que gobiernos se inclinan mas por la manipulación de la realidad.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 10-03-10.

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