domingo, 22 de enero de 2012

LA FIESTA

El sonido monótono de la música disco, junto a las luces intermitentes que se derraman desde el techo y producen un efecto de fosforescencia en las prendas blancas de los danzantes que se mueven de un modo sincopado al ritmo de la música, no son muy distintos
de los elementos rituales de una celebración animista en lo profundo de la selva amazónica, dirigida por el chaman.

Las barras de la discoteca están repletas de gente con el vaso en la mano, que consume alcohol de garrafa. A partir de la tercera hora de sarao nocturno el jefe de barra tiene orden de servir alcohol malo, porque el paladar de la clientela ya está estragado y les da igual. El acceso a los servicios está colapsado por un montón de gente que va a empolvarse la nariz, y en la pista numerosos asistentes a la fiesta llevan una botella de agua en la mano y de vez en cuando se sirven de un pastillero que llevan en el bolsillo.

La creciente euforia del público discotequero no difiere demasiado del grupo tribal que celebra sus ritos en la selva brasileña. Ambos están de fiesta, y ambos intentan lo mismo, un alejamiento temporal de la realidad, una evasión de lo feo y desagradable, una gratificación de los sentidos, aún a costa de la inevitable resaca. Los humanos somos así, en cualquier parte del globo, en cualquier cultura. Nos gusta la fiesta.
(...)
En la Comunidad Valenciana tuvimos nuestra propia fiesta, de una duración muy dilatada, pero hoy, al salir de la discoteca, el portero nos pide que depositemos 4.335 Euros por cabeza, por los destrozos que esa fiesta ha ocasionado en el patrimonio común. Esa es la deuda por cabeza que el Consell reconoce en estos momentos.

En alguna página del blog he preguntado ¿A ver, que se debe?, porque si todos los problemas que están en la calle que afectan a la sanidad, la educación y los servicios sociales, se traducen en esa cifra, yo estaría dispuesto a pagar mi parte para que se resuelvan, sin preguntar, de momento, por los responsables de ese endeudamiento.

Seguramente, esa responsabilidad será compartida. No obstante, a los que se preguntan ¿Como hemos llegado a esta situación? les recomendaría ver la película Margin Call, que hoy todavía se proyecta en el cine D'or. Yo la vi ayer.

La película escenifica, a través de un grupo de sus ejecutivos, lo que pudieron ser las horas previas a la quiebra de Lehman Brothers, el banco de inversión de Estados Unidos, que fue el primer aviso de la crisis, y que, justo antes de quebrar, repartió por el mundo billones en activos tóxicos, (paquetes financieros de hipotecas basura) que fueron a parar a la mayor parte de los bancos del sistema financiero global.

Jeremy Irons, el actor que personifica al manda más de la firma, repite a través de sus diálogos una frase, 'la música ya no suena', refiriéndose a los mercados financieros que, en su literalidad, evoca el final de una fiesta. Cuando decide lanzar a los mercados toda la basura de sus activos, en cuestión de horas, lo hace convencido de que la fiesta se ha acabado para todos, y que el primero que salga del local que se va a derrumbar encima de los danzantes, quedará vivo, y si los que quedan dentro se ven aplastados por los escombros, ese no es su problema.

Los negocios financieros no se rigen por cuestiones éticas, sino pragmáticas, la actitud
de Irons es, simplemente, consecuente con ese pragmatismo, lógicamente bastante desalmado.
Un aspecto interesante de la película es cuando uno de los asistentes le pregunta a uno de sus jefes cuanto gana. Dos millones de dólares, dice el jefe. El asistente se asombra. El jefe le dice, no creas, la mitad se lo lleva el fisco, luego está el coche, la hipoteca, 70.000 dólares en putas y copas, y 400.000 que me quedan para imprevistos.

En realidad, esas cifras son semejantes a las que conocemos de algunos ejecutivos de cajas de ahorro de por aquí, ahora quebradas o fusionadas, gente aprovechada salida de la política, cuyos nombres conocemos por la prensa, aunque no sabemos aún cuanto se gastan en putas y copas.

El mundo era una fiesta, antes de la caída de Lehman Brothers, pero la música dejó de sonar en 2.008. En la Comunidad Valenciana, tres años y unos meses después, el portero nos espera a la salida de la discoteca para que paguemos los desperfectos ocasionados en esa orgía eufórica y, aunque la mayoría de los paganos no participó directamente en el 'evento', no hay que olvidar que, de forma indirecta, en los niveles de empleo, en las atenciones sociales, en el disfrute del estado autonómico, grandes edificios, grandes acontecimientos deportivos, nadie quedó al margen, de un modo directo o pasivo, de los
rituales festivos, todos escuchábamos la misma música, desde dentro, o desde fuera del local de la celebración. Por eso, mi opinión --por cierto, contradictoria con la que expresé en otra página, negándome a ser solidario con los chorizos-- es que, quienes tengamos ahorros para hacerlo, paguemos la jodida deuda de una vez, para que el horizonte de nuestros jóvenes se vea un poco mas claro.

Una vez hecho esto, liquidada la deuda solidariamente entre todos, será el momento de pedir responsabilidades a quienes estaban en la orquesta, dirigiendo el cotarro para que esto no parara, aunque sabían perfectamente, como los de Lehman Brothers, que la música había dejado de sonar.

En fin. La Fiesta.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN)22-01-12.

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