lunes, 15 de marzo de 2010

SOBREVIVIR

Las palabras tienen a veces una cosa extraña, arcaica, que nos pasa desapercibida con el uso. Esta mañana he bajado al bar de los locos a tomar café, porque he quedado con unos amigos para ir al mercado y no tengo tiempo para entretenerme en el Maravillas leyendo las gestas deportivas de los lunes en un periódico prestado, y me he encontrado con un joven sin trabajo que se iba a hacer unas chapuzas de pintura. Mi hermano se ha ido a Madrid, le ha salido otra chapuza. Hay que sobrevivir, me ha dicho, antes de irse.

¿Porqué le llaman 'sobrevivir' a algo que debería llamarse 'infravivir'? Es cierto que la noción de supervivencia evoca flotar en la superficie, salvarse del hundimiento pero, al mismo tiempo,esa supervivencia suele moverse en unos entornos vitales que están muy por debajo de las condiciones habituales de la vida 'normal'. Trabajar con cierta continuidad, tener ingresos regulares, son condiciones previas que permiten alimentar ilusiones y proyectos, que se convierten en algo
suspendido, aplazado sin fecha determinada, desde las limitaciones de la supervivencia.

La noción de mera supervivencia suele incluir la de precariedad. La precariedad, cuando es elegida, puede ser un medio de replantearse el futuro, una forma libre de encarar una nueva dirección vital por medio de una renuncia temporal a la seguridad y a los condicionamientos que la acompañan, pero cuando es impuesta de forma imprevista por circunstancias externas, el sujeto que queda en precario recibe esa brusca ausencia de seguridad como una pérdida, y su instinto le lleva hacia la mera supervivencia, pues no está preparado para percibir que esa pérdida es también una oportunidad.

Las oportunidades de cambiar de oficio, de sumar conocimientos, de cambiar de residencia, están tan presentes en las situaciones precarias como las pérdidas muy reales de trabajo y de ingresos que, ahora mismo, afectan a millones de personas, la mayoría jóvenes.

Hay que sobrevivir, decía el joven pintor mural esta mañana, pero tengo la sensación de que esa expresión, supervivencia, debe ser abandonada. En primer lugar, porque no expresa la verdadera naturaleza de la percepción de quienes sienten que están en realidad viviendo, no por encima, sino por debajo de los niveles vitales que les permiten tener ilusiones y proyectos.

En segundo lugar, porque no se trata de sobrevivir, sino de vivir. Vivir para si mismo, para los demás y en un determinado entorno. Las dificultades del entorno empujan para abajo, pero la capacidad de adaptación humana es tan potente que debería permitir que cada uno saque esas potencialidades, no se conforme con la supervivencia, y se sitúe en la dirección adecuada para abandonar ese entorno hostil en cuanto las condiciones lo permitan.

Los jóvenes son capaces de adaptarse, pero merecen un marco adecuado que posibilite esa adaptación. Algunos echamos en falta respuestas institucionales mas rápidas y eficaces que afronten el paro juvenil, mas recursos formativos para reforzar y diversificar sus habilidades en un mercado de trabajo cuya composición sectorial ha cambiado de manera dramática, y un contrato sin derechos laborales no tiene porqué acompañar necesariamente esas políticas.

Los mercados laborales de las economías europeas menos afectadas por el desempleo siguen abiertos. Esa es una posibilidad mas a considerar, que podría potenciarse ampliando el marco de colaboración entre los Estados de la Unión.

Sobrevivir es, según mi viejo Espasa, 'Vivir uno mas que otro (…) después de un determinado suceso o plazo' Los jóvenes en precario en España no viven más, sino menos que otros, en lo que concierne a una vida con menor seguridad económica, y con el menor ejercicio de su libertad personal que esa insuficiente seguridad conlleva.

No se trata de que sobrevivan, pues, sino de que vivan para vivir

En fin. Sobrevivir.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 15-03-10.

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