He bajado al Maravillas, con un frio de cojones, por el camino, sin saber porqué, iba pensando si entre la clase política española existen personas que están ahí por una necesidad íntima altruista de gobernar en favor de los ciudadanos, no para enriquecerse ni para ejercer un poder que les ha sido delegado por el pueblo soberano para cuidar del bienestar y el patrimonio común, en su propio beneficio, o para satisfacer esa tendencia soberbia, prepotente, que suele acompañar el ejercicio del mando, la capacidad de condicionar la vida de millones de personas a través de las leyes que su condición les permite imponer, con el aval de los votos.
Me he dicho a mi mismo que si, que esas personas existen, pero están sobre todo, en partidos minoritarios que solo realizan una oposición testimonial, porque en los partidos que mandan realmente, me parecen mas escasas. Esas formaciones minoritarias, con mayor cuota de políticos, digamos, vocacionales, son en realidad la coartada para que aceptemos el carácter democrático de un régimen que ha sido, es, y será, en el fondo, mas autocrático que otra cosa, aunque en la forma, adopta la apariencia de una democracia auténtica.
(...)
La última decisión de esas mayorías parlamentarias en España ha sido dejar el salario mínimo como está, en sus miserables 640 euros, tan lejos, muy, muy lejos, de las retribuciones que se atribuyen quienes están para cuidar de la cosa pública, sean políticos, monarcas o banqueros.
Creo que esta idea me ha venido a la cabeza porque anoche vi de nuevo, en la televisión por cable, El Gatopardo, una película de Visconti, magnífica, que tiene su origen en un libro del mismo título escrito por Lampedusa, un biznieto del protagonista, el Príncipe de Salina, que transcurre en Sicilia en el siglo XIX, en tiempos revolucionarios.
En el Gatopardo, Salina, decide no hacer ascos a la revolución de Garibaldi, que culmina con la unificación de Italia bajo la monarquía de Víctor Manuel de Saboya, porque 'es necesario que algo cambie, para que todo siga igual'. Es sorprendente la semejanza entre las actitudes de las clases aristocráticas en el viejo régimen italiano, y las de las clases dominantes y declinantes españolas cuando decidieron aceptar la transición democrática, sabedores de que buena parte de sus privilegios, seguirían igual, o incluso mejor.
Cada vez que veo esta película de nuevo, me vuelve a fascinar. Salina, con su discurso cínico y sabio a la vez, reaccionario y visionario, es una fuente de conocimiento de lo que
en política se llama gatopardismo, que no es otra cosa que la capacidad de adaptación de las clases dominantes para su supervivencia, en entornos que cambian solo en apariencia.
Salina fue un aristócrata con vinculaciones borbónicas, ligado al viejo régimen de poder de las monarquías españolas sobre la isla de Sicilia, un lugar siempre gobernado por otros,
pero bajo el que los poderosos isleños ejercían su influencia como si fueran Dioses, en palacios inmensos de los que no conocían la totalidad de sus habitaciones, porque, como dice Tancredi, sobrino de Salina, citando a su tío, de conocerlas todas, no valdría la pena vivir allí.
Salina, consciente de su poder, pero también de su decadencia ante los nuevos tiempos que se avecinan, trata de sobrevivir a esos cambios pactando con los nuevos políticos liberales, busca la alianza con esa nueva clase emergente, mediante un contrato de matrimonio que vincula a Tancredi, su sobrino, con la hija del alcalde, un poder elegido por el pueblo, un típico político arribista enriquecido, de ese modo espera prolongar su influencia en los nuevos tiempos, aunque, consciente de que su condición no puede ser eterna, reconoce que a los gatopardos y leones (las clases aristocráticas) se les sumarán los chacales y las hienas (las nuevas clases políticas) y todo irá a peor. Un discurso claramente reaccionario, que no es solo propio de Salina, sino de toda la aristocracia. Las nuevas clases políticas de la democracia no pueden calificarse, desde luego, de chacales y hienas, pero es seguro que no pocos de esos ejemplares se esconden entre ellas.
Esta película no solo es importante por el fascinante personaje de Salina, sus conversaciones con el cura y con su montero no tienen desperdicio. Le dice al cura que ha tenido siete hijos con su mujer y ni siquiera le ha visto el ombligo, al justificarse ante el sacerdote por irse de putas y no aceptar confesarse, o cuando pregunta a su montero para informarse del alcalde con cuya hija piensa casar a Tancredi.
La belleza insolente y joven de Claudia Cardinale (Angélica) y Alain Delón, (Tancredi) y la secuencia en la que ambos se pierden por las laberínticas habitaciones del palacio, junto a los incomparables paisajes sicilianos, el brutal contraste entre el pueblo miserable de Donnafugata y la vida palaciega de los Salina, son algunos de los motivos para volver a ver esta película, tan pedagógica en lo que se refiere a las relaciones entre clases dominantes y dominadas.
Con la mentalidad de Salina, uno puede apreciar al conocer esta historia que,a pesar del dicho de que 'es necesario que algo cambie para que todo siga igual', no todo sigue igual, cambia el escenario, pero parece cierto que las relaciones de dominio permanecen, que las revoluciones son efímeras, las reformas, una especie de maquillaje que sirve sobre todo, a quienes tratan de medrar con ellas.
Sin embargo, a pesar de que en este discurso puede haber algo verdadero, hay que seguir defendiendo el cambio, las reformas, las revoluciones, porque, de no hacerlo así, aún estaríamos gobernados por un Príncipe de Salina. Es una opinión.
Surge una duda, ¿Salina murió, o se ha reencarnado en los financieros y especuladores
que ejercen su dominio ahora sobre una economía global? ¿Los tipos que han dejado el salario mínimo como estaba, es decir, en 640 Euros, mas o menos, son tan distintos de ese príncipe que les explica a unos extranjeros que le visitan que la riqueza y el poder no pueden existir sin la miseria de otros?. No sé.
En fin. Il Gatopardo.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM)29-12-11.
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