Un periódico de ámbito nacional, al que no voy a hacer propaganda gratuíta citando el título de su cabecera, lleva hoy una fotografía a media página con un pié de foto que informa sobre la afluencia de peregrinos al Festival musical de Benicássim. Está bien que, aún vivos los ecos del festival multitudinario de la selección nacional de fútbol, y a punto de terminar los Sanfermines, siga la fiesta. Por ahí, vamos bien.
Soy mas antiguo que el Pop. Cuando tuve edad de acudir a esos festivales, aún no había ninguno. La lata de sopa Campbell aún no había sido pintada por Andy Warhol, en el barrio nada se sabía de Sartre y Duchamp, y el famoso urinario que exhibió para provocar y conmover las anquilosadas estructuras del arte europeo, de haberlo conocido, hubiera sido para nosotros una muestra de una tecnología sanitaria vanguardista.
En las galerías de los patios de vecinos de los barrios populares --esto es un eufemismo, en realidad los mas pobres-- había unos cubículos con un banco de albañilería en su interior, provisto de un agujero que se cubría púdicamente con una tapa de madera, y que nuestros mayores llamaban el común, seguramente porque en su origen fueron de uso colectivo o comunal, mas que familiar.
En esa época que precedió al Pop, el nivel de modernidad de las civilizaciones podía ser observado por el modo en que defecaban los distintos pueblos que las integraban.
En Africa, sus naturales lo hacían a la sombra de un baobab.
En los barrios urbanos pobres de la España pre Pop, se usaban esas realizaciones de albañilería, que parecían un progreso sobre la placa turca, pero que un amiga enfermera sostiene que fueron un atraso, porque la posición sedente produce mas retrasos intestinales que la acuclillada, mas natural desde el punto de vista de la biología de la defecación.
Luego estaban los ricos, que disponían de aparatos sanitarios, fabricados por un tal Roca, que vinieron de la civilizada Francia, como en su momento el tenedor, y que los catalanes se encargaron de convertir en un objeto de uso utilitario extendido, al mismo tiempo que comenzaban a aparecer los primeros festivales musicales multitudinarios.
Antes de Woodstock, y de ese grupo musical, The Beatles, que el régimen de aquí
consideró al principio poco menos que una secta satánica, de una tremenda peligrosidad social --los tíos iban con su trajecito y su peinado a lo escarabajo, con un formalismo que casa mal con esa pintoresca visión reaccionaria-- se celebraban las fiestas de Julio en Heliópolis instalando en el Paseo de la Alameda,
--entonces no era un garaje-- unos recintos que se llamaban pabellones, en los que grupos musicales del cretácico, casi todos locales, --recuerdo alguno de ellos, 'El Conjunto Azul' era del barrio-- daban música de baile para el abundante público joven que frecuentaba aquellas reuniones festivas.
El año que apareció por uno de esos pabellones 'El Duo Dinámico' constituyó un punto de inflexión en el panorama musical de la época, comenzaron a tener presencia las discográficas y los grupos musicales que las alimentaban, se hizo presente el fenómeno fan y se crearon las condiciones para que, quienes se iniciaron con
aquellas experiencias, acudieran después a los festivales multitudinarios que siguieron. Primero Benidorm, mas tarde Benicassim, Viña Rock, y ya en una sociedad abierta, todos los grandes conciertos y las innumerables actuaciones musicales que han alimentado una demanda que se ha ido trasladando de una generación a otra, hasta llegar a Rock in Río.
Las demandas de los jovenes de cualquier época, son semejantes, divertirse en un entorno lo mas libre posible y, en ese sentido, hay una diferencia sustancial entre los pabellones de la época pre Pop, recintos cerrados, limitados en el espacio, y las grandes extensiones que acogen a decenas --a veces cientos-- de miles de jóvenes y no tan jóvenes, --algunos hay que vienen de la época retro que estoy evocando-- pero lo que caracteriza a las diferentes generaciones que se han divertido en esos entornos abiertos en los ultimos treinta años, es el grado de libertad con que lo han hecho.
Lo que no quiere decir que quienes asistíamos a aquellos festivales retro, no nos divirtieramos también. La mayoría vivíamos al margen de los aspectos políticos de la realidad. Ni siquiera la dictadura fue capaz de prohibir las sensaciones vitalistas que acompañan a la etapa de la vida que conocemos como la juventud. Eso sí, fuimos una juventud pre Pop.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 15-07-10.
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