Hace tiempo que no veía a algún político dejar traslucir sus emociones en mitad de un discurso público. He visto a la ministra de trabajo de Italia ceder al llanto al comunicar públicamente los sacrificios que pedía a su pueblo, los llamados recortes, obligada por la dichosa deuda, y me ha parecido sincera. La ministra tiene mi respeto por haber manifestado
su sensibilidad por el dolor y la desgracia ajena en público.
Cada vez que esto sucede, cuando es una mujer la que ostenta un cargo público y se deja llevar por sus sentimientos mas hondos, en lugar de contenerlos, como al parecer toca, sale un machito --en este caso Carlos Herrera-- a burlarse de ella.
La sensibilidad, según mi viejo Espasa, es la facultad de sentir, propia de los seres humanos, es una propensión natural a dejarse llevar por la compasión, la humanidad y la ternura. Otra cosa es que las convenciones sociales y políticas dicten que es políticamente incorrecto mostrar públicamente ese sentimiento.
Los machitos que se burlan de las ministras sensibles, suelen atribuir esa condición de sensibilidad, exclusivamente, a las mujeres. Se ve que no han leído el Espasa, que no hace distinción alguna de género al describir ese sentimiento.
(...)
Una cosa es la sensibilidad, otra la sensiblería, que es un sentimentalismo exagerado, trivial o fingido. No se como calificaría Carlos Herrera, tan partidario de que no se muestren las emociones en público, aquella comparecencia pública de Arias Navarro, que fue Director General de Seguridad durante el franquismo, acostumbrado a la dureza de las torturas aplicadas a los detenidos por sus subordinados, y luego presidió un gobierno, cuando comunicó a los españoles de entonces mientras lloriqueaba de un modo poco convincente, --Españoles, Franco ha muerto.
Personalmente, prefiero la sensibilidad sincera a la sensiblería o la dureza insensible.
Ese tópico de la dureza insensible masculina y la sensibilidad femenina, queda roto cuando observamos que diferentes políticos, con independencia de su sexo, adoptan roles duros o sensibles, pero es cierto que la dureza, la falta de sensibilidad, se asocia al poder político, por la propia naturaleza del camino que se ha de recorrer para alcanzarlo.
Entre la personalidad de Tatcher, Barberá o Cospedal, tres mujeres que parecen un paradigma de la dureza y la falta de compasión en el ejercicio del poder, como si estuvieran convencidas de que en un mundo de hombres hay que comportarse como ese tipo de hombre al que se atribuye la dureza para transitar por los salones de la política, y la vulnerable ministra de trabajo italiana, que deja traslucir lo que siente ante una decisión política que va contra sus principios o sus deseos de favorecer a un pueblo al que sirve, yo me quedo con la ministra.
Hay una percepción errónea del papel que juegan las emociones y la razón en el devenir humano. La mayoría de las decisiones del último decenio que se nos han vendido como racionales, sin serlo, están en el origen del crack que ha obligado a la ministra italiana a comunicar a su pueblo medidas drásticas, con consecuencias materiales y sociales de gran alcance, que tienen su causa en decisiones carentes de sentido colectivo, tomadas por otros, en lugares palaciegos o bursátiles, dominados en su mayoría por hombres carentes de toda compasión, pero también de un mínimo de racionalidad.
Si el poder es mayoritariamente masculino, y si algunas de las mujeres que se han abierto
un espacio en el lo han hecho asumiendo roles masculinos, la responsabilidad del fracaso colectivo de ese poder para cuidar del equilibrio social, es una cuestión de género.
Encima, ahora llega Carlos Herrera y se ríe de una mujer sensible porque muestra su sensibilidad en el ejercicio de un cargo público. ¿No es demasiado?
Si alguien tiene alguna duda del origen del llanto de esa mujer que tanta risa causa a algunos, es oportuno evocar a Hemingway para entenderlo. No preguntes por quien llora la ministra. Llora por ti.
En fin. Emociones.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 5-12-11.
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