viernes, 27 de febrero de 2015

ROMA

Uno, que no es historiador, ni ha leído nada sobre el Imperio Romano, ha pateado sin embargo las vías de comunicación que aquella civilización estableció en la península ibérica y ha visitado algún enclave urbano importante, como Volubilis en el norte de Africa, un lugar asombrosamente bien conservado, donde el clima seco mantiene los colores de los mosaicos como en la época de su fundación, lo que le permite, con algo de audacia, dar algunas opiniones sobre lo que debió ser aquella civilización, desde una mirada que contempla los planos demográficos, económicos, políticos y culturales.

No es difícil imaginar que el imperio romano mandaba sus excedentes de mano de obra a las legiones que,con aquel turismo hacia los confines del imperio conseguían dos cosas, estimular la construcción, con la actividad permanente de la apertura de nuevas vias de comunicación, equivalentes a nuestras autopistas y rotondas de ahora, y asegurar el pleno empleo (ocioso) a la población que quedaba en la metrópoli.

Aquellos romanos que se establecieron en Volubilis, vienen a ser como los alemanes que viven ahora en Mallorca, y el modelo económico del imperio, basado en la construcción y el turismo, y en la importación de productos exóticos, como el Gárum, la salsa de pescado manufacturada en las costas levantinas de entonces y transportada hasta las mesas de los patricios, tiene alguna semejanza con nuestro modelo actual.

En lo que no nos parecemos, ahora mismo, es en el modelo cultural pues si Roma, antes de Constantino, era una organización social descristianizada, ahora el ministro Wert impone la religión como asignatura evaluable alternativa, con lo que nos lleva a épocas que creíamos superadas, no me refiero a la romana, sino a la franquista.

Otro aspecto que nos separa de la civilización romana es que el Senado debió ser una cámara de nobles, y sus debates no debieron ser muy visibles para el común de la población, con lo que, a cambio de esa falta de transparencia, --no había televisión-- se ahorraban el bochornoso espectáculo, la sensación de vergüenza ajena, que nos ha dejado el debate sobre el Estado de la Nación, digo, del Imperio.
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En nuestro único viaje a Roma, ya casi olvidado, nos pareció una ciudad amable, que seguía haciendo del turismo y la construcción los pilares de su economía, como en el imperio, aunque hay que suponer que en el plano comercial, mas que importar Gárum, exportan moda, a través de Milán.

Lo cierto es que la Vía dil Corso, la calle mas comercial de Roma, concentra en su trazado los escaparates de los diseñadores mas famosos del mundo.

Para visitar las Termas de Caracalla, tomamos el autobús, ignorantes de que había que sacar billete en la parada, antes de subir al bus, así que viajamos gratis, bajo la mirada de reprobación de las romanas que se percataron de ello.

La amabilidad romana quedó de manifiesto con el trato de un amable camarero que nos sirvió mezzo bianco y una pizza junto al coliseo.

La estructura urbana de Roma está rodeada por decenas de anillos que la circunvalan. A mi me pareció esa solución urbanística algo narcisista, algo que cierra en si misma esa ciudad tan antigua, en lugar de abrirla. 

Otra cosa que me pareció chocante es que cuando te dispones a cruzar un paso de peatones que está en verde, te juegas la vida, porque los conductores romanos parecen seguir una variante de ese dicho...hecha la ley, no le hagas ni caso.

En ese viaje visitamos varias ciudades, entre otras Venecia y Florencia. De Venecia recuerdo que los venecianos intentaban meterle mano a mi mujer en el vaporetto, y de Florencia hay dos imágenes que insisten en prevalecer en el recuerdo. La luz del Arno a las seis de la tarde, y el desmayo de mi mujer al contemplar la escultura del David de Miguel Angel, antes de que le fracturaran un dedo y la confinaran en una vitrina de cristal.

Me viene a la memoria el episodio del desmayo de mi mujer, --dicen que a causa del síndrome de Stendhal-- porque acabo de leer en la prensa la causa del desmayo de un diputado durante el debate del Estado de la Nación, digo del Imperio, digo esto porque Rajoy parecía un emperador romano cuando desterró para siempre a Sánchez del hemiciclo.

Al parecer, el diputado desmayado tenía 23 de tensión. Me lo tendré que mirar, no vaya a ser que mi relativa atención a los temas políticos, me suba la tensión. 

En fin. Roma.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 27 02 15.

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