Hace ciento diez millones de años en los campos de Teruel solo había coníferas y el silencio era el sonido dominante en sus espesos bosques, pero las arañas ya estaban allí.
Los verdes prados salpicados de flores que has disfrutado esta primavera en cualquier lugar del Maestrazgo no existían. Antes de la explosiva diversificación de las plantas con flores y los insectos polinizadores, en el cretácico inferior, las arañas ya tenían dispuestas sus trampas, por si acaso.
Algo así nos contó (hace ya cuatro años)un equipo internacional multidisciplinar, del que formó parte un biólogo valenciano, que encontró en Escucha (Teruel) un trozo de ámbar con una tela de araña en su interior, con su asombrosa geometría cazadora en perfecto estado de conservación.
Es lo que tiene el ámbar. Este verano, en cualquier playa, alguna esbelta muchacha rubia (morena, pelirroja, calva o con el pelo a colorines) llevará colgado del cuello, por toda vestimenta, un ámbar semejante, comprado en el mercadillo de Altea, que tal vez contenga en su interior un secreto fósil todavía mas antiguo.
Dijeron los expertos que, 'Los hilos que forman la red de esa tela ambarina están dispuestos en una estructura circular formada por una espiral pegajosa sobre un sistema de hilos radiales, con propiedades elásticas.'
Estamos hablando, pues, de un sistema. Los individuos atrapados en el, si son insectos, mueren. Si son humanos, sobreviven, pero a condición de alimentarlo con su trabajo y su consumo durante, al menos, el tiempo que dure su hipoteca.
Pasado ese tiempo, se les libera de trabajar y se convierten en jubilados. Muchos pasan las horas muertas junto al televisor, sin salir de casa, esperando que el repartidor de Mercadona les traiga el pollo congelado.
Tantos años atrapados, vivos, en la tela de araña, han hecho que desarrollen una reacción mimética, algo arácnida, para conseguir sus alimentos, semejante a la de las arañas que permanecen en su casa, sin moverse, hasta que el viento les trae su comida.
La especialización ha diversificado a las arañas en diversas familias de tejedoras y su población actual se mide en un millón de individuos por hectárea, pero su sistema de vida es el mismo que hace cien millones de años. Algo tan asombroso, mueve a la reflexión y plantea algunas preguntas.
Hemos oido hablar de la selección natural, de la evolución de las especies, tambien de la solidaridad grupal de determinadas especies. Los palentólogos divulgan las pruebas encontradas de esa evolución y eso nos hace ignorar que ciertas especies no han evolucionado prácticamente, en lo esencial, y siguen las mismas pautas desde hace cien millones de años.
¿Como interpretar esa excepción? ¿Acaso esas especies carecen de, digamos, inteligencia genética evolutiva? ¿De ser así, porqué no han desaparecido? ¿El balance de sus especialidades y habilidades originarias es tan perfecto, que no ha precisado ser modificado, a pesar de la transformación del medio, de la medida geológica de su antigüedad?
El hecho de que las arañas manejaran esa geometría cazadora tan perfecta, que incluye elementos químicos, desde tiempos tan remotos, proyecta sobre el uso de herramientas por los primeros homínidos una sensación de torpeza y arcaico primitivismo, que apenas ha sido superada plenamente hace tres siglos, con la aparición de la civilización moderna.
Ocurre, sin embargo, que así como la supervivencia de las habilidades de los arácnidos no parece haber perturbado el medio, la evolución reciente de la especie humana en el uso de herramientas que se escapan a su control, comienza a orientar las preocupaciones científicas en el sentido de la degradación del entorno.
Es posible que, si los excesos de la actividad humana siguen aumentando la escala y la dimensión de sus efectos destructivos, sin que aparezcan factores de corrección, ya no queden jubilados esperando al repartidor de Mercadona, pero es casi seguro que habrá un millón de arácnidos por hectárea, al acecho en su tela de araña, esperando que el viento les traiga su comida.
Esa comida, tal vez seamos nosotros, devorados por los miles de millones de insectos que poblarán el planeta, alimentándose de nuestra carroña, para luego alimentar a las arañas.
(Este texto proviene de un escrito de 2006 encontrado entre viejos papeles. Como en las dos últimas entradas he mencionado a los consumidores y a la tela de araña, me ha parecido que podía encajar bien aqui, pero creo que es demasiado apocalíptico. En fin.)
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 13-07-10.
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