Estoy un poco hasta los huevos de la agria tarea de criticar desde las páginas del Blog a ex jefes de lo nuclear; a Cavernícolas políticos de la Diputación de Heliópolis que practican la torpeza de la anacrónica censura, picos de oro de la política estadounidense que defraudan las expectativas de sus electores, peces gordos de la judicatura que deberían ser jubilados (y no me refiero a Garzón), conspiradores del Opus expertos en Shakespeare que se ocultan tras la solemnidad de los cortinajes de los salones donde se cuece el destino de los sumarios incómodos, Premios Nobel de Economía que escriben sandeces, Presidentes en general, Presidentas de comunidad, en particular, con hábitos de buitre leonado, Ministros de Industria de dudosa ejecutoria, Agencias de Calificación Financiera, VIPS, y demás ralea.
Ese hartazgo me lleva a cambiar la orientación de la página de hoy, en el sentido de abstenerme de cualquier opinión crítica –'.Levante' ya recoge hoy en sus páginas de opinión con gran extensión y coincidencia lo de los cavernícolas de aquí que adelanté en la página 'Censura'-- y dedicarme a una actividad de servicio público mas grata, el relato de una casual experiencia de cocina de la que disfruté ayer.
Compramos el sábado en el mercado una buena porción de lomo de salmón fresco noruego y nos pasamos un poco con el peso. Después de disfrutar de ese pescado azul, al que la pescadora había extraído las espinas, –muy importante-- pasándolo por la plancha junto a unos espárragos trigueros con un intenso sabor a bosque, sobró un trozo de unos 250 gramos, que reservamos en la nevera, sin saber exactamente que hacer con él.
Al día siguiente, después de una reflexión compartida sobre el destino del salmón sobrado, Encarna y yo acordamos convertirlo en pastel. Consulté la página 85 de 'Las recetas de Encarna', un libro autoeditado en 2006, que contiene unas ciento cincuenta recetas de cocina, y allí estaba la receta del Pastel de Merluza que, simplificada y adaptada, nos ha servido para aprovechar esas sobras.
El salmón sobrado ya había recibido un suave tratamiento de plancha, sin llegar a secarse, por lo que no ha hecho falta cocerlo. Para dos raciones, hemos batido dos huevos con el contenido de un brick pequeño de nata y una cucharada de tomate, añadiendo a ese batido el salmón desmenuzado, sin piel ni espinas. Hemos untado un molde con mantequilla y hemos vertido el batido con el salmón.
Han bastado treinta minutos de horno, al baño maría, para que el pastel se cuajara. Una vez frío, lo hemos sacado del molde y lo hemos cubierto con una capa fina de mayonesa ligera. Renunciamos a añadir a la mayonesa zumo de limón y naranja, el coñac y la salsa Perrys, que recomienda la receta original, eso queda al gusto de cada uno.
Antes de servirlo, lo hemos templado un minuto y medio en el microondas, y lo hemos acompañado de una ensalada de rúcula y otros vegetales, de esas que vienen ya preparadas y limpias en sus bolsitas.
El pastel estaba de puta madre, aún sin los aditamentos del coñac y eso. Es mucho mejor ocuparse de la cocina, y dedicar sus resultados a ustedes, que empeñarse en una estéril batalla para opinar sobre un mundo sobre el que no tenemos ningún control.
Naturalmente, para aplicar esta receta, no es preciso que el salmón sea sobrado. Si se compra fresco, habrá que cocerlo, y según su peso, adecuar los ingredientes del batido al número de raciones que se desea obtener. Si pesa medio kilo, pues se duplican las cantidades del batido y, voilá, ya está.
Contento y satisfecho por haber seguido hoy el viejo consejo latino, Carpe Diem, disfruta el día, sin meterme en otros asuntos mas pantanosos, desde aquí les sugiero la misma fórmula, disfruten el día, con o sin Pastel de Salmón.
De nada.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 9-03-10.
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