viernes, 11 de diciembre de 2009

LA INVENCIBLE

He bajado al Maravillas, un poco tarde, y mientras tomaba un café con leche he visto en un recuadro de 'Levante' las cifras de la mortalidad de empresas en Heliópolis en los últimos dos años.Veintitrés mil firmas han desaparecido del mapa en ese periodo, pero aún quedan vivas 142.593.

El hecho de que, si ese ritmo de mortalidad se mantuviera en el tiempo, en decenio y medio no quedaría ninguna, no debe llevarnos a una épica del fracaso, porque el tejido empresarial se suele regenerar del mismo modo que el humano, siguiendo leyes propias semejantes a las biológicas.

Para evaluar de un modo mas ponderado esas cifras, hay que considerar que solo se han perdido catorce de cada cien empresas en activo. Felipe II armó una flota, en 1.588, a la que se llamó La Invencible, para guerrear contra los ingleses, y la leyenda cuenta que después de deforestar media España, el emperador consiguió la difícil proeza de que la madera de esa flota no flotara, vamos que se hundió en su casi totalidad, pero los de Wikipedia al parecer lo han mirado y afirman que el ochenta por ciento de los ciento veintisiete barcos armados volvieron a puerto.

Es decir, que el hundimiento de empresas en Heliópolis en los dos últimos años está seis puntos por debajo de las pérdidas en el fiasco de 'La Invencible'. Esa flota fue mandada, al final, por el Duque de Medinaceli, a quien le largaron el marrón sin saber siquiera si sabía nadar, porque el Marqués de Santa Cruz palmó justo antes de embarcar y hacerse cargo de la armada.

Lo que nos lleva a la cuestión de si los capitanes de barco, o de empresa, tienen responsabilidad en los naufragios, o si es el viento en contra el responsable de esos hundimientos. Ya saben 'Yo no he venido a luchar contra los elementos'.

Como mis conocimientos náuticos son igual a cero, me centraré en el papel de los empresarios en un entorno tormentoso. En tres de esas 23.000 empresas desaparecidas trabajé antes de lo mas gordo de la crisis, y en alguna de ellas pude observar lo siguiente; el empresario no invertía en mantener o renovar las instalaciones, porque la tasa de beneficio que obtenía en su actividad industrial era notablemente inferior a la que conseguía poniendo su capital, o su crédito, en el sector inmobiliario. La compra de inmuebles, solares o apartamentos en lugares céntricos, era la actividad inversora y especulativa que el empresario prefería, antes que dedicar su tiempo y su dinero, o el de otros, a su propia industria.

Un tejido empresarial abandonado durante años, sin las necesarias inversiones, se muere, igual que una vida humana sin los debidos cuidados puede llegar a su fin antes de tiempo. Sin embargo, no hay que confundir la mortalidad de las empresas, con la de los empresarios. Hay que suponer que la mayoría de ellos han sobrevivido a sus empresas, y muy probablemente, su patrimonio, aún a pesar de las pérdidas que les haya ocasionado el desplome inmobiliario, será aún mayor que si hubieran dirigido sus inversiones a la empresa, con una tasa de beneficios, digamos, del quince por ciento.

Por consiguiente, el hundimiento del parque empresarial en Heliópolis, además del efecto de los vientos en contra, se debe, en mi opinión, a que durante un tiempo muy prolongado las tasas de rendimiento de la actividad tradicional industrial han estado dramáticamente alejadas de la rentabilidad que ofrecían las actividades especulativas fuera del sector industrial, y eso ha canalizado los recursos y las inversiones hacia otros sectores económicos.

En otros casos, al tratarse de empresas subordinadas, de pequeño tamaño, subcontratadas por otras mas grandes, el empresario puede haber muerto con la empresa, es decir, que se habrá proletarizado, perdiendo su condición de empresario precario, y volviendo a la de trabajador por cuenta ajena originaria.

Es posible que una parte de los empresarios que han desaparecido del mercado, tengan una sensación de fracaso. No deberían. El éxito y el fracaso son dos caras de la misma moneda, ambas suelen ser situaciones temporales que configuran los avatares de la vida.

Los mas indefensos ante esta situación son los que han formado parte de las tripulaciones de esas naves a la deriva o hundidas, 23.000, un número notablemente superior a las 127 naves armadas por Felipe II en 1.588 para invadir Inglaterra. Sería conveniente para todos ellos que el tejido empresarial de Heliópolis se regenerara cuanto antes. Para eso están los empresarios, ¿no?

No está en mi ánimo hacer de la épica del fracaso un argumento literario. También mi propia vida me parece una alternancia de éxitos y fracasos relativos, pero desde la distancia de la edad, estar vivo me parece, sin discusión, un éxito.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 11-12-09.

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