martes, 1 de diciembre de 2009

LOS TEJADOS DE PARÍS

Desde la terraza, en la mañana gris, miro el paisaje de tejados que se eleva a mi alrededor, habitado por un bosque de viejas antenas de televisión que pronto quedarán inservibles. Entre esa maraña de tecnología obsoleta, a lo lejos, se elevan las muestras soberbias de la arquitectura de altura, orgullosas torres que rompen la variedad de tejados abuhardillados, fachadas tan próximas que los vecinos se pueden comunicar mediante cestas colgadas de cordeles, sobre áticos de los que asoman discretamente jardines colgantes, como los babilónicos, buganvillas, jazmines; enormes hojas de plátanos que asoman por las bardas de las terrazas, sin que puedas ver las pesadas macetas que los sostienen, plantas de marihuana invisibles, pero cuyo aroma se percibe por la cercanía del humo exhalado por quienes se solazan con el producto de su cultivo, y entre esa abigarrada ciudad aérea, país de gatos y de jóvenes mileuristas que han encontrado un alquiler soportable, una línea vacía, sin edificios, el cauce del viejo río que divide la ciudad sin dividirla, que la integra, por medio de sus puentes, alrededor de sus riberas.

No describo París, sino un paisaje contemplado desde la vivienda que habitan el menor de mis hijos, docente de formación no reglada y estudiante de arte, y su pareja, trabajadora del 112, servicio telefónico de atención de emergencias, y estudiante de danza contemporánea. Ambos viven en un piso alto, dotado de una terraza suficiente para cultivar un pequeño jardín desde el que se puede otear el paisaje aéreo de Heliópolis que, en un día como hoy, algo plomizo y gris, evoca los tejados de París.

Visité París en los años setenta. Me alojé en una viejo hotel, el Hotel D'Ánglaterre cerca de lo que hoy es el Centro Pompidou, que entonces era el mercado de Les Halles, cuyas calles estaban frecuentadas por los clochards que exponían su mercancía junto a la acera, sardinas podridas, zapatos de un pie, cosas así... Mucho tiempo después vi, en una exposición de arte contemporáneo, la película que un artista filmó de esa demolición, la del mercado, como un testimonio de la mutación que estaba sufriendo la ciudad, ese surgir de edificaciones nuevas, mas o menos vanguardistas, en medio de los viejos edificios de menor altura, y que ahora dan carácter a las ciudades europeas, se trate de Lisboa o de París, de Barcelona o de Heliópolis, todas marcadas por esos surgimientos urbanos que son mas evidentes vistos desde un tejado.

Les invito a que disfruten de esa sensación de la contemplación aérea. En Heliópolis hay un lugar ideal para practicarla. Si suben a las Torres de Quart, entre sus almenas podrán disfrutar de esa experiencia, ver la maraña de viejos tejados que se extiende por todo el barrio del Cármen, salpicada por las elevaciones de las torres de las iglesias próximas, Santa Catalina, la torre de la catedral, los Santos Juanes, San Martín. Es el mismo modelo urbanístico que se puede contemplar viendo los centros financieros de París, Barcelona o Lisboa, surgir como una expresión del poder económico entre los barrios achatados de esas urbes, solo que en el Cármen, es el antiguo poder eclesial el que destaca, porque el financiero está en otra parte.

Es previsible que, con la crisis económica, inmobiliaria y financiera extendida por medio mundo, con Dubai en situación de suspensión de pagos y sus obras mas emblemáticas y audaces paralizadas por falta de liquidez, el proceso de surgimiento de edificios singulares entre los barrios viejos de las ciudades sufra una cierta paralización.

No importa, siempre nos quedará Paris, o cualquier otro paisaje urbano semejante. Solo hay que subirse a una cierta altura para percibir el parecido entre los modelos urbanísticos de las diferentes ciudades, todos tienen semejanzas.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 1-12-09.

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