sábado, 10 de noviembre de 2018

CENA Y RUMMY

"He bajado al Maravas, en una mañana algo tristona por falta de luz. Un goteo de seudolluvia me cae en la cabeza, pero como me he dado una estimulante ducha antes de bajar y llevo puestas mis gafas de sol, no para ver, sino para que no me vean los estragos de la edad en el rostro, como además he tomado un café bien cortado y un ron bien quemado, regreso a casa con el ánimo por encima del entorno climático.

Me detengo en el kiosco, compro un ejemplar de 'Levante', en la 4, una página entera de Juan Tapia, uno de los mejores analistas de la actualidad, dice 'Con el Supremo hemos topado', pero como ese asunto ya lo he tratado en el blog, aprovechando que tengo una nota sobre el teclado, dejada por mi mujer, que informa, 'Estoy comprando' (para la comida familiar de hoy), aprovecho para hacer una mini crónica de la noche del viernes, así me evado de lo desagradable de la página de ayer.

 "A las ocho en punto, después de estacionar su Chevrolet en el sitio prohibido de siempre --los viernes por la noche hay impunidad-- Lola y Antoni llamaron al timbre de casa. Yo creía que iban a subir, que habían comprado vituallas para la cena, pero no, nos pidieron que bajáramos y nos dirigimos, con la intención de cenar allí, a la Tapería La Fuente.

Curiosamente, mientras nos acomodamos en una mesa sin mantel, el camarero ni siquiera se molestó en poner un mantel de papel, el móvil de Lola empezó a sonar, alguien sabía donde estábamos y lo expresaba citando el nombre del local. Que fuerte, ¿no?, la tecnología al servicio de la geolocalización permanente de la gente.

Pedimos cuatro tercios de cerveza Ambar, a los que siguieron dos más, y disfutamos del menú de tapas.

Queso Camembert frito, extraordinario, Puntillas, super sabrosas y bien cocinadas, Patatas bravas (no las probé) y un festival de verduras que, a diferencia de la última vez, que me pareció un funeral en vez de un festival, después de la oportuna queja ha resultado, si no un festival, una verdadera fiesta, una bandeja a rebosar de champiñón, pimiento, calabacín, tomate asado, berengena y no sé cuantas cosas más, un auténtico festín para el paladar.

Charlamos un rato depués de la cena, y luego subimos a casa, en busca del verdadero objetivo de la reunión, jugar dos partidas, dos, --más no podemos-- al Rummy, ese póker con fichas que nos tiene enganchados últimamente.

La mesa ya estaba dispuesta para la partida, pero añadí media botella de Ginebra Bombay, junto a un bote de tónica, hielo y limón, para el gin tónic de Antoni, y, excepcionalmente, una botella de Baileys, sin estrenar, fresquita, para atender la sorprendente afición de nuestras parejas a la crema de whisky.

Me abstuve de tomar más alcohol, porque así y todo, a mis neuronas les cuesta adaptarse a las exigencias del juego. Aunque cerré en alguna jugada, no gané ninguna de las dos partidas. Como suele suceder cada vez que juego al Rummy, un invento que exige una calidad neuronal por encima de la media.

Mi objetivo no era ganar, sino compartir una agradable velada en compañía de un par de amigos, con los que hemos vivido experiencias gratificantes en viajes y salidas a todas partes, desde hace décadas, incluyendo nuestras visitas a Madrid para ver museos y nocturnear en los locales de la calle Huertas, sin rechazar probar las caipiriñas tocadas con cachaza, o tomar a mediodía un bocadillo de calamares en Brillante, antes de tomar el AVE para regresar a casa.

He renunciado, no sé porqué, a ser parte del viaje de mi mujer, mi hija y mis nietos, para ver el musical Billy Elliot,para el que ya tienen entradas, aunque aún no billete de ferrocarril.

Seguro que se lo pasan bien, pero a mi me apetece más la calma serrana, que la locura urbana madrileña, sí."

Un saludo cibernauta.

En fin. Cena y Rummy.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 10 11 18.

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