lunes, 7 de diciembre de 2009

GRATUIDAD

“No había caído en la cuenta de que cuando mi hijo menor reivindica la gratuidad de las comunicaciones telefónicas, argumentando que entre el coste operativo de las compañías y los precios finales que aplican hay un margen tan desorbitado que lo permitiría, en realidad se está refiriendo a la extensión al pueblo llano de unas ventajas de las que ya disfrutan algunos colectivos elitistas.

La primera de 'Levante' de hoy abre con una 'tira' que afirma que los diputados de las cortes de Heliópolis, que se sientan en sus escaños porque alguien los ha puesto ahí por el procedimiento de las listas cerradas, que es la democracia que tenemos, de la que alguien dijo en la transición que es como joder con bragas, 'disparan el gasto de móvil –sus móviles subvencionados-- 42.350 Euros más de lo previsto'.

Si a esto añadimos lo que cuesta mantener el restaurante de Las Cortes, que cobra comidas sin haberlas servido a sus señorías, porque al parecer así se estipuló en el oportuno contrato, la percepción del ciudadano es que la vida de nuestros políticos autonómicos es gratis, casi total.

Como la gratuidad, en el fondo, no existe, cualquier servicio que se presta, bien a quien lo merece porque su situación de penuria necesita ser paliada, bien a quien no lo merece del todo porque su salario le permite alimentarse y llamar por teléfono, sin ser subvencionado, se financia vía impuestos, o vía deuda cuando las administraciones se entrampan, por lo que la gratuidad deviene en mito y queda en un mecanismo de redistribución, unas veces justo, y otras no.

Esto de los gastos pagados de sus señorías, sobre todo de algunas mas que otras, me recuerda el lema que estableció el director general de una gran compañía del sector de bebidas con el que trabajé. Decía ese ejecutivo, actuario de seguros y miope, gran profesional, a sus comerciales, cuando se refería al uso que debían hacer de esas subvenciones: 'Gastos pagados. Putas y whiskies no.'. Como la empresa estaba radicada en el País Vasco, cuando caía en sus manos una lista negra elaborada por los violentos, se quitaba las gafas, se ponía el papel pegado a los ojos y comentaba, 'Todo tiene solución, menos la muerte', pero eso no viene al caso.

He oído comentar a Bono, presidente del Congreso de los Diputados, su deseo de que una reforma de la ley electoral acerque mas los políticos a los ciudadanos, se refiere, supongo, a las listas abiertas. A esa modificación legislativa se podría acompañar el complemento de que cada candidato a diputado muestre a los votantes sus cuentas de gastos, para que estos puedan entender la relación entre lo que gasta y el valor de los servicios que presta a la ciudadanía. Sería un elemento mas para que cada uno pueda decidir su voto de un modo mas informado.”

Ya está. Lo he vuelto a hacer. He dejado suelto mi impulso crítico, sin una reflexión previa sobre la ponderación y la ecuanimidad que exige cualquier actitud que pretenda evaluar la conducta ajena. La prensa del domingo, contenía las aportaciones de firmas muy consolidadas que aludían a estas actitudes hiper críticas, a veces, poco matizadas.

Maruja Torres, en su artículo 'Los 'Tontos Sabios' del magazine de 'El País', destacaba la carga de prejuicios, egoísmo y vanidad, de los supuestos sabios que vuelcan su sabiduría en la información pública, sin ser del todo conscientes de que va acompañada de esa carga negativa, aunque Torres se refiere, en particular, al artículo 'Revanchismo de género' del sociólogo Enrique Lynch, y a los argumentos que opone a las críticas que ha desencadenado.

En la página siguiente de la misma publicación, Ray Loriga se extiende sobre la vieja y arraigada costumbre de quienes tendemos a criticar aspectos de la realidad que no nos gustan, de 'ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio', aunque, con buen criterio literario ha titulado el artículo 'Lo ajeno y lo propio' para huir del tópico de la frase hecha. Después de precisar que 'Carecer de opinión frente a los asuntos no es sensato, pero elevar una opinión por encima de nuestras capacidades tampoco lo es', Loriga propone, 'En asuntos de moral (…) pasar por el 'antidoping' de nuestra propia fortaleza moral' y concluye que 'el bufón se mofa del rey porque no quiere ser rey, y porque sabe que no puede serlo'.

No son las únicas aportaciones recientes orientadas a estimular la auto crítica de los críticos. Javier Sampedro, en el suplemento Domingo de 'El País' , aunque en otro contexto, alude al gozo que encuentran los nihilistas cuando aparece el apetitoso bocado de una recesión económica, o las 'fluctuaciones cuánticas' en la Bolsa.

Por su parte, M. Vicent, mas alejado de estos enfoques, hace notar que todos somos marionetas. 'La humanidad contemplada de forma unitaria consiste en una cantidad de miles de millones de muñecos colgados de esa red (una supuesta red a la que están conectados todos los cerebros humanos) que bailan al mismo son sin salirse del pentagrama. (Supongo que se refiere a nuestras limitaciones biológicas.)

Creo recordar haber leído alguna cosa mas estos días, que incide en la necesidad de la autocrítica entre los transmisores de opinión, aunque no puedo precisar donde, pero tanta unanimidad debe tener alguna causa común. Quizá la razón está en los excesos cometidos con el joven residente en Canarias (creo que ha salido huyendo de allí) condenado por periódicos de prestigio, emisoras de televisión, opinantes y ciudadanos de a pie, hasta que los resultados de una autopsia han dejado en trágica evidencia a todas esas opiniones.

De todo lo que he leído, me quedo con parte de lo dicho por Lóriga. 'Carecer de opinión frente a los asuntos, no es sensato, pero elevar una opinión por encima de nuestras capacidades tampoco lo es'. Tampoco hecho en saco roto su cita de que 'el bufón se mofa del rey porque no quiere ser rey, y porque sabe que no puede serlo'

He aquí una disyuntiva interesante, quienes escribimos diariamente, en la red, o en algún medio tradicional, encontramos a menudo conductas políticas susceptibles de ser criticadas. Sin embargo, no somos políticos. Debemos elegir, pues, entre dos actitudes no del todo sensatas, carecer de opinión, o dar nuestra opinión, nunca del todo capacitada, puesto que no somos políticos y vamos a opinar de un mundo que no conocemos suficientemente.

La mayoría de la gente, opta por no dar su opinión, porque está ocupada en otras cosas y contribuir al juego de las opiniones no está entre sus prioridades, aunque seguramente la tiene, mas o menos fundada.

Quienes escribimos, y damos nuestra opinión sobre alguna conducta o circunstancia concreta, ¿estamos suficientemente capacitados para hacerlo? No lo sé. Lo que tengo claro es que al dar esa opinión, la que fuere, quedamos expuestos a la opinión crítica de otros, y si lo que decimos son tonterías, o cosas no fundadas, seguramente nos ganaremos el ridículo y la repulsa de quienes nos leen.

Esa exposición de nuestras opiniones, con las que, sin darnos cuenta, viajan nuestros prejuicios, nuestras limitaciones, nuestras filias y fobias, son susceptibles de ser juzgadas, valoradas, rechazadas, del mismo modo que nosotros, a veces sin hacerlo de manera consciente, juzgamos conductas públicas ajenas y, en ese sentido, tenemos, creo yo, todo el derecho a equivocarnos y, porqué no, a hacer el ridículo públicamente.

Dar una opinión, susceptible de ser criticada, parece mejor para que el público esté informado que el silencio cómplice, aunque si como dice Vicent, somos marionetas, tanto a los opinantes, como a los silenciosos, nos mueven los mismos hilos.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 7-12-09.

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