domingo, 18 de julio de 2010

POLICÍAS

He bajado al bar de los locos, a una hora algo temprana, porque el Maravillas cierra hoy. Mientras tomaba un café con leche, han entrado al bar una decena de agentes de la policía nacional, jóvenes y jóvenas, algunos con acento algo rural, de Chiclana o por ahí. Uno de ellos comentaba a sus compañeros, mientras escenificaban el ritual del relevo, cinco acababan el turno de noche, los demás se incorporaban al de día, que un par de compañeros han interferido en una investigación de la guerdia civil.

En España hay una gran variedad de cuerpos policiales. Está la guardia civil, la policía nacional, la ertxanxa, los mossos, las policias locales de cada municipio, la policía judicial, los cuerpos especiales. Con tal variedad es difícil que no se intefieran unos a otros, de vez en cuando. Solo el número de presos, que se agolpan en establecimientos penitenciarios cada vez mas insuficientes, parece superior al de agentes

Al final, toda la teoría del Estado parece descansar en la porra y la pistola, aunque las pequeñas cartucheras que portaban los agentes en sus cinturones, parecían vacías, cosas de la crisis. Como en el imperio romano tardío, en el que la Guardia Pretoriana sustituyó a los senadores de la vieja República, el Estado español, que tiene el monopolio de la fuerza desde distintas áreas de competencias, no lo ejerce mediante unos uniformados únicos, sino a través de una variedad corporativa que le da un aire de pasarela, por los distintos uniformes, a la guardia pretoriana de siempre, y el epicentro de esa autoridad de porras y pistolas está en el Ministerio del Interior, es decir en Madrid.

Madrid fue un poblado polvoriento cuando las ciudades de la periferia eran centros de cultura que recogían e irradiaban una cultura global, latina y árabe, románica y renacentista, que ha dejado un poso duradero en cada una de ellas, que todavía se expresa de manera singular en su lengua y su cultura. La mayor parte de la población vive en esa periferia.

Madrid, esa ciudad sin raíces, conglomerado artificial que tiene sus origenes en su designación real como sede del aparato del Estado central y centralista, y que ha crecido de un modo parasitario a costa de la periferia, nunca interesó a las viejas culturas que pasaron por aquí y se establecieron en otro sitio. Ahora mismo, la defensa de esa centralidad se visualiza no solo a través de las fuerzas de orden público, sino mediante el uso partidista de los símbolos puramente deportivos.

Anoche, Tele 5, en un programa de debate espectáculo, ofreció un reportaje que a mi me pareció claramente tendencioso, pues se centró en el uso de banderas en dos actos que nada tienen que ver, la manifestación en favor del Estatut (mas de un millón de manifestantes) y la celebración del triunfo de la selección española en Barcelona (unos cien mil), o sea, diez a uno, puestos a hacer comparaciones, que no parecen sensatas.

Es urgente que la federación española de fútbol invente una bandera que represente a la selección, despojada de símbolos que no sean estrictamente deportivos, sin perjuicio de que cada cual exprese su contento con la que mas le guste, para acabar con esta confusión competitiva sobre el uso de banderas 'nacionales'.

España lleva camino de convertirse en un Estado federal, antes o después adoptará esa forma, tan extendida y civilizada, en Alemania, en USA, en otros lugares, y no es elegante que los nostálgicos del franquismo se opongan a esa realidad, social, institucional y demográfica, amparados en el oportunismo de un triunfo deportivo.

Que un par de iluminados quemen una bandera española en un acto de exaltación deportiva, es poco apropiado, pero no parece un signo de que los tanques catalanes
vayan a bloquear la frontera, entre otras razones porque no tienen tanques, ni en Europa hay mas fronteras que las que delimitan su espacio común.

He visto quemar banderas, en el País Vasco mas que en cualquier otro lugar, y nunca eso ha degenerado en una guerra declarada. Lo malo de las banderas, de los símbolos, es que siempre hay alguien dispuesto a quemarlos, a matar o morir por ellos, por eso, a muchos, no nos gustan las banderas, preferimos los argumentos a los símbolos, la convivencia al enfrentamiento, y todo eso cabe en un Estado federal, mas que en uno centralista, pues su centralidad se suele imponer aplastando las diferencias.

Los Estados, sobre todo los centralistas, que no han alcanzado aún la madurez de la estructura federal, que se basa, sobre todo, en el respeto recíproco entre comunidades afines, que se sienten culturalmente diferentes, aún están demasiado aferrados a los símbolos de su poder, y a las pistolas y porras que extienden por todo el país para asegurarlo, con el argumento de que el uso eventual de la fuerza tiene la función de proteger a los ciudadanos, que sin embargo son apaleados a la menor ocasión, cuenda muestran su discrepancia, digamos, de manera inoportuna.

España no es un estado centralista, sino autonómico, a medio camino entre la centralidad y el federalismo, pero, al parecer, por lo visto y oído a los tertulianos que comentaron el reportaje tendencioso emitido por Tele 5.
--Se salvó la representante del Partido Popular, que mostró tal sensatez, moderación y ecuanimidad, que es previsible que la echen pronto del partido-- aún hay mucha nostalgia del Estado pre autonómico, o sea franquista, y una exagerada adhesión a sus símbolos reconvertidos, que un acontecimiento deportivo ha extendido, de manera sorpresiva, en lugares y ámbitos que no les son propios.

A través de un acontecimiento deportivo excepcional, tal vez se ha roto el nexo que ligaba, en la mentalidad de muchos españoles de a pie, los símbolos nacionales con
la experiencia histórica de la dictadura, y eso parece saludable, siempre que los nostálgicos de siempre no aprovechen para cobijar sus fobias en esa bandera recuperada para todos.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 18-07-10.

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