En la iglesia de la Compañía, situada en la plaza del mismo nombre, muy cerca de la Lonja, se celebra un ciclo de conciertos de órgano y música de cámara, que comenzó el domingo 29 de noviembre y terminará el tercer día del nuevo año. He asistido a algunos de esos conciertos, pero el de hoy, en particular, ha sido un éxito de público.
Desde mi asiento en uno de los bancos, mientras el órgano de la iglesia me sobrecogía con su potencia sonora –el órgano viene a ser la artillería de la música sacra y su función es, precisamente, hacer que quien lo escucha se sienta sobrecogido-- he puesto mi atención visual en el altar barroco.
Seis columnas cilíndricas, de auténtico mármol rosa, velan, cual centinelas marmóreos, en los extremos, dos representaciones pictóricas. La de la izquierda, es una escena de la crucifixión, de la de la derecha nada puedo decir, pues una masa expansiva de pelo cardado delante de mi asiento me lo impide.
En el centro, aparece una efigie de Cristo, rodeada por un aura dorada de factura metálica. Sus pies descansan sobre una representación esférica del mundo, y uno no sabe interpretar si se trata de una expresión del antiguo poder de la Compañía de Jesús, ejercido sobre el mundo real de su época de esplendor –ahora eclipsado por el Opus Dei- o una alegoría del mundo soportando el peso de aquel martirio.
Mas abajo, una estructura de mampostería con columnas cuadradas que soportan y prolongan las seis columnas rosadas, exhiben en el frontis elementos de mármol, pero parece falso mármol rosa portugués, no es de la calidad de las columnas cilíndricas. Dos puertas de madera en ambos extremos están enmarcadas en una decoración de templete helénico. De todo el conjunto, lo que mas me ha llamado la atención es el contraste entre el mármol rosado de las columnas cilíndricas y los pegotes de falso mármol rosado de la estructura inferior. Será porque trabajé durante un tiempo en una empresa dedicada a la manufactura de mármol, y mi paso por allí me enseñó a distinguirlo.
Todo el altar está recubierto con adornos dorados, incluso parte de las columnas y los capiteles, ofreciendo esa sensación excesiva tan propia del gusto barroco por la exageración. Encima de la estructura central, donde se encuentran las pinturas y la figura de Cristo, alguien ha añadido unos remates que contienen sendos escudos heráldicos en los extremos, una pintura en el centro, que parece renacentista, por los rojos y verdes característicos de esa época y, lamentablemente, todo ese remate se eleva demasiado, rompiendo la armonía arquitectónica de la cúpula y dificultando parcialmente la visión de las vidrieras.
El sonido tonante del órgano, que deja salir de sus tubos de cañón las amenazantes notas de un preludio y fuga de J.S.bach, deja paso a las dulces voces de las tres sopranos que interpretan tres Arias de un Oratorio de Haendel, y la calidez delicada de esas voces humanas, en contraposición con la dureza instrumental del órgano, hace que mi atención abandone la observación minuciosa de la arquitectura del altar y me centre en el concierto.
Haendel, Bach y Praetorius, gran afluencia de público y un final espectacular, en el que las tres voces femeninas y el órgano a un tiempo han arrebatado al público de los bancos, que ha dedicado una larga ovación, puesto en pié, a todos los intérpretes.
Terminado el concierto, hemos hecho una visita al Mercado Central, que hoy estaba abierto, pero, esa, es otra historia.
Ya saben, el domingo 27, y el 3 de Enero, hay mas conciertos. Iglesia de la Compañía. Plaza de la Compañía, junto a la Lonja, en Heliópolis. De nada
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 20-12-09.
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